Capitulo Dieciocho.

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Margot Smith:

El techo tiene grietas.

He estado viéndolo todo el tiempo y lo único que veo son grietas, creo que me estoy volviendo loca. Han pasado dos días más desde aquel entonces, parece ser que ya pasó un mes desde que llegué aquí, parece ser también que la primavera está por llegar por qué hace menos frío por las noches.

No entendía en qué momento estaba, pero lo más seguro era que tendré que estar aquí más tiempo de lo esperado.

Damien no ha venido desde aquel día, lo cual agradezco. He estado más temerosa desde aquel tiempo, ya que tengo miedo de que me haga algo.
Inhaló profundo y me abrazo de mis rodillas. En serio esto me estaba superando.

Margara tiene tiempo sin venir. Desde aquel día, ya no la he vuelto a ver, aunque se mostró sumamente preocupada por el incidente, Margara desapareció después de eso.

¿Acaso...?

No, no podía.

Claro que no.

Me acerco al balcón, estando ahí, me siento en la pequeña sala de jardín que había ahi, una mesa de cristal y una maceta pequeña sobre está. Maldita sea.

Miró hacia abajo, la piscina sigue ahí, pero se ve jodidamente alto.
No podía aventarme. Encima aún seguía delicada.

—¿Cómo es posible que sea tan jodidamente rico para hacer una casa de tres pisos? —susurro con rabia.

Papá con duro trabajo y esfuerzo pudo comprarse una que  solo tiene una habitación en el segundo piso, en el primer piso está su habitación, y debajo de la mía.

Es así que en un movimiento rápido, la puerta se abre, veo de nuevo al chico rubio abrir la puerta y entrar como su casa, me busca en la cama, cosa que no me encuentra, después voltea hacia el balcón.

—Por un segundo pensé que habías huído, ahora yo sería el muerto aquí —me dice Alexander antes de llegar a la sala.

Alexander ha estado trayendo mi comida. Tal vez por el incidente, ya no han mandado a Margara, ni siquiera a cocinar.

—Come —me dice antes de sentarse.

Veo la comida y siento como mi estómago se revuelve.

Después del incidente, no he estado comiendo mucho.

Cada vez que traían comida a mi, me daba miedo ingerir un bocado, ya que el miedo de que esté envenenado me seguía atormentando todos los días. Tenía tanto miedo que quería morir.

Algo que amaba hacer antes ahora conserva recuerdos.

Amaba comer con papá.

Es ahí cuando siento que los ojos comienzan a picarme y la garganta a dolerme.

—Oh, ahí vas a llorar otra vez —me dice Alexander cansado—. Siempre que vengo te escucho llorar, y mencionar a tu padre, ¿Qué más quieres niña? A otras mujeres las matan apenas llegan a la mano del enemigo, tu ya llevas un mes aquí, y viva. Tienes techo, comida, y vistes lindos vestidos caros.

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