29 -EL OLVIDO

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Lion despertó cuando el círculo de luz del ojo de buey enfocó su cara. Cuando salió a cubierta, vio que navegaban por un mar cubierto de pequeños icebergs. Y recordó que en la oficina donde compró el billete, anunciaban el viaje como: «Un crucero de placer al puerto de Winterlander, el último pueblo en salir de la Edad de Hielo». Pero el barco era un rompehielos y sólo había tres turistas.

Whitaker le había dicho que lo mejor era alquilar un helicóptero, pero Lion prefirió seguir las instrucciones de Zoe, aunque fueran incompresibles y, además, el viaje en barco le daba la oportunidad de ponerse al día con las notas del diario que Zoe le iba desbloqueando poco a poco.

El juicio para impugnar el testamento de Eduard Castle, también tendría que esperar, porque: en cuanto Jacob Hauer presentó la demanda de impugnación, los abogados Anthony & Warren se citaron con Jacob, para hablar con el juez en privado, y consiguieron más tiempo para preparar el caso.

Lion tenía varias cosas pendientes, pero lo primero que le interesó fue leer el testamento tal como lo redactó Eddy. No encontró el nombre de Michael, pero sí se mencionaba que: «tenía un hijo cuya identidad se revelaría a su debido tiempo, y recibirá la parte proporcional que establece la ley.»

Así que Castle había preparado todo para que su hijo recibiera parte de la herencia. Y en vista de lo rápido que Jacob quiso eliminarlo, no había duda de que Eddy había hecho bien en protegerlo. Lo que no encajaba para Lion, era por qué Castle le mandó la tablet, antes de aceptar la herencia y qué sentido tenía restaurar la mansión. ¿Qué iba a hacer con una mansión tan alejada de Ciudad Capital?

El capitán golpeó con los nudillos el ojo de pez, y entró sin más ceremonia en el camarote. Llevaba dos tazas de café y una botella de licor de nombre impronunciable. Le dio una taza y pidió permiso con un gesto para sentarse en el camastro.

—¿Un trago?

—Gracias.

El capitán, echó un chorrillo de licor en su café y le ofreció la botella.

—Este licor, es lo único que hace soportable el café. Y el café hace falta.

Lion no entendía por qué el capitán lo trataba con tanta familiaridad.

—¿Nos conocemos?

—Bueno, no hemos hablado mucho si a eso se refiere, pero uno de los tripulantes lo ha reconocido a usted. Ha dicho: «Es el hombre de Eduardo Castillo» y yo...

—Yo nunca he viajado en este barco.

El capitán abrió mucho los ojos, y se levantó con calma. Había oído hablar del fenómeno «el olvido». Al parecer sólo les ocurría a los viajeros de Ciudad Capital, pero nunca había visto un caso en persona.

—Por supuesto señor, habrá sido una confusión. Son marineros de vida muy dura y suelen beber.

—¿Puedo hablar con ese marinero?

—¿Con Stratos? No creo que se puedan entender, solo habla griego y ahora lo tengo pilotando. Todavía hay muchos icebergs y tenemos que mantenernos alerta a todas horas... le dejo la botella. La noche puede ser muy fría. Aquí el clima todavía no se ha calmado.

El capitán salió antes de que Lion pudiera hacerle más preguntas.

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