Capítulo 18: ¿Qué rayos pensaba Miram? || Parte 3

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Aiacos estornudó. Pensó que era raro ya que nunca se resfriaba.

Caminaba, hacia los aposentos del alcalde, por una plaza poblada de caras largas por parte de los vendedores. Los puestos estaban abiertos, pero los pocos aldeanos que había no se veían muy interesados. El ambiente no estaba mejor que en la posada. Toda la aldea parecía tener los ánimos bajo el peso de un oso rojo.

Luego de pasar por casa de Nereus a dejarle la parte de los beneficios de Vailor que Oosai le había dejado, ya había visitado a todos los familiares de sus amigos. Al final decidió dividir la parte de Rilas entre los demás ya que estaba seguro de que era lo que hubiese querido.

Sabía que sus padres vivían en alguna parte de la Región de Valia, cerca de la playa, pero por lo que le contó Rilas no sentía nada por ellos luego de que lo echasen de su casa.

Las porciones de Igro y Levanor aún las conservaba para dárselas en cuanto tuviese una oportunidad.

Y mira por dónde, ya iba a salir de uno. Levanor que iba saliendo de la casa de Miram, lo saludó.

—Ha pasado algo de tiempo desde que te vi sin estar pisando una túnica —atacó Aiacos, incapaz de ocultar la rabia que le daba pensar el bando que había escogido su amigo en esa batalla.

Levanor dejó pasar su comentario como si lo mereciese. Suspiró con pesadez.

—¿Vienes a ver a Miram?

—Así es —afirmó Aiacos y sin dar más explicaciones pasó por su lado.

Levanor le agarró un brazo por encima del codo. Parecía querer decirle algo, pero no habló.

—Eso pensaba —se zafó de un tirón y caminó un par de pasos antes de darse la vuelta —. Casi lo olvido. Aquí tienes tu parte de las ganancias del último lote que le dimos a Oosai. Aunque quizás es poco comparado a lo que te estén pagando para decir semejantes chorradas.

Aiacos le arrojó una bolsa con monedas y Levanor la recibió con ambas manos.

—No me pagan nada. Hago esto precisamente por nuestros amigos —aclaró Levanor con sus ojos cafés tintados de pesar y una determinación que Aiacos nunca antes había visto en él —. Ni tú pudiste acabarlo, y eso que eres de lejos el mejor cazador en toda la historia de Cepir. Si los adeptos pueden vengarlos, que no te quepa la menor duda que haré todo lo que esté a mi alcance para ayudarlos. Aunque eso signifique que tenga que tragarme mis principios en el proceso.

¿Venganza? El mismo camino que había decidido recorrer Igro. Casi sonaba convincente, pero por algún motivo algo no le encajaba del todo.

—Si no tuvieras la cabeza tan metida en el culo de Gredos, podrías darte cuenta de lo estúpido que estás sonando —reprendió Aiacos con un amargo tono embarrado de decepción —. Ayer incineraron a uno de los suyos frente a todos solo para "disculparse". Tus principios es lo más ligero que tendrás que tragar, la sangre inocente quizás no tanto.

—Sé lo que le ocurrió a ese adepto y, ...también a Galos. Era necesario, sino...

—Síguete diciéndote eso si te ayuda a dormir —cortó tajante Aiacos. No iba a perder más tiempo con un necio.

Se metió en la casa del alcalde con un mal sabor en la boca. Lo que decía Levanor no lo convencían para nada.

Subió las escaleras justo frente a la entrada sin esperar a que la sirvienta le indicase que podía hacerlo. Nunca lo había hecho y no iba a empezar a hacerlo entonces. Los escalones paraban en un descanso y luego seguían en dirección opuesta. Al llegar arriba del todo, la oficina del alcalde era la primera puerta a la izquierda frente a la escalera. La abrió sin previo aviso.

El Dios de la Arboleda                           #premiosadam2024 / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora