Capítulo 18: ¿Qué rayos pensaba Miram? || Parte 2

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El bosque se había vuelto extrañamente solitario y silencioso. Tenerla pegada al oído como una mosca molesta era ruidoso. No podía esperar para quitársela de encima o eso debía pensar, pero en su lugar un vacío ocupaba alguna parte en su pecho. ¿La humana le quitó algo? O, ¿le hizo darse cuenta de que había algo allí que faltaba?

Recordar su expresión cuando vio al roble cobrar vida durante la noche fue suficiente para darse cuenta de que no le irritaba su compañía.

Sus pisadas cobraron fuerza y las hojas comenzaron a crujir bajo ellas. Se detuvo.

Pensar así era peligroso. Fiarse, aunque fuese lo más mínimo de uno de ellos podía ser una sentencia de muerte. Esto sumado a que recientemente el grupo de adeptos, que iban a por él, frecuentaban cada vez más el bosque oscuro. Sin duda era sospechoso.

Desconfiaba más de ella que de la oscuridad de la noche. El abrazo de las sombras nunca lo defraudaba, podía contar con él cada día para ocultarse en él.

Esa pequeña curiosidad sembrada en su cabeza era lo único que lo hacía considerarlo siquiera.

El tronco de un árbol a su izquierda crepitó y el rostro de un conocido surgió de la madera. Siempre tan pesado.

—La humana es muy interesante —habló el rostro mientras dos puntos verdes surgían en la oscuridad de sus cuencas. Su voz como siempre le sentó como un alivio para la soledad.

—Desconozco aún sus motivos —comentó el dios con un tono relajado —. No confío en ella. Es cuestión de tiempo de que muestre su verdadero rostro: violento y egoísta. Justo como el resto de su traicionera estirpe —el dios hizo una pausa mientras escogía sus próximas palabras —. No tardará en rechazarme.

El ser arbóreo hizo un ruido crepitante y la deidad supo que su comentario le había molestado.

—No me gusta cuando mientes, mocoso —reprendió Aod para luego hundirse en la corteza.

El dios suspiró y la pesadez bajó su cabeza. Llevó un puño boca arriba frente a su pecho. Separó con lentitud las garras y una pequeña, pero intensa, luz azul resplandeció un par de veces como intentando despertarse. El insecto se animó y emprendió el vuelo, encaminándose hacia la bóveda celeste para perderse en la distancia. Pareció mezclarse con los cientos de estrellas.

Podía vislumbrar a la perfección el cielo nocturno desde donde estaba, acompañado del ensordecedor arrullo de una cascada.

*¿Qué cara pondría si viese este lugar? *. Se permitió cuestionárselo en la confidencia de su mente. Como la luciérnaga, algo se escapaba de su alcance. No podía palparlo con sus mortíferas garras. Era una necesidad que tenía con urgencia. La curiosidad podía ser tan reveladora como peligrosa.

De seguro había alguna frase respecto a eso, pero no le vino a cabeza.

¿Por qué una humana estaba interesada en ver a una bestia como él?

Se sentó cerca de la orilla de un dormido río y clavó la mirada arriba, como si fuese a encontrar la respuesta en alguno de los brillantes astros.

***

Abrió los ojos con pesadez. Sentía los párpados tan pesados como plomo. Se pasó toda la noche dando vueltas en la cama sin poder dormir. En algún momento su cuerpo se derrumbó del cansancio.

Un terrible malestar le dio náuseas mientras se sentaba para cerrar la ventana. Se había olvidado de hacerlo y fueron los molestos rayos de la mañana lo que la despertaron. Le habría gustado seguir durmiendo algo más, pero dudaba que su mente se lo permitiría.

El Dios de la Arboleda                           #premiosadam2024 / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora