Capítulo 5: ¿Qué se desvanece al enfrentar la realidad? || Parte 2

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Ya era mediodía, con el sol en su punto más alto. Estaba siendo un día demasiado caluroso, como si fuese la calma antes de la tormenta.

Los momentos después de la revelación fueron especialmente difíciles. Los aldeanos de Cepir tuvieron que tragar que los mejores cazadores de la aldea fueron asesinados de la noche a la mañana. Afectaba en gran medida a todos, no solo a sus familiares, pues el comercio de la aldea con el exterior se basaba casi explícitamente en lo que obtenían los cazadores de la arboleda. Aún quedaban cazadores, pero ya no estarían tan dispuestos a adentrarse en el bosque.

La posada ya estaba casi vacía, la mayoría de los aldeanos se marcharon indignados luego de que Aiacos se devolvió a su habitación con ayuda de Levanor. Toda la confianza que habían depositado en él fue rota en pedazos después de un par de palabras. Levanor se había marchado poco después mientras era acribillado con miradas de asesinato.

*Cobarde*. Fue lo que escupió la muchedumbre. Y eso que ni siquiera sabían que él no había entrado al bosque oscuro.

Quedaron dentro solo unos pocos clientes borrachos que no les hicieron mucho caso a las palabras de Aiacos.

Mana acompañó a la madre de Vailor hasta salir de la posada y la rodeó con un abrazo.

—Pobre Aiacos —dijo la anciana con voz ahogada.

Mana se separó de ella y se formaron dos finas líneas en su frente.

La anciana dibujó una amarga sonrisa en su rostro mientras pasaba sus arrugados dedos por las mejillas de Mana para limpiar algunas lágrimas.

—No dejes que tu padre se culpe más de lo necesario. Mi hijo era un cazador, él encontró su propia muerte y cazará con Emerwyn para toda la eternidad —su labio inferior tembló y luego lo mordió antes de continuar —. Si es que ella sigue allí.

A Mana se le encogió el corazón de la pena.

La diosa de la cacería, Emerwyn. Según las historias de la aldea de Cepir, hace muchos ciclos que murió a manos de otros dioses. Pero no se sabe mucho más. Aun así, algunos aldeanos, sobre todo los cazadores, continuaban creyendo en ella y que luego de la muerte les espera la cacería eterna a su lado. Un enorme coto de caza por el que podrían correr para siempre. Para los más fieles a ella, cualquier otro dios se convirtió en objeto de su odio. Si realmente la habían asesinado, los habían privado a ellos de su sueño más codiciado.

Mana asintió varias veces antes de forzar una sonrisa. Se irguió y despidió a la anciana balanceando la palma de su mano, la cerró en un puño y se la llevó al pecho. Seguía siendo demasiado duro.

Dio la vuelta para dirigirse a la barra.

Las personas intentaban encontrar esperanzas incluso después de descubrir que habían muerto. Querían creer que a pesar de todo les esperaba algo mejor allá donde estuviesen. Era como una droga adictiva que no querían despegar de sus corazones.

Otros ya no querían más de ella.

—Ponme una jarra, Elia —dijo un hombre de avanzada edad frente a la barra. Ojos y cabello oscuro con un par de mechones teñidos de blanco. Era el padre de Hendrik y Eric.

—Ya es la quinta, Alarick —señaló Elia, preocupada. Él no solía beber tanto.

Alarick negó con la cabeza. —No serán suficientes —. Y sus ojos se cubrieron de lágrimas.

—Vete a casa y descansa, ha sido un día difícil —sugirió Elia con un tono tan cálido que derretiría la nieve mientras arropaba las manos de Alarick con sus dedos para tranquilizarle un poco.

El Dios de la Arboleda                           #premiosadam2024 / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora