Una noche de espera fue suficiente para Aiacos. A primera hora de la mañana ya estaba partiendo hacia la arboleda. Elia le comentó que Levanor no fue capaz de encontrarla y eso solo agravó su preocupación. Aunque, si bien Levanor era un excelente cazador, carecía de algo. Aiacos era muy consciente de ello, por eso no puso demasiadas esperanzas en su amigo. Tenía que ir el mismo. Esperaba que dedicándole una oración a Emerwyn fuese suficiente. Mana tenía que estar bien.
Una vez más. La arboleda era casi como su segundo hogar. Pasaba casi más tiempo allí del que pasaba en la aldea. Sin embargo, ya no la disfrutaba como antes. El aire puro y fresco de lo verde llenaba sus pulmones mientras las hojas secas crujían con cada paso.
El rastro que seguía era vago y casi imperceptible. Lo perdió un par de veces y le tomó algo de tiempo volver a ubicarlo. Sus habilidades eran asombrosas, no cabía duda. Usaba todo lo que le enseñó de una forma única. Pero aún tenía que aprender.
Esbozó media sonrisa. Cargó su arco con una flecha y se giró hacia atrás de un movimiento.
—Buen truco —concedió Aiacos.
Igro se había quedado rígido con ambas manos frente a él. Por su cara parecía no haber dormido mucho.
Aiacos frunció el ceño. Bajó el arco y se acercó a él con desesperación. —¿Dónde está Mana?
—Tranquilo. Ella está bien —calmó Igro de inmediato —. No está muy lejos de aquí.
—Llévame con ella.
Había pasado algo de tiempo desde que ambos estuvieron en el bosque. A pesar de que no fue mucho, Igro se veía más... duro. Todo su rostro estaba endurecido como una roca. Aiacos lo miró de soslayo.
—Lamento todo lo que te dije.
Igro sacudió la cabeza con suavidad. —No tienes nada porque disculparte. Entendí tus motivos en cuanto lancé el primer golpe.
—Qué te recuerdo no pudo darme —picó Aiacos, divertido.
Si bien la distancia entre ellos había crecido, Aiacos estaba seguro que no lo haría para siempre. Esa noche cambió tanto para ellos. Le dio a Igro más motivos para ir de cacería y a él, pues le quitó casi todos los que tenía.
—Me dijiste que la criatura te sacó de la arboleda aquella noche —recordó Igro. Rodearon un arbusto de ramas afiladas. Las frutas eran de seguro comestibles.
—Así es —confirmó Aiacos.
—¿Crees que... nada de eso habría pasado si hubiésemos hablado con él? —La pregunta de Igro no le tomó por sorpresa. Era una de las muchas piedras que se tenía que tragar cada día cuando se levantaba.
—Estoy seguro de que no hubiese pasado. —Era amarga, pero era la verdad —. A penas y se defendió de nosotros. Dejó que los demás escapasen cuando quisieron. No los siguió, es lo que hubiese hecho cualquier bestia en su lugar —se encogió de hombros. Hizo una pausa. Hinchó su pecho de aire y después lo liberó —. Perdonó mi vida, a pesar de que atenté contra la suya.
Cada palabra dolía pronunciarla. Dolía que todos hayan sido eliminados por delirios de grandeza. Ninguno de ellos lo merecía. Eran buenos hombres, hijos, hermanos, padres, esposos. Pero el dios no tenía ninguna culpa de lo sucedido. Y poco a poco iba aceptando que él tampoco cargaba con toda.
—Te sientes en deuda con él —intuyó Igro.
Aiacos resopló. —Es escalofriante que sepas lo que siento —asintió. Se llevó los dedos al relicario de plata colgando de su cuello —. Me dio una segunda oportunidad con Mana y Elia. Estaré eternamente en deuda porque no hay nada que pueda hacer por él. Solo nos recordará como el ingenuo grupo de cazadores que creyeron ser capaces de matar a un dios.
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El Dios de la Arboleda #premiosadam2024 / #PGP2024
Fantasy"Incluso cuando tú no estés, yo seguiré aquí. Los mantendré con vida dentro de mis recuerdos, para siempre". En lo más profundo de la arboleda, donde los dioses caminan entre mortales y la oscuridad oculta secretos insondables, los doce cazadores m...