Capítulo 3: ¿Algún día aprenderán? || Parte 1

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La criatura ya esperaba sentada sobre sus piernas en medio de un amplio claro cerca del límite del bosque oscuro, al otro lado. La gigantesca luna incidía inclemente sobre sus escamas azul marino, desnudas ante sus pálidos haces. Meditaba acompañado solo del afónico bosque a su alrededor. 

Sus ojos estaban cerrados, pero sus membranas auditivas estaban atentas a todo su entorno. Sabía que los humanos se acercaban hacia él, dispuestos a tomar su cabeza. La noche anterior se había recluido hasta una zona más apartada, pues quería evitar el derramamiento de sangre todo lo posible. 

Su gruesa cola dio un suave latigazo contra la baja hierba, aplastándola. 

Pero si ellos no pensaban claudicar, él no tenía por qué huir de su hogar. Por muy oscuro y solitario que fuese, era lo único que conocía desde su nacimiento. Estaba decidido a plantarles cara. 

Una ligera brisa se llevó consigo las pocas dudas que le quedaban mientras juntaba el ceño. Estaban cerca. 

*** 

Las antorchas bailaban en la oscuridad de la arboleda, como luciérnagas. 

Se movían en silencio sin hacer movimientos innecesarios, en perfecta sincronía ayudados por el inmenso astro sobre ellos. Una luna del cazador, ideal para cacerías nocturnas. Su esplendor bañaba toda la arboleda siendo innecesario cargar con más de cuatro antorchas. 

 Aiacos iba al frente liderando la formación en V con la iban avanzando, como una bandada de aves, seguido por Igro y Oleg. Los hermanos iban al final de todo en ambos extremos, vigilando los flancos y la parte trasera del grupo. Tenían una de las tareas más difíciles, pero eran junto a Igro los más prometedores. 

Llevaban un par de minutos moviéndose sin ningún problema. No había razón para que lo hubiese, aún estaban al otro lado de la zona oscura, pero pronto llegarían al límite. Luego de eso no sería tan sencillo. 

Aiacos sentía una extraña opresión en su pecho desde que entraron. Ahora no solo se trataba de una cacería, debían encontrar a dos chicos desaparecidos. Y uno de ellos era el hermano de Igro.

Le dedicó una mirada de soslayo a su compañero a la derecha, su vista estaba fija al frente mientras avanzaban. Cargaba con un enorme peso en sus hombros que Aiacos podía incluso percibir en sus movimientos. Sus pasos eran ligeramente más toscos y su brazo derecho estaba medio levantado, listo para agarrar cualquiera de las armas que tenía equipadas. 

Aiacos devolvió la mirada al frente y luego algo atrás, a su izquierda donde Oleg. Este asintió y Aiacos respondió de la misma manera. Todo iba bien de momento. 

Un agónico grito hizo que el grupo se detuviese en seco cuando Aiacos levantó la mano derecha con la palma hacia delante. Tomaron posiciones defensivas detrás de los árboles y arbustos.

Cuatro de ellos cargaban antorchas. Dos al inicio de la formación justo detrás de Igro y Oleg, y dos al final, antes de los hermanos. El resto ya tenía los arcos tensados y apuntando al frente de donde provenía el grito, listos para que una lluvia de flechas acribillase al peligro que saliese de entre la maleza. 

El ruido de los pasos acelerados y las ramas balanceándose cada vez se escuchaba más cerca, estaría sobre ellos pronto. 

El ruido desapareció, manteniéndoles alerta un par de minutos, pero nada salió. Todos permanecían en espera de las órdenes de Aiacos que comenzaba a levantar la mano para indicarles que sutilmente fuesen avanzando sin bajar la guardia. 

El gesto de Aiacos se cortó cuando alguien salió disparado de entre los arbustos y cayó de bruces al suelo. Los arcos se tensaron de nuevo, pero Aiacos alzo el brazo esta vez para que se detuvieran. 

El Dios de la Arboleda                           #premiosadam2024 / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora