9 -ELISABETH STONE

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Lion estaba sacando su maleta del coche, cuando un ascensor externo llamó su atención. Se elevaba rápido hasta perderse en las alturas del edificio donde el metal y las nubes se mezclaban con el azul. Observó cómo otros ascensores se paraban y movían por toda la fachada como abejas indecisas en un panal de acero y cristal. Ya había estado en Ciudad Capital, y debía haber visto edificios así, pero sentía la misma fascinación que debió sentir la primera vez.

Al cerrar el capó, el coche se puso en marcha y se perdió entre el tráfico. Era el procedimiento estándar de los coches automáticos en Ciudad Capital, pero Lion se paró un momento para asimilarlo, antes de empujar la puerta principal del Star & Steel.

Cuando entró en el edificio, la luz del interior le pareció más luminosa que la exterior. Las responsables eran unas altísimas lámparas que daban al recinto la claridad de un día soleado. Múltiples pasillos convergían en la recepción por donde abogados y clientes se movían como pequeños bancos de peces que giraban hacia los despachos o salían a la calle. La mesa de la recepción, el suelo y las paredes, todo magnificaba el poder de una empresa que se dedicaba a que los ricos siguieran siendo ricos, mitigando los estorbos legales.

Beth observó a Lion. Aunque parecía perdido, su aspecto sólido y su mirada no revelaban ninguna debilidad. Parecía el mismo tipo duro de las fotos, pero ella sabía que no estaba en sus mejores días. Prefirió abordarlo antes de que pudiera hablar con alguien del personal de recepción.

—¿Ha traído el diario? —Preguntó Beth.

Era una pregunta hecha a traición, por una voz un tanto ronca y rasposa que revelaba demasiada confianza. Lion quería seguir de espaldas oyendo aquella voz, sin importar lo que quisiera decir, pero la chica lo rodeó para mirarlo de frente. En su cara bailaba una expresión que decía, «te conozco». No estaba seguro de si ahora le tocaba hablar a él, porque se perdió en sus ojos azules. Beth notó algo indefinido en la mirada de Lion, pero no tenía tiempo para adivinanzas. Era urgente sacar a Lion de la entrada antes de que algún empleado de Jacob se diera cuenta de su presencia.

—Hola, mi nombre es Elisabeth Stone, pero llámeme, Beth.

—Me llamo Lion. —Se estrecharon las manos. La de Beth, le resultó de una agradable firmeza como el saludo de un viejo amigo.

—Lo esperaba para llevarlo directo al despacho de Valerie Mirren.

—Entre tanta gente ¿cómo ha sabido...?

—Tenemos cámaras afuera, y usted es el único que parecía no saber a dónde ir. ¿Tiene el diario?

—Sí, desde luego.

—Perfecto. Venga por aquí—. Beth lo llevó hacia los ascensores internos por una entrada que no había visto antes. Lion la miró cuando ella se dio la vuelta y desvió la vista cuando se paró ante una gran pared lateral que parecía la consigna de un aeropuerto.

—Guarde la maleta. —Dijo Beth señalando una taquilla abierta.

—¿No puedo llevarla conmigo? —Beth lo miró como buscando el problema que le impedía pensar.

—Nadie puede entrar con paquetes en las oficinas.

—Lo sé, pero quería devolver el diario.

—¿Por eso dudaba?, ¿qué le pasa? ¿no cree que se merezca lo que le está pasando?... Eddy ya me lo advirtió.

—¿Eddy?

—Eduard Castle. — Bajó la voz—. Además de mi jefe, llegó a ser mi amigo y me advirtió de que usted es imposible. — Y subiendo el tono añadió:

—Ahora va usted a subir al ascensor y aceptará la herencia. —Parecía una orden que Lion no estaba dispuesto a obedecer, pero de nuevo no llegó a decir nada. Los ojos azules de Beth lo frenaron y su mente lo llevó hacia las olas emergentes de su pesadilla. Era evidente que la medicación no estaba funcionando. Necesitaba un plan B. Quizá mezclar bourbon ambarino, con el azul acuoso de la chica, podría liberarlo.

Beth era consciente de que se dejaba acariciar por los ojos de un tipo que en diez minutos sería millonario y tan irreal e inalcanzable como los sueños. «Ayuda a Lion Lamarc a aceptar la herencia», fueron las últimas palabras de Eddy y Beth le prometió que lo haría.

—¿Vamos?

—Sí. Acabemos con esto —respondió Lion.

—Una cosa más. Ahora mi jefa es Valerie Mirren. No debe saber que Eddy y yo éramos amigos. ¿Entendido?

Lion tardó un poco en seguirla hacia los ascensores internos porque estaba admirado de que Beth pudiera ser amiga del despreciable Castle y le fuera leal hasta después de muerto.

Beth introdujo una tarjeta y el ascensor se elevó muy rápido. Lion no tuvo sensación de movimiento, hasta que vio cómo uno tras otro, todos los edificios iban quedando por debajo. Vio el skyline de la ciudad recortarse contra el cielo recibiendo la luz directa del sol, por encima de las brumas azules.

De aquel amanecer tardío, surgió un ave. Debía ser muy grande o estar muy cerca. Cruzó entre las nubes y desapareció. Asombrado, miró a Beth, pero no había extrañeza en su expresión. Quizá la chica no vio nada.

En cuanto llegaron a la última planta, Beth le indicó que no hablara y se adelantó hacia el interior del pasillo. Lion siguió con la mirada una sinuosa línea de mosaico que destacaba en el suelo. Las paredes curvadas impedían ver hacia dónde se dirigían, pero notó que la línea del suelo se iba agrandando. Tal como esperaba, la línea se fundió con otras líneas en una rosa de los vientos cuyo centro quedaba oculto bajo una pieza ornamental más propia de un jardín botánico. Beth recibió una llamada y se paró. Su rostro se esforzaba por no mostrar ninguna emoción al decirle:

—Tendrá que esperar aquí. En unos minutos Valerie Mirren saldrá a recibirle

—Beth desapareció enseguida por una puerta muy bien disimulada y Lion quedó solo.

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