42 -LA ISLA DEL MAGORT

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El hidroavión sobrevolaba el mar cubierto de placas de hielo. En las zonas libres los charranes parecían querer coser el mar y el cielo con su aletear intermitente. Lion observó como uno de los pájaros espejeaba sobre la superficie lechosa persiguiendo a su inverso gemelo. Lo siguió hasta perderlo en el fondo difuminado de blanco como el papel pintado de un sueño.

La monotonía del día interminable y las horas de vigilia y el paisaje estático desviaron a Lion hacia el camino de los charcos oscuros, cuya profundidad es engañosa y se debe pisar con cuidado. El lugar 'en el que no podía poner un pie' de sus pesadillas. Pero no sentía alarma, no había rumor de olas, ni movimiento. Incluso el infranqueable muro azul permanecía encumbrado y quieto como una foto inerte. Era como un Poseidón amenazante dispuesto a encrespar el mar con olas gigantes y vientos furiosos contra barcas y bañistas aterrados. Lion entendió que la maquinaria invisible de la pesadilla no había empezado y la ola que arrastró a Claire todavía permanecía dormida. «Quizá esta vez pueda encontrarla y rescatarla», pensó Lion.

Y con la audacia y la lucidez que sólo se tiene en los sueños, trepó por la sinuosa curva buscando su rostro entre todas las víctimas atrapadas en aquella ola quieta, pero ninguna tenía la cara de Claire. Se dejó resbalar hasta el suelo para salir de allí. Pero en cuanto pisó tierra, el bramido sacudió sus pies y supo que ya no podría huir.

El muro azul se elevó hasta romperse en la cumbre y rodó incontenible hacia él. Beth abrió los ojos en el cielo sin párpados y Lion corrió por el aire hacia ellos. Cuando el tsunami barrió todo a su paso, Lion ya estaba lejos. La mirada de Beth le tocó con sus manos y el contacto lo despertó, dejando en Lion la seguridad de que, la ola exterminadora ya no volvería a sus sueños.

La alarma de Zoe indicó que tenía nuevos datos, y los pasó a la pantalla principal del hidroavión.

Los drones por fin habían encontrado una ruta segura hacia la isla del Magort. Lion observó con cuidado la línea verde que indicaba el camino. Marcó con un punto parpadeante el lugar exacto por donde debían entrar, y comunicó la buena noticia a Murdock, quién respondió con un lacónico: «ok». No podía culparlo por su mal humor. Habían tenido que dar un rodeo para evitar los restos de un inmenso iceberg, y llevaban más de dos días perdidos en aquel mar helado. El viejo mapa del abuelo Steel ya no servía, tal como Eddy dejó escrito: «El paso ha vuelto a quedar cerrado». Si no hubiera usado tres drones de última generación, jamás habría localizado el tortuoso camino hacia la Isla.

Cuando Zoe actualizó el rumbo, los drones volvieron a ocupar sus posiciones. Lion decidió despejarse haciendo fotos con la cámara del dron más alejado. Las imágenes mostraban dos drones a izquierda y derecha, un hidroavión y un barco donde viajaban Murdock y sus hombres. Lion amplió la imagen para ver a sus compañeros de aventura, pero no vio entusiasmo en ninguno de aquellos rostros.

La mayoría de los hombres de Murdock ya no tenían interés por el tesoro. Las horas y los días de confinamiento retorcían sus mentes, y veían en aquel cielo oscuro, la antesala del tártaro y a Lion como Caronte paseándolos por la laguna Estigia antes de abandonarlos en el infierno. Pero ninguno tenía el valor suficiente para amotinarse. Eran navegantes de costa, no verdaderos marinos y estaban a merced de Lion pues era el único que podía llevarlos de vuelta a casa.

Sin embargo, el abuelo Steel había navegado por aquellas mismas aguas sin más ayuda que el mapa de un contrabandista y su ambición.

Cuando en el horizonte aparecieron las primeras rocas libres de nieve, Lion recordó la advertencia del abuelo Steel: «El paso es demasiado estrecho y peligroso para un barco grande», y ordenó a Murdock parar los motores para evitar los arrecifes. Luego envió a los drones para que mapearan la zona. Zoe recibía la información y dibujaba el perfil de la playa.

A simple vista, las agujas de roca parecían el esqueleto irregular de un erizo prehistórico. Tras las paredes verticales emergía el faro blanco, el único testigo del naufragio que provocó el viejo Steel.

Lion dijo a Murdock:

—Tendrás que fondear aquí y hacer viajes para llevar todo el equipo en la lancha.

—¿Y tú que harás? —dijo Murdock lleno de malicia escéptica.

—Voy a señalar el lugar exacto del naufragio con una boya. Nos encontraremos en la playa y os mostraré dónde está el tesoro.

A pesar de la mención del tesoro, Murdock tuvo que espolear a sus hombres:

—¡Prestad atención y no tengáis miedo! Lo que vais a hacer lo hizo el viejo Steel solo con sus pulmones. Vosotros lo haréis con trajes especiales. Solo hay que atar una boya a cada barril y sujetarlo a las abrazaderas de la lancha como lleváis toda la vida haciendo con las mercancías de contrabando.

Lion dejó dos drones para vigilar a Murdock y sus hombres y envió un dron por delante del hidroavión. Cuando el dron sobrevoló el arrecife, los restos del antiguo naufragio se hicieron evidentes. Ahora solo tenía que marcar con una boya el punto donde estaban los barriles sumergidos. El dron disparó la cápsula de su receptáculo y enseguida un balón rojo emergió del agua. Después condujo el hidroavión hasta la playa, y tras amarrarlo a las rocas, saltó a tierra y empezó a buscar la cueva donde el abuelo guardó los bidones. Lion tuvo que usar un contador Geiger para encontrar los restos de radiación. 

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