Capitulo Dos.

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Damien Walker:

El sol por la mañana de Florencia no es una broma; me obliga a abrir los ojos y levantarme de la cama, el sonido de los autos abajo me hace doler los oídos, ¿Por qué había tráfico tan de mañana?
Apenas eran las siete, así que pensé que tal vez los padres llevaban a los niños al preescolar o primaria, siempre hay tráfico en estas horas, y siempre es excesivo.

Para irme será un gran problema. Me giro sobre mi torso y veo a una mujer negra sobre la cama que duerme plácidamente, su forma no es digna de admirar, al igual que su cabellera rizada, sus curvas bien definidas y su rostro en simetría perfecta. Observo como se mueve y poco a poco abre los ojos.

El sol la despertó también,su piel brilla con el sol y hace resaltar sus ojos en un avellana intenso.

—¿Ya tan de mañana, Damien? —me dice con voz soñolienta.

Paso mi mano por su cabello y se pierde entre sus hilos, sonríe y se acurruca contra mi mano.
Sus pómulos brillan y sus labios pálidos se ven mejor cuando está recién despierta, si que era un privilegio de mujer.

—¿Cuánto? —le digo buscando en mi billetera.

—Ya sabes que no es nada, Damien. Yo también lo disfruto.

Miró entre mis billetes y tarjetas. Tres billetes me estorban.

—Ten, paga el taxi o que sé yo. —Le digo guardando mi billetera en mi pantalón, me levanto y escucho como ella se acurruca entre el edredón.

Abrochó mi pantalón y miró a la chica, está sonríe maliciosa y mueve los billetes entre sus dedos.

—Toma, no los necesito. Alberto está afuera.

Alberto era su esposo.

Era un matrimonio arreglado así que ambos no mantienen una relación en sí.

—Tomalos, lleva a tomar algo a tu esposo o que sé yo.

Abrochó mi camiseta, los botones lucen extensos así que los dejo hasta el pecho, tomo mi gabardina y me siento sobre la cama para poner mis zapatos, la mujer se sienta sobre sus piernas, me toma del cuello y sube las manos hasta mis mejillas acariciando y acunando en sus manos mi rostro.

—Mi hermoso Damien —susurra—. ¿Estarás bien?

—Nunca lo he estado —le digo mientras lucho con el zapato. En serio estaba lleno de resaca.

La mujer se sienta sobre la cama y me ve mientras amarró mis zapatos. Si que estaba embobada.

—Sabes lo que quiere mi padre, ¿No?

Al fin están en su lugar, me giro y la veo. Parece que al fin tendrá que formalizar con Alberto.

—Quiere que tenga un hijo de Alberto —me dice, me ve—. No quiero ser madre —dice en un suspiro para dejarse caer sobre la cama.

—Es lo que ganas por ser la única hija de David —le digo levantando de la cama y tomando mi suéter en manos—. Nos vemos, Francisca.

Ella levanta la cabeza y sonríe.

—Hasta luego, Dan.

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