Movió un par de ramas que había en su camino y sacó un frasco de cuero de su bolso.
Le quitó el tapón y le dio un amplio trago a su contenido. El calor aún no era tan sofocante, pero con su condición todo era más difícil. Incluso caminar le suponía un gran trabajo y se agotaba con rapidez. Tuvo que detenerse en cuanto la herida en su pecho comenzó a arder y otra vez por su costado. La distancia que antes recorría en minutos, le había tomado un par de horas.
Limpió el sudor de su frente con el dorso de la mano y guardó el frasco de agua.
Aiacos ya casi llegaba al claro donde tuvo lugar el encuentro con el dios. Ya había pasado el límite que marcaba el inicio del bosque oscuro hacía unos minutos. A esa hora de la mañana no parecía tan peligroso como aquella noche, pues el ambiente estaba inundado con la melodía de diferentes pájaros que sobrevolaban entre la espesa bóveda de hojas verdes, el aire era ligero, y el agobiante sol, para Aiacos, no llegaba tan intenso allí. Tenía cierto frescor que no se podía sentir en el resto de la arboleda.
Pudo ver la última línea de árboles que deban al claro y apresuró un poco el paso para llegar hasta allí. Ya se estaba preparando mentalmente para la escena que vería. Ahora más frío sabía que no la asimilaría igual. Se apoyó del tronco de un árbol y atravesó unos arbustos con cuidado de no hacerse más daño.
El viento revolvió su larga melena rubia, trenzada con dos mechones desde sus laterales hacia atrás, como una corona. Tragó saliva, pues su garganta se había quedado seca.
No había nada. O, mejor dicho. Nadie.
La baja hierba del claro, verde impoluto, se mecía inocente con la fuerza del viento.
Los restos de sus compañeros de armas no estaban. Cualquier rastro de la batalla había sido borrado a la perfección. No había sangre, ni flechas o espadas. Como si todo lo ocurrido no hubiese sido más que una pesadilla.
Se adentró en el claro deslizándose con cuidado por la pequeña bajada. Se acercó al lugar donde había estado sentado el dios, había una pequeña franja de hierba aplastada.
Justo donde estaba parado, habían agarrado a Hajrudin, y luego...
Cerró los ojos y torció el gesto cuando el crujir de su cráneo retumbó en sus recuerdos. Su cuerpo debería estar allí. Se agachó y paso su mano suavemente entre la hierba. Entornó los ojos y llevó hasta ellos una diminuta piedra blanca.
Era imposible borrar por completo un rastro, y menos de una batalla como esa. Pero quien fuese el que lo haya hecho, sin duda alguna se esforzó.
Se irguió. Un poco más a su izquierda debía haber estado Oleg y algo más adelante Galos había sido mandado contra el tronco alejado frente a él. Sintió un pinchazo en el pecho. Galos debió haber huido en esa dirección.
Estuvo muy tentado en ir a buscarle, pero sabía perfectamente que no estaba en condiciones de adentrarse más allá. No se arriesgaría a provocarles más sufrimiento a Elia y Mana. Apretó los puños de la impotencia.
*Lo siento amigo, tendrás que esperar un poco más*. Se tragó toda su frustración con tanta dificultad que sintió como raspaba su garganta.
Desvió la mirada a la derecha, en el tronco al fondo había sido aventado él. Arqueó ligeramente las cejas.
El dios ni siquiera había dado un paso fuera del sitio donde estaba meditando sino hasta que él clavó su espada en su pierna. No le habría costado nada eliminar a todos los demás antes de que escapasen. A la velocidad que se movió, ni siquiera habrían salido del claro.
*Nunca nos entenderemos*
¿Acaso intentaba entenderles? ¿Por eso se acercaba a la aldea?
Ahora le quedaba más claro que nunca. El dios solo se defendía.
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El Dios de la Arboleda #premiosadam2024 / #PGP2024
Fantasía"Incluso cuando tú no estés, yo seguiré aquí. Los mantendré con vida dentro de mis recuerdos, para siempre". En lo más profundo de la arboleda, donde los dioses caminan entre mortales y la oscuridad oculta secretos insondables, los doce cazadores m...