Lion vio como el ascensor se abría con solo acercarse y se puso en marcha sin que fuera necesario pulsar ningún botón.
A juzgar por la velocidad del conteo de plantas, ascendería más allá del techo de nubes. Cuando pensó que había llegado a la última planta que indicaba la botonera, el ascensor subió dos pisos más. Por eso, Lion no se extrañó de que al abrirse la puerta ya estuviera dentro de la casa. Su presencia activó una pantalla y el robot de seguridad del edificio le saludó: «Buenos días, señor Lamarc». El androide le hizo un registro de voz y el sistema de seguridad le escaneó por completo.
Cuando se abrió la puerta del recibidor, le llegó un olor a limpio y ventilado. Alguien había estado allí hacía poco. El salón tendría veinticinco metros de largo por unos dieciséis de ancho. Había habitaciones a ambos lados. Un estudio, una cocina comedor y un baño. Todas las puertas se abrían con solo acercarse, menos las dos de los extremos. «¿Qué esconden estas puertas?» Empezó a moverse con precaución por si había más sorpresas.
Revisó cada cuadro, lámpara, respiradero... Los cuadros debían ser tan caros como los souvenirs y regalos de las estanterías. También había fotos de Castle en un barco. A juzgar por los bloques de hielo, debió ser al principio de la Calma Climática o estar cerca de una zona polar. Al parecer, el potentado tenía madera de aventurero.
Todo estaba impecable: despacho, salón, cocina... La nevera estaba llena y tenía sándwiches preparados. También había paquetes de comida rápida, y entre las botellas, dos estaban empezadas. Alguien tenía pleno acceso al ático y no disimulaba sus huellas. Quizá lo había preparado todo para su llegada. Whitaker no tenía acceso, así que de momento solo podía pensar en Beth: «Usted puede llamarme Beth», le había dicho la chica, y recordó la nota: «Dele de comer al pájaro». No había visto rastro del pájaro. Ni una jaula. Nada. Pero sin duda, debía estar en algún sitio.
Más relajado, abrió la maleta y bebió un poco de agua de su propia botella. Tenía hambre, pero aún no había visto la terraza y las vistas a casi mil metros de altura prometían ser impresionantes.
Al salir, le llamó la atención una escalera que llevaba a un piso superior, donde encontró una piscina que se extendía unos treinta metros, hasta el borde del edificio. El horizonte robó su mirada hacia el infinito. Pocos edificios sobrepasaban el manto de nubes que ocultaba la ciudad más abajo y el completo silencio acentuaba la sensación de aislamiento.
De entre el manto de nubes algodonadas, surgió una gran ave que siguió elevándose hasta rebasar la altura del edificio. Cuando extendió las alas para planear, estuvo seguro de que era la misma águila que vio en el edificio Star & Steel. Estaba extasiado contemplándola, cuando sintió un escalofrío. El ave giraba hacia él con decisión inexorable, hasta colarse por la puerta del piso de abajo.
Debía medir más de ochenta centímetros de alto y unos dos metros y medio de envergadura. Había entrado con total impunidad, como si lo hiciera todos los días. Lion bajó con cautela, pensando en el tamaño proporcional que debían tener sus garras y se asomó protegiéndose tras el ventanal para espiar el interior del salón. El gran pájaro estaba rebuscando entre sus cosas. Miró a Lion, pero no parecía importarle su presencia y siguió a lo suyo. Lion quedó atónico cuando contempló que el ave sacaba el diario con toda delicadeza. La nota donde ponía: «Alimente al pájaro» estaba entre sus garras... El mismo pájaro que ahora lo miraba de frente como preguntándole ¿dónde está mi comida?
Pese a su imponente presencia, el pájaro no parecía agresivo y Lion se decidió a entrar. El ave presintió su movimiento y saltó al aire. Lion se quedó rígido y el ave pasó por su lado sin tocarlo. En dos aleteos salió a la terraza y se posó en una percha que Lion no había visto. El ave tenía su propio habitáculo, pero al parecer no tenía comida. Lion pensó en algo de carne de la nevera, pero se acordó de la nota de Beth. Al desdoblarla encontró:
El pájaro, es un Magort: una especie endémica encontrada en una isla cercana al Ártico. Su alimento consiste en los frutos granates de un pequeño arbusto. Busque en el invernadero. Está en el salón, a la izquierda.
Cuando Lion localizó los frutos granates, decidió cargar con el arbusto entero. El Magort abrió las alas con expectación cuando lo vio acercarse con su comida. Sin embargo, esperó a que Lion se alejara, antes de empezar a comer.
Lion cogió un sándwich de la nevera y se sentó frente al ventanal. Mirando al Magort y el doble cielo de nubes al fondo, entendió que el ático era el lugar preferido del poderoso Eduard Castle y que debió sentarse en aquel mismo sillón para alejarse del mundo y admirar al Magort. Un pájaro de aspecto mitológico, que se dejaba observar a cambio de extraños frutos granates.
El Magort le devolvió la mirada. Sus ojos penetrantes le hacían sentirse desnudo. Era un águila extraña, con plumaje azulado y puntas doradas. Tenía el aspecto salvaje de un ser libre. Nadie lo podría confundir con una simple mascota y, sin embargo, la percha indicaba que se había acostumbrado a venir a comer y que no le importaba que la comida se la diera un extraño.
Con el último bocado, Lion se dirigió al estudio. El ordenador se activó en cuanto tocó la mesa. Pronunció «Magort», y la búsqueda se puso en marcha. Pero solo obtuvo una reseña del año 2079: el reportaje hablaba del viaje de Eduard Castle por las islas cercanas al Círculo Polar, cuyas fotos ya había visto. Decepcionado, Lion fue añadiendo a la búsqueda: «Especie», «Familia», «Hábitat» ... pero no encontró nada relevante, solo artículos monotemáticos de: «Castle el aventurero». Consiguió ver una foto de Eddy embutido en un traje para frío extremo y al Magort posado en el puente de mando. Se interesó por el objetivo de aquella aventura, pero al parecer la expedición fracasó porque se desprendió un enorme bloque de hielo, y el tsunami resultante arrastró icebergs que bloquearon el único acceso a la isla, y la expedición se canceló. No había ningún mapa del lugar, ni referencias a la ruta que siguió Castle. «¿Qué hacías tan lejos de casa?», se preguntó Lion.
Siguió investigando artículos relacionados, pero solo vio referencias a los desastres causados por la Pequeña Edad de Hielo, nada de fotos de familia, ni de amigos.
A pesar de que hacía varios años que disfrutaban de la llamada Calma Climática, el trastorno que provocó la Pequeña Edad de Hielo seguía generando noticias. Lion iba pasando de artículo en artículo, fijándose en las fotos, las recreaciones en 3D que mostraban el retroceso del hielo... Un locutor explicaba que tales fenómenos: «provocaron una subida de los mares» ...
Lion se quedó enganchado mirando una cadena de vídeos, que el ordenador iba mostrando uno tras otro. La nieve dejaba paso a la tierra seca y el blanco era sustituido por un brillante verde. El sol templó las aguas heladas y las piscinas naturales se convirtieron en playas que se perdían en el horizonte. Así, mientras unos migraban para sobrevivir, otros especularon con nuevas oportunidades de negocio y construyeron hoteles en lugares recién esculpidos por la naturaleza. Con el slogan: «El hombre vuelve a tener desafíos», guías intrépidos ofrecían tours, como en el siglo XIX se ofertaban safaris en África. Pero los anuncios no incluían información sobre los peligros de ir a los lugares donde la naturaleza aún peleaba contra el hombre. Un titular le heló la sangre: «Visite auténticas playas vírgenes» ... En una de esas playas había muerto Claire
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REFLEX
Science FictionSiempre que nos acercamos a una ventana miramos a través de ella, pero nunca nos fijamos en el cristal. _ 2021© -2024© Safe Creative