Capitulo Treinta y Uno.

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Appartenente.
Judas está entre nosotros.

Margot Smith.

Papá siempre me contó sobre Regina Smith y sus hazañas como ama de casa. Siempre me contó sobre como era su físico, su personalidad, y siempre había tiempo para mostrar fotos y hablar de la mujer de la vida de mi padre. Tengo los recuerdos vividos, fueron los tiempos que más convivimos, ya que papá siempre ha estado ocupado en el trabajo y la mayoría del tiempo solía estar sola.

Alguno de esos días, me regaló una fotografía en la que mi madre salía recostada mientras se tapaba el sol, miraba a mi padre, me decía que la mayoría del tiempo siempre tenía aquella mirada en sus ojos, cálida, tan perfecta para ser comparada con la de una modelo, tan perfecta para ser exhibida en algún museo, perfecta para ser su esposa, su Regina.

Papá perdió la esperanza de que pudiera decir algo cuando ella desapareció, ya que parecía ser que ella había salido por cuenta propia de la casa, yo era pequeña, por lo tanto, cuando miraba más oficiales de policía, personas vestidas de blanco limpiando con hisopos, brochas, luces moradas que dejaban a la vista huellas y cosas extrañas en casa, comprendí perfectamente que algo grave había pasado, cuando pregunté a papá, solo me dijo que todo estaba bien.

No supo nada de ella por doce años..

Fue así hasta que la encontró en aquel canal. No podía describir la soledad que sentía en el pecho, aquel poco calor que podía conservar de su nulo amor, se había convertido en una tormenta de nieve intensa que sabía que jamás se detendría. No conviví con ella lo suficiente para decir que la amaba lo suficiente para poder llorar su muerte, más aún así, dolía.

Dolía bastante.

Toda mi vida he estado sola, toda mi vida he sido solo yo y nadie más que yo. Por esa misma razón, ahora mismo estoy hecha trizas por conocer al asesino de Regina Smith.

La persona que me hundió en esta fuerte soledad.

Al asesino de mi madre, la persona con la que he estado teniendo intimidad, e incluso, había comenzado a tomarle algo de afecto. Siento mi pecho apretado, mi alma duele, mi cuerpo se siente débil...

¿Qué debo hacer? ¿Huir? ¿Tendría el valor de huir en aquella cena?

¿Debo de esperarte, David?

Es así que la puerta se abre, la presencia de Damien se siente por toda la habitación, sus pasos silenciosos, sus respiraciones tranquilas y sus chalecos icónicos que podría jurar, jamás olvidaré.

Es así que retrocedo, las lágrimas están saliendo de nuevo, siento mis ojos adoloridos e hinchados, pareciera ser que están tan secos que las lágrimas salen calientes de mis dolidos ojos, sentía como mi rostro estaba tan hinchado, que posiblemente pensarían que Damien tiene una amante.

Su triste amante.

-¿Por qué aún no te has vestido? Es un lindo vestido..

Damien toca la tela, levanta sus ojos hacia los míos y sonríe.

-¿Lo reconociste no es cierto?

¿Cómo no podría? Mi padre me habló incontables noches sobre el vestido que mi madre uso cuando desapareció, el icónico vestido blanco de la señora Smith.

Fue un caso que sonó unos días aquí en Italia después, todos lo olvidaron. Hasta que el controversial caso de las trece mujeres impacto a todo Italia e impidió que las personas salieran por la noche por trece semanas.

Fue un caso doloroso.

Más por qué en todas las noticias, mamá salía como una de las víctimas, ya que algunas personas no pudieron ser reconocidas y se emitieron en televisión nacional, y en otros países las imágenes de las trece mujeres ya que algunas parecían no ser de Italia.

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