12 -MISIÓN DE AUDACES

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Los hombres de Winterlander que fueron a echar un vistazo a la mansión, contaron historias extraordinarias de lo que habían visto, y aconsejaron a quienes quisieron escucharlos que no era buena idea acercarse a la mansión de los Steel. 

El discurso convenció a los convencidos. A todos los que por su edad vivieron dos acontecimientos trágicos: la caída mortal desde el torreón de Dorothy Steel... que según sospechaba la mayoría, fue a manos de Eduardo Castillo, y La Pequeña Edad de Hielo que lo sepultó todo. Ambos acontecimientos quedaron entrelazados para siempre en la mente de todos y sellado por la terrible tormenta de nieve que  sepultó Winterlander desde las montañas hasta el puerto de pescadores.

El pueblo en masa huyó intentando llegar a las ciudades y algunos lo consiguieron. Pero la vida no les fue mucho mejor tierra adentro, eran hombres de mar. Por eso en cuanto el clima lo permitió volvieron a Winterlander, reconstruyeron sus casas y volvieron a su vida de antes. 

Hasta cierto punto, habían empezado a olvidar el pasado, hasta que, varios meses atrás, Eduard Castle apareció, con una mujer, su hija y un guardaespaldas. En menos de una semana ocurrió otra tragedia en la mansión, las mujeres vieron algo que las hizo huir, y al guardaespaldas se lo tuvieron que llevar en helicóptero. Todos los que lo vieron pensaron que estaba muerto.

Para los viejos hombres de Winterlander, Castle había despertado al demonio que vivía en la mansión, y la historia se repitió en cada hogar. Y todos concluyeron que la mansión estaba maldita, y no sentían ningún deseo de acercarse.

Pero para los niños que no habían vivido ninguna de esas tragedias, la posibilidad de hacer algo que sus padres temían hacer, lo convertía de obligatorio cumplimiento y se conjuraron para ir a la mansión.

Hicieron muchos planes absurdos. Unos pensaron en llevar cuerdas para atar al monstruo y traerlo al pueblo, otros, temiendo el castigo de sus padres, propusieron usar nombres ficticios «por si somos descubiertos por el enemigo». Algunos más prácticos, propusieron llevar provisiones, y otros linternas. Sin embargo, al día siguiente el grupo de entusiastas se redujo a siete, y cuatro días más tarde, sólo quedaron tres: Pincho, Largo y Alambre.

Largo fue uno de los entusiastas que querían ir a mansión para saber a qué venía tanto misterio. Pero Largo contaba con que serían más de cinco. Ir con Pincho, un abusón controlador y cargar con su hermano pequeño, era más que una misión audaz, una tortura. No dijo nada delante de los demás chicos, porque esperaba que la comprensible cobardía de la mayoría acabara haciendo mella en Pincho, y abandonó la reunión discretamente.

Pero Pincho estaba muy lejos de abandonar, alardeó que iría a la mansión, y todos los presentes lo aplaudieron.

En realidad, Pincho quería ir a la mansión, desde que los hombres volvieron sin haber dado su merecido al monstruo. Su propósito era lograr el reconocimiento de su padre logrando una gran hazaña. Pero nadie le creería si no mostraba alguna prueba, y para eso necesitaba la ayuda de Largo, el chico más astuto que conocía.

Pincho pensaba que en la mansión sólo había un viejo loco, quizá deforme y furioso... pero estaba seguro de poder controlarlo el tiempo suficiente para que Largo encontrara algún objeto que probara que habían estado allí. Sabía que Largo no iría con él por las buenas, y no podía obligarlo a golpes, lo necesitaba entero y alerta. Por eso usó una palanca de último recurso. Al día siguiente acechó a Alambre y lo atrapó. Cuando Largo vino en busca de su hermano, un manotazo y un empujón lo convencieron de ir a la mansión.

Ahora, Pincho cubría la retaguardia con su enorme cuerpo, mientras azotaba con un latiguillo de cuerdas a los dos hermanos. No les hacía daño, sólo les recordaba lo que les podía pasar si se rajaban antes de llegar a la mansión.

Largo, alto y de ojos huidizos, calculaba posibilidades. Podía correr más que Pincho, pero no iría muy lejos cargando con Alambre. Y aunque lograran escapar esta vez, Pincho les ajustaría las cuentas en cualquier callejón de Winterlander y nadie, ni siquiera su padre podría librarle de la paliza, porque Pincho era hijo de un lugarteniente del jefe del pueblo, John Murdock.

La única posibilidad, pensó Largo, es que el monstruo se fijara en Pincho como haría un león hambriento con una cebra solitaria y en ese momento salir disparados y volver a casa. Y así se lo contó a su hermano pequeño, Alambre, quién nunca, en su corta vida, había elegido siquiera a qué jugar, y ahora se veía arrastrado a ir a la mansión donde vivía el monstruo que tenía aterrorizado a todo Winterlander.

El Reflejo había percibido el movimiento y luego vio las sombras de los tres niños entre las rocas. Sabía que de un momento a otro aparecerían en el camino. Dedujo por su estatura relativamente más baja, que eran niños. No obstante se aseguró mediante una búsqueda en la tablet. Enseguida vio en pantalla, gran variedad de humanos adultos y niños, de todas las regiones de la tierra. Pero la tablet no podía afirmar que todos fueran niños por el gran tamaño de Pincho.

Cuando los niños llegaron a la zona asfaltada de la mansión, el Reflejo, se quedó extrañado por la dinámica del grupo: Largo y Alambre iban delante y Pincho cerraba la marcha azotándolos. El Reflejo notó las caras molestas de los niños azotados, por haber aprendido a identificar las expresiones humanas con la ayuda de imágenes y fotos que AVA, le había mostrado. Pero, más allá de eso, el Reflejo no entendía por qué se acercaban en pleno día, cuando los hombres adultos, siempre habían venido a escondidas y de noche. A pesar de ser niños, El Reflejo percibía, la amenaza latente que suponía un encuentro con humanos pequeños. Recordó que no salió bien parado con Lucy porque la niña lo rechazó. Sin embargo, no podía concluir que todos los niños serían como Lucy... quizá eran como Castle y deseaban conocerlo.

Cuando los niños estaban cerca de la puerta, el Reflejo la abrió y se mostró a ellos semitransparente, para que pudieran ver su silueta. No esperaban un monstruo transparente, y los tres niños dieron un respingo. Alambre cayó de espaldas y su hermano fue a socorrerlo. En décimas de segundo reaccionó Pincho increpando a Largo por huir de la escena. Largo sujetaba la mano de Alambre con tanta fuerza y corría a tal velocidad y que Alambre casi no tocaba el suelo.

Pincho frustrado por la deserción de los hermanos, se había quedado frente al monstruo más petrificado que valiente, sin saber qué hacer.

El Reflejo tomó la actitud de Pincho como amistosa y avanzó hacia él un metro. Pero Pincho giró violentamente y emprendió la huida. Tal era su agitación, que sólo unas zancadas más adelante, tropezó con sus propios pies y cayó de cabeza al asfalto. El Reflejo fluyó apoyándose apenas en el aire y envolvió a Pincho para evitar que se golpeara la cabeza.

Pincho quedó inconsciente en el suelo. Largo, no estaba seguro de lo que había visto: aparentemente Pincho había conseguido caer bien en el último momento. Pero ahora no se movía.

Largo volvió a casa con su hermano. Sabía exactamente qué tenía que contar, y en cierto modo estaba contento, su plan había funcionado, el monstruo se había encargado de Picho, y ahora Winterlander se encargarían del monstruo.

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