Capítulo 3

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Las hadas no paraban de moverse de un lugar a otro, había un escenario con una orquesta tocando unas polifonías divinas.

Intentaba localizar a mi mejor amiga. Hasta que vi su cabello rubio y sus ojos verdes mirarme. Tenía lágrimas rojas cayendo por sus mejillas. Sangre . En Hurgaftan lloramos con lágrimas cristalinas, pero cuando se llora por amor a alguien, lloramos sangre.

Ella solo me miró, fui hasta ella directamente y la acogí entre mis brazos.

—Orenda—solo me miraba.—¿Qué sucedió?

—Me mintió—musitó.—Me engaño, yo le creí. El chico, Afra. Todo fue mentira.—murmura con voz dolida.

La aparto, limpiando sus lágrimas de sangre. La tomo de los hombros y digo:

—No llores Orenda, no vale le pena llorar por personas que te quieren y después descubres que todo fue un engaño. Solo no llores, mira adelante y sigue tu vida, el karma no tardará en llegarle a esa persona.—La abracé sabiendo que no aplico mis consejos en mí misma.

Las trompetas sonaron. Ya empezaría mi función. Me verían los reyes. Juro que temblaba de pies a cabeza. Solo tenía que subir al escenario, tocar mi flauta y sonreír. Terminar la función, despedirme de Orenda y mi abuela. E irme con Saimond, a donde el viento nos lleve, a cualquier reino, empezar una nueva vida. Todavía me pregunto. ¿De quiénes habla mi abuela? Yo solo le hago caso, sus predicciones siempre se cumplen. Solo espero que ella y Orenda estén bien.

Deje de abrazar a Orenda, di un beso en su mejilla y fui en busca de mi flauta. La saqué de su estuche, era tan perfecta, es de oro porque yo no podía tocar la plata a penas tocaba la plata mi piel se quemaba. Ya tenía la flauta en mis manos. Subí los tres escalones hacia el escenario. Desde aquí observé a Ciro VI Donalist el rey, a la reina Nyzza Donalist, al príncipe Ciro VII Donalist. Los tres tenían un cabello pelirrojo, pecas dispersas por sus caras y por la distancia no supe de que color eran sus ojos. Un poco más al costado vi a Rinasí II Lerencee y Denesia Lerencee, los reyes del reino de los elfos, sus orejas puntiagudas lo decía todo. Pero su hijo no estaba por ninguna parte. Respiré, me acerque al micrófono de humanos y me presenté como tanto ensayé:

—Buenos días a todo el reino de las hadas. Yo soy Afra tuedelaff, nieta de Arentina Tuedelaff. Gracias por darme el placer de tocar una parte de mi canción para ustedes y espero que disfruten de tal exquisitez—murmure fuerte al micro, tratando de no morir de nervios.

Retrocedí un poco, me senté en la silla dejando mi flauta sobre el piano. Con calma, quité de mis manos los guantes de camionero dejándolos al lado de la flauta. Tome la flauta y comencé. Lo único que se oía en todo el reino de las hadas era el viento acompañado de la dulce melodía que recitaba con mi flauta, una melodía lenta, poco a poco se apresuraba. Mientras tocaba un cuervo blanco se posó en mi hombro derecho, según las hadas, daba buena suerte, continúe tocando con el cuervo en mi hombro. Terminé la melodía en un resoplido. El reino entero estuvo los próximos cinco segundos en silencio.

¿Les habrá gustado?

Todo el lugar explotó en aplausos, gritos y chiflidos.

—¡Hermosa obra!—oí a lo lejos

—¡La mejor flautista del reino!—gritó una mujer de vestido rojo y alas casi transparente.

-—¡Otra obra, por favor!—gritó más fuerte un hombre que estaba cerca del escenario.

La sonrisa en mis labios era la más sincera que podía haber expresado en mi vida. Los reyes estaban parados aplaudiendo. Mientras que el cuervo blanco en mi hombro no se movió. Los aplausos iban cesando y yo hice una ligera reverencia.

Hubo de un momento a otro un liga de sonidos extraños, se escucharon gritos, pero no parecían de felicidad, se formó un mezcla de sonidos en lo que se oían disparos, las hadas corriendo de un lugar a otro, los gritos de los reyes y la multitud. Un disparo llegó hasta mí, haciendo que el cuervo blanco recibiera el tiro callendo a mis pies. Se veía su sangre manchando su plumaje.

Por un momento no me moví, a mi cabeza llegó:

"—Solo protege a tu hermano, Afra."

Corrí, huyendo del escenario. Vi a Saimond en una esquina con mi mochila apretada contra su pecho y lágrimas bajando por sus mejillas.

Corrí hasta él agarrando su brazo, metí en un segundo la flauta y los guantes de camionero. Lo arrastré por la multitud saliendo del caos que se formó en menos de minutos. Mi paso aflojó cuando vi a mi abuela con su vestido blanco ser golpeada por esos guardias y descender hasta el suelo. Aparté la mirada sintiendo las lágrimas deslizarse por mis mejillas.

—¡Corre!—le grite a Saimond mientras lo jalaba para que siguiera mi paso.

Observé a Orenda entre la multitud corriendo hacia mí. Solo yo podía salvarnos. Iba a sacar mis poderes y me va a importar una mierda estar rodeada de hadas.

Un guardia corría tras de ella con un fusil en las manos. Levanté las manos haciendo que gruesas raíces salieran de la tierra rompiendo el pavimento de la calle. Hice que las raíces agarraran al hombre de los pies y lo tumbara al piso remolcando su cuerpo lejos de mi amiga.

Mi primer poder: controlar las raíces que había bajo tierra, moverlas, romperlas o sacarlas a la superficie.

Orenda no mira atrás, seguía corriendo en mi dirección. Otro guardia se interpuso entre el poco espacio que había entre mi amiga y yo. Sacó su espada penetrando el abdomen de Orenda. Ella cayó de rodillas al suelo, seguido su cuerpo hasta que estuvo por completo en el suelo, su sangre se deslizaba por el pavimento.

Mire a mi alrededor, sangre, sangre, sangre...

Las palabras de la abuela retumbaron en mi cabeza.

"—Escucha Afra—me interrumpe.—Mañana tocaras con tu flauta, serás feliz, vestirán de negro como siempre—para no llamar la atención.—Disfrutaras con Orenda... Cuando el festival culmine, te irás con tu hermano, a otro reino cualquiera, a excepción del reino de los hechiceros—¿Qué? Ese reino es tan misterioso. ¿Por qué irse tan repentinamente? ¿Que pasa? Mi cabeza está llena de preguntas, pero no le digo nada —Te irás antes de que ellos lleguen."

Corrí con mi hermano pequeño de la mano, corrí sabiendo que la única vida que podía salvar era la de Saimond. Corrí con el recuerdo de los ojos cafés de mi abuela, corrí con el recuerdo de las carcajadas de Orenda en cada charla. Corrí cumpliendo la promesa que prometí. Yo protegeré a Saimond, mi vida depende de ello. Porque si él muriera... ¿Qué sentido tendría?

Ya bastante alejados del pueblo, llegando al bosque, empecé a caminar más lento por el pojado. Mis oídos solo escuchaban el llanto de Saimond. Me agaché hasta su altura.

—Pequeño, mírame, todo estará bien—le susurré en un tono dulce, me estaba destruyendo ver su carita empapada en lágrimas—,todo estará bien, no llores, yo te cuidaré. Nos vamos.

—La...abu-e...abu-uela...abue-e—lloriqueó tratando de decirme algo de abuela. Sus sollozos aumentaron.

Lo pegué a mi pecho y susurré:

—Todo está bien pequeño, la abuela está en el cielo, te verá todas las noches, ya es una estrella como las que observamos desde la azotea.

Él puso sus manitas delante de su cara tapando su dolor. Me quité la capa, se la puse encima, colgué la mochila a mi hombro y cargue en brazos a Saimond.
Abrí mis alas. Hice un aleteo despertando del dolor que era tenerlas comprimidas a la espalda.

Mis brazos se aferraron a Saimond y la mochila, corrí cogiendo impulso y alcé el vuelo.


Nota de autor:

Hola mis queridas especies. Ya estoy matando a mis personajes y no he ni comenzado la historia. En fin...

Diccionario:

Polifonía : armonía resultante de diversos sonidos

Pojado : camino rural , ante intransitable por la lluvia y que ya adquirió cierta firmeza por las pisadas de animales

Liuba🥑

Las alas del atrix [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora