6 -LISA STALLMAN

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A las 08:06 A.M. el beep, sonó en la tablet de Lisa Stallman.

Lisa Stallman buceaba en la piscina circular que rodeaba el solárium y cuando estaba a punto de cruzar la línea de los veinte metros, se paró, porque a pesar de la distorsión de los sonidos del agua, creyó haber oído un beep, una alarma que le resultaba familiar.

Sacó la cabeza del agua para oírlo mejor...

Beep - Beep.

«No puede ser», pensó.

Nadó hasta las escaleras del centro de la piscina para coger una toalla. Trató de serenarse mientras se secaba los brazos y las manos. Se hizo un moño y lo fijó con un palito.

Beep - Beep - Beep.

Ya no tenía dudas.

Tomó aire. Había reconocido aquel timbre especial porque lo había programado ella misma más de diez años atrás para saber si Castle estaba cerca. Y en todo ese tiempo Castle jamás había violado el pacto de no acercarse a ella o a su hijo, Michael. Pero ahora Castle estaba muerto y alguien se acercaba por la autopista de Rombergen con la tablet de Castle.

Beep.

Lisa activó el mapa localizador de la señal y esperó veinte segundos, y luego otros veinte. La señal desapareció del mapa. Quién quiera que fuese... se estaba alejando.
El nuevo jugador quizá nunca quiso acercarse o no sabía cómo hacerlo.

La casa de Lisa Stallman no era fácil de localizar, estaba en las montañas de Rombergen y no constaba en ningún mapa. «¿Pero por qué alguien atravesaría los campos de Rombergen?
Nadie de Ciudad Capital haría algo así», pensó. Pero tenía razones para temer que, tras la muerte de Castle, quién heredase su imperio pudiera tratar de localizarla «para no dejar ningún cabo suelto».

Lisa no había sido invitada a la lectura del testamento y no sabía cuáles eran las últimas voluntades de Castle... Quizá aparecía el nombre de ella, o el de su hijo, Michael... Eso sería incumplir el pacto de, «no acercarse y borrar todo rastro», como Castle le había prometido.

Lisa conducía a gran velocidad tratando de dejar atrás sus pensamientos.
Tenía una cita con el director del centro donde estaba ingresado Michael. «El muchacho ha tenido una mejoría muy notable», le dijo el doctor Stephen por teléfono. Era una buena noticia, pero Lisa temía que esa llamada y el beep, fueran algo más que una coincidencia.

La excesiva velocidad hizo que invadiera el carril exclusivo para transportes automatizados, y tuvo que dar un volantazo para sortear al primero, y pegarse al guardarraíl para evitar al siguiente. Se dirigió a una zona segura y aminoró la velocidad hasta parar el coche. Necesitaba un minuto para pensar... El portador de la tablet de Castle, tendría que viajar en un coche automático para poder salir ileso de aquellos carriles llenos de contenedores. Salvo ella, que estaba acostumbrada a conducir por aquella autopista, no conocía a nadie que ni siquiera se planteara tal locura. La conclusión obvia era que el ocupante del coche no la estaba buscando, simplemente tomó un atajo para llegar a Ciudad Capital... Respecto al director de la residencia Granholm donde estaba ingresado su hijo Michael, nunca supo que el joven era hijo de Castle, y por lo tanto, era muy improbable que justo ahora hubiera atado los cabos sueltos...

***

Cuando Lisa llegó al recinto de la Fundación Granholm, aparcó entre los árboles. No quería subir con el coche por el camino principal, prefería pasear por aquel amplio parque que ocultaba los geriátricos y centros de salud. Era una caminata de quince minutos siempre cuesta arriba, porque su hijo estaba en la antigua residencia de los Granholm a escasos cincuenta metros de la cima de la colina. Castle había dado el dinero necesario a Lisa para que consiguiera una habitación en la cuarta planta del torreón anexo a la casa. Pero Lisa se encargó de todo el papeleo legal y no permitió que el nombre de Castle apareciera en el registro. No quería que Castle constara como padre.

Los doctores ya la esperaban delante del cuarto del chico, pero pidió quedarse un momento a solas con él. Habían puesto la cama de Michael muy cerca de la ventana, y sólo tenía conectado un suero. A Lisa le pareció que el muchacho podía despertar en cualquier momento. Dejó de mirarlo porque le dolía verlo tan bien. Era evidente que el chico estaba reaccionando bien al nuevo tratamiento del neurocientífico, Daniel Steinitz... pero después de once años, Lisa ya no se atrevía a tener esperanza.

El director Clark le presentó al doctor Steinitz, quién tomó la palabra.

—El doctor Stephen me lo dijo, pero tuve que verlo yo mismo. El caso de su hijo no se había dado en mucho tiempo. Tras hacerle unas pruebas y usar una nueva medicación, Michael ha respondido a los estímulos. Ahora mueve la mano para comunicarse, y gira la cabeza hacia la persona que pronuncia su nombre... —El doctor Stephen no podía esperar más tiempo para intervenir.

—El doctor Steinitz, tiene los medios para hacer una neuroimagen, y según los resultados iniciar el tratamiento de recuperación.

El doctor Stephen vio que Lisa todavía dudaba y fue al grano:

—No tendrá que pagar ningún extra. Es una oportunidad para la ciencia médica de mejorar los resultados registrados en los últimos cincuenta años y estaremos encantados de correr con los gastos, al fin y al cabo... usted es una de nuestras más generosas patrocinadoras.

—Pero... ¿Es seguro trasladarlo? —Preguntó Lisa sin saber qué más decir.

—Tenemos una ambulancia especial preparada y el equipo médico necesario. No correrá ningún riesgo.

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