Epílogo

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Afra Tuedelaff

Sentí que me bajaron del caballo, estuve todo el viaje inconsciente. Estábamos en otro castillo, el olor a petricor predominaba y la niebla no dejaba que mis ojos vieran correctamente.

La luna llena resplandece en el cielo y los cuervos blancos van de un lado a otro. Los guardias mi arrastran, el empeine de mis pies se desliza por el sueldo empedrado sacándome la sangre y haciéndome ver estrellas del ardor.

No tengo fuerzas ni para quejarme, ni para llorar, el vacío estaba dentro de mi pecho. Sus palabras, su risa, su burla, su desprecio, su voz, su traición. Todo, todo daba vueltas en mi mente. Todavía no me creo que fue real.

Quisiera pestañear y que al segundo me despertase con su cuerpo abrazado al mío diciendo que fue una pesadilla.

Ojalá no lo hubiese salvado.

Ojalá hubiese muerto.

El rey Exel camina a nuestro lado con una sonrisa que parece pasar más allá de la comisura de sus labios.

Ojalá yo no hubiese confiado, no hubiese sido tan ingenua, tan tonta, tan necesitada, tan miserable, tan... Ojalá no me hubiese enamorado.

Ojalá no me sintiera tan usada, tan desgastada, tan débil, tan patética.

Entonces... ¿Exel y Zyker son hermanos? No se parecen tanto.

Entonces... ¿Todo lo que Zyker sentía por mí era mentira? Si, lo era, lo demostró, me lo dejó más que claro.

Bajamos las escaleras, mis alas caían y también se arrastraban, pesaban tanto como el hierro.

Abrieron una reja y me tiraron dentro de una celda, fría, solitaria, cruda.

El guardia encadenó mi cuello y una de mis muñecas. Las cadenas eran de plata, me retorcí al sentir la quemazón.

—Linda niña... Nos divertiremos mucho—murmura Exel acercándose. Yo retroceso hasta chocar con la pared pedrosa.

—¡Aléjate!—bramé.

—No seas tan arisca niña, tú y yo nos llevaremos bien...—me dió otra de sus sonrisas retorcidas. Sus ojos de un tono gris-azul eran como imanes, expresaban crueldad, sed de sangre.

—¡No te me acerques!—gruñí.

—Tranquila niña. ¡Guardias!—los llamó—. Traigan su comida.

Un guardia apareció con un plato de aluminio, lo lanzó delante de mí, el sonido inundó la celda. Caí de rodilla y comencé a comer, como los perros, como los animales, sin cubierto, solamente con la boca. Mi hambre era tanta como para hacer algo así.

Dejé el plato vacío.

Retrocedí sobre mis cuatro extremidades cuando Exel avanzó hasta mí.

—Muy bien niña...—dió una zancada hasta mí y en un abrir y cerrar de ojos me clavó una jeringa con un líquido verde brillante.

Me quedé mirando sus ojos mientras él metía el líquido tibio dentro de mis venas.

Se separó y me dió una mirada...

—¿Es rabia lo que huelo en tu sangre?—preguntó al retirarse.

Mi vista se tornó nublada hasta caer a un lado perdiendo la conciencia.

(...)

—¡Dime una mentira! ¡Dime una sola mentira!  ¡Te lo ruego! ¡Miénteme!—lloré.

—¿Quieres una mentira?—preguntó calmado y yo asentí—. Te amo, condenada.

Abrí mis ojos con la cara empapada en lágrimas rojas. Sentí que las cadenas me ahogaban, la sangre pasaba con mayor rapidez por mis venas.

Hundí las uñas en mi cuello descargando la adrenalina, la sangre corría como un río. Sentí que algo más allá de mi mente me dominaba.

Grité, grité desgarrando mi garganta soltando todo el dolor que tenía dentro. Me arañé el cuello intentando quitarme la cadena mientras lloraba. La sensación de asfixia me agarró y yo abrí la boca para respirar.

«Quiero morir»

Grité y grité y grité y grité.

Tantas veces hasta quedarme ronca.

La celda se abrió, entraron guardias y Exel con esa corona de plata y su pelo negro desorganizado.

—Hagan su trabajo—murmuró. Los guardias llegaron hasta mí, puede sentir la sangre salir de mi cuello y manchar mi vestido y el suelo.

Los guardias me colocaron una cadena en la otro muñeca, me inmovilizaron los brazos. Quitaron la cadena de mi cuello. Estaba libre del ardor.

—Limpien toda esta cochinada. ¡No quiero oler su sangre! ¡No quiero hacerlo!—los guardias me lanzaron una cubeta de agua congelada que me hizo temblar.

Quitaron la sangre del suelo. La celda quedo libre de sangre. Solamente goteaba de mi cuello.

Exel se acercó y yo no tardé en escupir su cara. Se limpió con asco.

—Tranquila, niña. Morirás... pero no será de esta manera—se acercó y pegó su nariz a mi cuello oliendo mi sangre.

Le lancé una patada en los huevos.

—¡No te me acerques! ¡Imbécil! ¡Estúpido! ¡Sucio! ¡Viejo morboso! ¡Promiscuo de mierda!—grité.

Él me dió una mirada que movió algo en mí, me causo un miedo y una rabia incontrolable.

Salió de la celda.

Temblé de frío y logré dormir cuando la tenue luz de los soles entró por las estrechas rendijas de la celda.

Tengo ganas de morir pero mis ganas de ver a Saimond y matar a Zyker son más grandes, esos son los únicos dos motivos por los cuales me mantendré con vida.

FIN

Las alas del atrix [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora