EPÍLOGO

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Michael disfrutaba del sol y la brisa marina. Todo a lo lejos era azul y algunos bloques de hielo que herían los ojos. «El primer viaje ha de ser en barco, es una tradición familiar, y así cuando vuelvas me contarás qué tal te ha ido y quizá yo también me anime» le había dicho Lisa. Después de un año sin salir y de verlo todo a través de cristaleras, necesitaba sentir el sol al aire libre. Por eso era de los pocos pasajeros que paseaban por cubierta que iba en manga corta. Empezó a subirse la camiseta y se la hubiera quitado, si no fuera porque los cuchicheos de dos señoras provocaron que todo el mundo se fijara en él. Frustrado decidió quitarse de la vista en un asiento de cubierta.

—Se ha rendido usted. Una pena. —La voz procedía de una chica que cubría su rostro con sombrero de tela y gafas oscuras.

—¿Qué me he rendido?

—Sí. Esas dos señoras habían apostado una contra la otra a que usted se quitaba la camiseta.

—Y usted...

—Yo aposté a que se la quitaría —dijo la chica con voz algo triste.

—Vaya, siento haberla defraudado ¿Ha perdido mucho dinero?

—Depende, el viaje es largo, todavía puede hacerlo. —La joven terminó la frase quitándose las gafas.

—Creo que hoy ya no soy capaz. Pero puedo compensarla invitándola a un trago.

—Al menos no pierde el tiempo.

Bajaron al bar de la cubierta inferior. Michael la miraba a hurtadillas y ella se dejaba mirar un poco sorprendida. Era de su misma altura y tenía una mirada enigmática en la que no encajaba una sorpresa.

—No viaja mucho, ¿verdad?

—Acabo de salir... de rehabilitación y este es mi primer viaje sin escolta. ¡Me han soltado!

—Bien, pues bebamos un trago y su viaje quedará formalmente inaugurado. Me llamo Rebecca.

—Michael.

Se hizo un incómodo silencio, porque Michael no dejaba de mirarla.

—Me mira como si nunca hubiera visto a una chica.

—Perdone. En mi cabeza... hay algo en usted que me resulta familiar.

—No nos hemos visto. Me acordaría. Dice que hacía rehabilitación ¿por algún accidente?

—Salí de un coma hace un año.

La chica abrió mucho los ojos y pidió otra ronda.

—¡Por su excelente recuperación!

—¿Y usted? ¿Cuál es su historia?

—Yo soy como la Caperucita del cuento: «voy a casa de la abuelita», un solemne aburrimiento, pero gracias a usted: el cosmos se acaba de alinear.

—Entonces ¿no va a hacer turismo como todos?

—Claro que no. Tengo familia allí, pero no me apetece ir.

—Pero viaja en barco porque... —Ambos corearon—: «Porque la primera vez que viajas a Winterlander es mejor en barco» y rieron hasta llorar. Rebecca bebió otro trago pensativa, estaba intrigada.

—¿Cómo es posible qué usted sepa eso?

—¿Cómo es posible que viaje en este barco si la idea de ir a Winterlander le aburre?

—Lo hago por mi madre... creo que me prepara un gran recibimiento. Ahora vive en una mansión y parece que ya es toda una celebridad en el pueblo.

—¿La Mansión de los Steel?

—Ve, por eso no me gusta. Todo el mundo en este barco conoce la maldita mansión y yo no quiero formar parte del cuento.

Michael la volvió a mirar de hito en hito. Como ella decía, el cosmos se había alineado de forma sorprendente.

—Por favor, deje de mirarme así.

—Le gustará.

—¿A qué se refiere?

—A la mansión de los Steel

—¿En serio?

—Si subes al torreón, podrás ver las mejores vistas del pueblo.

—Vaya, ahora nos tuteamos. Y ¿qué sabes tú de esa mansión?

—Pasé en ella toda mi niñez








FIN



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