Lion, soñaba.
Se vio a sí mismo subir a la azotea para arreglar una teja.
«Es cuestión de unos minutos», pensó.
Pero el tiempo se extendió más allá de lo que podía controlar.
Ya estaba terminando cuando le pareció oír la voz de Claire.
Esperó para asegurarse, pero no oyó nada.
Se levantó para enderezar la espalda y bebió un trago.
El azul se extendía sin nubes y Lion se giró al sentir una extraña sensación de vacío. Enseguida notó movimiento bajo sus pies. Tenía que haber estado más atento. Ahora ya era tarde.La casa flotaba en medio del mar y supo que La Muerte Azul se había llevado a Claire; y otra vez no había podido evitarlo... Y ahora el mar vendría a por él. Tenía que bajar antes de que la casa se hundiera. Entró en la habitación y el agua se le abalanzó. Apartó como pudo las almohadas y las sábanas que se le pegaban, en brazos y piernas. Tenía que moverse rápido o se ahogaría. Buceó hasta la puerta y luchó contra el agua para soltar el pestillo. Cuando lo consiguió, la corriente lo arrastró como un tobogán escaleras abajo. Salió del mar chapoteando en la orilla y empezó a caminar por la calle.
La negrura era casi absoluta y a Lion le costó encontrar las tenues líneas blancas que señalaban el centro de la calzada. Cuando las encontró, siguió caminando sin miedo a que un vehículo pudiera sorprenderlo. Faltaba una hora para amanecer y ni siquiera había una farola encendida. En Suttherland ahorraban toda la energía posible como en lo peor de La Pequeña Edad de Hielo. Al llegar al paseo, empezó a correr y despertó a la primera farola que lo enfocó unos segundos hasta que la siguiente tomó su relevo. Lion fue encendiendo y apagando farolas al ritmo creciente de sus zancadas cada vez más largas y precisas. Cuando se dio la vuelta una línea dorada quemaba el horizonte.
Lion oyó los frenos y distinguió sin dificultad la furgoneta, pero siguió caminando con tranquilidad convencido de que no podía ser nada grave. No recordaba haberse metido en problemas en los últimos meses, y desde luego no podía ser un rapto vip. Aunque algo en la actitud de los agentes se lo hacía sospechar.
Los dos tipos esperaban junto a la puerta de su casa un poco molestos porque no habían sido capaces de localizarlo.
—¿Un café, Red? —preguntó Lion al primero que descubrió su presencia, y cuando el otro se giró hacia él, dijo—: Lo siento, Blue, no tengo té. Blue encaró a Lion. En su rostro se mezclaban alarma e incredulidad.
—¿Lion Lamarc? —preguntó Red, mientras frenaba a su compañero.
—Entren en casa, solo necesito una ducha y estoy con ustedes.
Lion entró en la casa quitándose la ropa empapada de sudor.
Los agentes entraron tras él, revisándolo todo con cuidado. Era una casa pequeña y robusta, típica de las ciudades del sur, hecha a prueba de ventiscas. Había fotos de Claire y Lion juntos, algunas plantas y adornos que denotaban un toque femenino con demasiado polvo acumulado en los rincones. Se sentaron y permanecieron callados hasta oír el chorro de la ducha.
—No le funciona el chip de control... ¡Y no nos teme! —se quejó Blue.
—¿Has visto la quemadura? —dijo Red apaciguador, señalando lo obvio.
—Sí, es él. Pero si recuerda algo... podemos tener muchos problemas.
—Está claro que recuerda que fue un agente —confirmó Red.
—Pues esto puede salir muy mal. Deberíamos informar.
—Lion acaba de salir de un coma, no tenemos la culpa de que recuerde lo que no debe, ni de que el chip se haya estropeado.
—Eduard Castle ha muerto, no tenemos por qué seguir con esto.
—Pero pagó todo por adelantado y además... no es el único cliente —. Añadió Red mostrándole un formulario con la orden de rapto firmada por Valerie Mirren, abogada del Star & Steel —. Cobraremos el doble por el mismo trabajo.
—¿Cuándo pensabas decírmelo?...
Red levantó una mano para evitar que Blue siguiera hablando porque Lion apareció con tres tazas de café.
—¿Cuánto tiempo lleva escuchando? —preguntó Red.
—Verán, me estoy medicando por mi depresión y de tanto en tanto me emborracho con mis amigos de la prisión. Pueden añadir todo eso a la lista de motivos para no raptarme. Seguro que su cliente vivo, se alegrará de no verme.
Red y Blue sopesaron sus palabras mientras aceptaban sendas tazas de café.
—¿Recuerda que fue un agente en Ciudad Capital? —preguntó Red.
—Sí, fui agente en Ciudad Capital. Pero como ustedes saben: acabo de salir de un coma y mis recuerdos son un lío. Por ejemplo, no sé cómo llegué a Sutherland, ni cómo conseguí el empleo en la cárcel... ni dónde estuve antes de eso.
—¿Le ha contado a alguien que trabajó como agente? —Dijo Blue
—¿En mi estado actual? Quién me iba a creer. Además, ya nadie está interesado en buscar Ciudad Capital. Desde que se ha establecido la Calma Climática, nadie necesita emigrar. Para esta gente no es más que una ciudad burbuja, una leyenda, un cuento para niños.
—Me gustaría enseñarle algo que tengo en la furgoneta. —Dijo Red.
—Oiga... —Protestó Lion
—Está bien, yo lo traigo. Blue. Vigílalo.
En veinte segundos, Red estaba de vuelta con un sobre y un paquete.
—Por favor, señor Lamarc, lea esta nota. Tenemos orden de acompañarlo a Ciudad Capital. Podrá ver el contenido del paquete durante el trayecto. Si necesita tiempo para recoger sus cosas, esperaremos. Ya sabe cómo va esto.
La nota decía:
«Estimado señor Lamarc,
Siguiendo las últimas voluntades de Eduard Castle, le informo que es usted uno de sus herederos. Le espero el día 3 de abril a las 10 a.m. en la sede del Star & Steel de Ciudad Capital. Valerie Mirren»
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REFLEX
Science FictionSiempre que nos acercamos a una ventana miramos a través de ella, pero nunca nos fijamos en el cristal. _ 2021© -2024© Safe Creative