Capítulo 4

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Después de estas tres horas y media volando, voy bajando hasta tocar el suelo del nuevo reino en el que estaré. ¿Será el del vampiro o el de los elfos? Prefiero los elfos, ya sus reyes me conocen. Vuelvo a llevar las alas a las espalda y ponerme la capa. Lo bueno de esto es que tengo dinero suficiente. Tengo a Saimond dormido entre mis brazos y mis recuerdos del momento en que atraviesan a Orenda con una espada y golpean a mi abuela no cesan.

Primero me paro a observar el lugar, la mayoría de las casas son de colores café, gris y negro. El suelo es pedroso, hay paneletas frente algunas casa. En el centro del pueblo hay una horca, una ¿Hoguera?
También hay ocho cruces gigantes de aproximadamente seis metros de alto.

Veo desde lo lejos como unos guardias acarrean a un hombre.

—¡Muevete maldito prisionero!—le grita un guardia al hombre encadenado.—Hoy es tu día.

Le dirigen a una de las cruces. Dos de los guardias hacen que la cruz se hunda dentro del suelo haciéndola más pequeña, tan pequeña para que el prisionero de casi dos metros quede a su altura. Empujan al hombre haciendo que su espalda quede pegada a la madera de la cruz. Alzan sus brazos, veo como un guardia tiene un martillo. ¿Le va a pegar con él? Entonces un guardia pone en posición vertical un clavo en la mano del prisionero, el guardia, le arrebata de la mano el martillo y da en el clavo, sacándole un grito de dolor al prisionero. ¡Esto es un horror! Están incrustando clavos en sus manos y atando sus pies. El guardia que sobra mueve una palanca, y lo que se hundió de la cruz sale de nuevo, haciendo que regrese a su tamaño de  seis metros. Los guardias se retiran. Solo se oyen los gritos del hombre.

—¡Piedad por favor!—grita el prisionero—¡SUPLICO PIEDAD!—grita, transmitiendo hacia mi una sensación de dolor.

Con una mueca retroceso, voy directo a la edificación que tiene el cartel "se alquila departamento". Miro hacia atrás y veo como hay otro hombre en otra cruz. No sé mueve, estará... ¿Muerto? Sí

Veo las cenizas debajo de la hoguera, haciéndome estremecerme. ¿Que rey quema a sus súbditos por un simple delito?

Entro al local tratando de olvidar lo que acabo de presenciar allá fuera. Hay unos muebles sencillos, unas escaleras y una mujer calva con uñas largas, con un... ¿Celular? Es la primera ves que veo uno, son de humanos. Me paro en frente de ella, desconecta la mirada del celular y me mira.

—¿Quieres establecerte aquí?—pregunta señalando al piso con su dedo.

—Si—le digo de forma sencilla.

—Cuatrocientas monedas de Troche.—murmura como si nada, son ¡Cuatrocientas monedas de Troche! Cien monedas equivale a un billete verde. Saco mi cartera, le tiró 4 billetes a la mesa. Ella los recoge encantada.

—¿Sabes siquiera dónde estás preciosura?—me pregunta en voz baja.

Yo me encojo de hombros.

Siento un poco de miedo saber que no sé dónde puñeteras estoy. "Puñeteras" , esa palabra la diría Orenda. Una ola de tristeza me invade.

—¡Bienvenida al reino de los hechiceros, preciosura!

Esperé sentir el cosquilleo en mi nuca, para comprobar que es mentira, pero es verdad.

Segundo poder: puedo saber cuando alguien miente o me dice la verdad.

Su comentario me descoloca por completo. Recuerdo cómo mi abuela insistía que no viniera aquí y mira dónde termine. JAJAJA. Todo me pasa a mi. Maldita vida. ¿Por qué el cielo tuvo que vomitarme a mi?

—¡¿Qué?!—meto un grito, horrorizada.

Suelta una carcajada dándome las llaves.

—Suerte si consigues vivir aquí por más de una semana preciosura—me grita mientras me voy alejando.

Las alas del atrix [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora