1 -EL REFLEJO

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«Con seguridad,
no nací un gran día.
Con solo mente y ojos,
me empecé a desperezar».

                                                                                                                                                       A. Balconte, LasHojas

El Reflejo supo que las luces de la noche estaban en la posición correcta y volvió al torreón

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El Reflejo supo que las luces de la noche estaban en la posición correcta y volvió al torreón. Volvía vez tras vez, aunque desde que quitaron el panel protector de la ventana, ya no podía ocupar su lugar como antes. El marco vacío lo dejaba expuesto a los elementos, la lluvia y el viento lo herían, y los rayos parecían buscarlo con sus brazos quebrados y sus manos eléctricas.

La primera granizada lo pilló desprevenido y los impactos le hirieron dejándole surcos negros muy dolorosos en toda su superficie. Bajó por la escalera interior y entró en la habitación de los espejos inertes, buscando refugio. Era un dormitorio grande con ventanales que cubrían la pared de la derecha y paneles de espejo al frente y detrás. El Reflejo no se sentía bien en este lugar porque, si estaba tranquilo, los cristales no reflejaban nada, pero si estaba agitado, emitía luces iridiscentes que los espejos multiplicaban hasta inundar la estancia con destellos cegadores.

Esa vez vio cómo su cuerpo amorfo, acribillado de estrías negras, se difuminaba en los fondos insondables de cada cristal y su mente se perdió en aquella oscuridad indefinida.

Entonces recordó el día en que se rompió tratando de alcanzar a Lucy. Parecía que la niña quería comunicarse con él, porque la vio hacer los mismos gestos manejando la tablet. Por eso, cuando hizo vaho en su superficie y lo tocó para dibujar formas, fue consciente de sí mismo, porque alguien podía tocarlo, y pensó que la niña también se había dado cuenta de que existía.

El Reflejo no sabía que Lucy sólo vio cómo el cristal de la ventana se combaba hacia ella para terminar rompiéndose en el suelo. La niña estaba demasiado horrorizada al ver como los trozos de vidrio esparcidos a sus pies se fundían y reagrupaban en una masa amorfa de color gris plata.

Los gritos de Lucy atrajeron a Castle, Lion (el guardaespaldas) y la madre de la niña. Todos se quedaron atónitos al contemplar al Reflejo tratando de imitar una figura humana. Cuando empezó a moverse hacia ellos, madre e hija huyeron de allí gritando, pero Castle dio un paso hacia adelante que el guardaespaldas, como un resorte, abortó interponiéndose en su camino. El Reflejo se sintió acorralado y en su ímpetu por salir de allí derribó a Lion que quedó tendido en el suelo inconsciente.

El Reflejo siguió huyendo hasta llegar a la cocina de la planta baja. Todavía podía oír las voces alteradas de Lucy y su madre en las habitaciones cercanas a la entrada. Se escondió en las sombras asustado. Sin embargo, su mente, que analizaba todo lo que podía ver y sentir, repasó las imágenes de lo que acababa de pasar y se dio cuenta de que Castle fue el único que dio un paso hacia él y memorizó su gesto.

Acababa de irrumpir en el mundo de los humanos; una parte de él sentía miedo, pero otra parte, cada vez más dominante, deseaba saber más, especialmente de Castle. Su creciente nerviosismo provocó destellos que ellos veían, así que se escondió. Pero cuando percibió que las voces se alejaban volvió a acercarse a ellos.

Los vio llevando maletas a la entrada de la mansión, pero se giraron al ver las luces que emitía. El Reflejo no se sentía capaz de volver a enfrentar sus miradas y retrocedió hasta ocultarse en el fondo del pasillo entre el hueco de la escalera y la cocina. No entendió el sonido de la puerta al cerrarse, ni el silencio abrumador que siguió. Cuando salió de su escondite, todos se habían ido.

Fue hacia la puerta, pero no fue capaz de salir. Se quedó allí, varado como un barco en un lago seco ¿qué iba a hacer ahora?

Volvió al torreón, todavía quedaba el hombre caído. Se acercó a él con curiosidad. Conocía, de una forma primitiva y genérica, los sonidos que lo identificaban como Lion Lamarc, el guardaespaldas. Sin embargo, el Reflejo lo definió en su mente como el Hombre Caído, porque así lo diferenciaba de los humanos que podían moverse; también asumió de sí mismo: que se llamaba "El Reflejo", porque así lo llamó Lucy.

El Reflejo entendió que, si el Hombre Caído hubiera podido, se habría marchado con los demás, y empezó a sentirse culpable por haberlo derribado. Quizá por eso todos los demás se habían marchado... para evitar que él pudiera dejarlos inmóviles en el suelo.

Sin poder preguntar a ningún ser humano, lo único parecido a él mismo eran los cristales de los cuadros, las ventanas y los espejos. Los examinó largamente, ninguno podía moverse, ni interactuar. Estaban tan inertes como Lion. Entendió que no había nada semejante a él. No era ni humano, ni cristal.

Pasó la noche entre el ventanal y el Hombre Caído. Con el paso de las horas, el Reflejo fue imitando las facciones de la cara, la ropa y los zapatos de Lion. Pues, para él, todo formaba parte del mismo cuerpo.

Al día siguiente, Castle volvió con un hombre que el Reflejo no había visto antes.

Castle y su acompañante subieron al primer piso y el Reflejo se acercó a prudente distancia del hombre nuevo. Cuando estuvo seguro de que iban al torreón, decidió ir por la escalera externa y espiar lo que pasaba escondido detrás de la puerta ventana. Le sorprendió ver cómo el hombre nuevo, cargaba al guardaespaldas para llevarlo escaleras abajo. Decidió seguirlo, para comprobar si el Hombre Caído se recuperaba, pero el hombre nuevo, no se detuvo en ningún momento y salió de la mansión con su carga.

Entonces se dio cuenta de que Castle aún no había bajado y que tenía la oportunidad de encontrarlo a solas, pero éste ya bajaba la escalera en dirección a la planta baja.

El Reflejo, con los sentidos alterados por el temor a quedarse solo de nuevo, refulgió de impotencia cuando Castle abrió la puerta.

La imagen del hombre quedó esculpida en el gran espejo de la entrada, reteniendo sus últimos pasos, su postura erguida y su última mirada.

Cuando cerró la puerta se llevó toda la luz.

Un día, la tablet de Lucy se activó.
El Reflejo se acercó al oír la voz de Castle y pudo ver su imagen.
Para el Reflejo eran sonidos indescifrables, sin embargo, la intensidad de la voz y la cara crispada de Castle, le mantenían atento, pero cuando la llamada acabó, no supo qué hacer.

Las llamadas se repitieron varios días a la misma hora, Castle, hablaba un momento y esperaba, pero al no oír ningún sonido de parte del Reflejo, repetía con paciencia el mismo mensaje. Poco después, intentó hablar más despacio, pero para su receptor era imposible entender la voz humana. Castle indicó con gestos exagerados que tocara la tablet, pero el Reflejo, aunque recordó los gestos y maniobras de Lucy, no se atrevió a tocar el dispositivo por miedo a estropearlo como había hecho con el Hombre Caído.

En las siguientes sesiones, Castle parecía cada vez más agotado y las comunicaciones se fueron espaciando de forma irregular e impredecible.

En la última conexión sólo se oyó la voz por un momento y después nada.

Aunque el Reflejo notaba que el hombre seguía estando al otro lado, ya solo oía una respiración entrecortada hasta que, un día, se extinguió.

Castle había muerto, pero el Reflejo no podía saberlo y volvía vez tras vez al torreón para esperar la siguiente llamada.

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