11 -VALERIE MIRREN

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EL OLVIDO, tenía sus inconvenientes. El deshielo y La Calma Climática, habían abierto la posibilidad de negocio a muchas grandes fortunas que se veían atrapadas por la restricción del Olvido. Y la élite entendió que no era bueno incomodar a aquellos magnates, pues eran proveedores de enormes recursos expoliados en todos los lugares del planeta donde todavía se podía poner un pie, en consecuencia, se les permitió entrar y salir de Ciudad Capital y "recordar" qué habían hecho y dónde lo habían hecho. Así empezaron las excepciones.
Con el tiempo, si alguien tenía suficiente dinero podía librarse del Olvido.

Bases para una rebelión, por BIRD

Bases para una rebelión, por BIRD

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Por la actitud de Beth, Lion entendió que lo vigilaban, y dio unos pasos tranquilos mirando cómo la rosa de los vientos quedaba oculta por aquella absurda ornamentación. Representaba la forja de una estrella. Un poderoso brazo de hierro parecía amenazar con golpear con un martillo, pero no había impacto, el mecanismo sólo emitía chispas intermitentes. Algo cambió en el aire, y Lion se preparó manteniendo una actitud contemplativa.

—Por aquí, por favor –dijo la abogada.

Valerie Mirren tendría unos cuarenta años. De aspecto agradable y risueño, pero sus ojos revelaban la resolución de las personas hechas a sí mismas y sus pasos tenían cierto aire marcial como si caminara por territorio conquistado. El despacho era acorde con las dimensiones desproporcionadas que exhibía todo el edificio Star & Steel.

Lion vio que sobre la mesa estaba la hoja de aceptación de la herencia lista para ser firmada y cerca de Mirren un dossier con su nombre. Pero Valerie no fue al grano. Se lanzó a un «Bienvenido a Ciudad Capital», agasajo que Lion recibió manteniendo una expresión seria porque no estaba acostumbrado a ser el centro de atención. Mirren seguía hablando, pero Lion solo respondía monosílabos y se distraía mirando a su alrededor, los cuadros, los muebles... Retrocedió a los cuadros. Habían sido sustituidos hacía muy poco por otros más pequeños. Lo que dejaba a la vista un tono más claro en la parte de la pared que antes estaba oculta. Valerie empezó a adivinar sus pensamientos.

—Estoy... remodelando algunas oficinas, y me acabo de instalar en este despacho. Ya sabe, los cambios llevan su tiempo. ¿Ha recibido el diario del señor Castle? —contratacó Mirren.

—Sí, pero no lo tengo aquí. —Lion mintió porque cada vez estaba más convencido de que el diario era una pieza importante para entender qué estaba pasando.

—Lástima, me hubiera gustado echar un vistazo a las entrañas del hombre que arruinó a mi familia. ¿Es cierto que lo llamó usted «tiranosaurio carroñero» en su cara?

—Me temo que sí lo dije, por eso no entiendo por qué me incluyó en su testamento.

—Créame, todos los socios y accionistas están escandalizados por las últimas voluntades de Eduard Castle. ¿Quiere tomar algo? Solo por haberse enfrentado al viejo ogro tiene usted toda mi admiración—. Pulsó un botón y enseguida entró Beth con licores. Lion fue consciente de que su mirada le había traicionado. Necesitaba una copa desde que subió al avión el día anterior y empezaba a sospechar que Castle, Beth, y ahora Mirren, lo sabían todo de él.

—Estoy en tratamiento... —dijo Lion con toda la firmeza que pudo reunir.

—Está bien. Tomaremos lima con tónica—. Beth se llevó el servicio y volvió con refrescos. Tras servirlos se marchó. La copa, aunque no tenía una gota de alcohol, al ser compartida con Valerie Mirren, tuvo el efecto de hacer que Lion se sintiera acogido de nuevo en el género humano. Y decidió decir la verdad.

—Eduard Castle quería que yo le escribiera sus memorias... y yo no escribo. Lo de escritor, lo añadió un amigo a mi currículum—. Valerie no esperaba aquella extraña confesión, y tardó unos segundos en responder—. Es usted honrado. Cuando Eduard estaba en forma, era el tiburón más formidable del Distrito de la Costa, y no creo que se equivocara con usted. Es verdad que tendrá que cumplir ciertos requisitos, pero en la herencia no se menciona nada que le obligue a escribir sus memorias.

Para Lion, eso lo cambiaba todo. La frase 'sus memorias' se abrió paso entre los escombros de su cerebro, y recordó lo que Eduard Castle dijo la última vez que se vieron: «Le estoy hablando de mis memorias». Aunque no lo recordaba todo, sabía que: 'Mis memorias' era una frase clave, una contraseña que Castle empleó para que recordase que ya había trabajado con él y que quería volver a contratarlo.

Esto era necesario porque en Ciudad Capital se sometía a los ciudadanos en general, y a los agentes en particular, a un borrado selectivo de forma que un agente olvidaba el trabajo que había hecho para un cliente y así sus secretos quedaban protegidos. Y lo mismo sucedía con los ciudadanos que salían y volvían a Ciudad Capital. Al volver, todos olvidaban cualquier cosa que pudiera 'perjudicar la buena convivencia ciudadana'. Nadie notaba el borrado, porque se producía en las cabinas individuales instaladas en todos los transportes, y un chip instalado en cada ciudadano mantenía el control. En el caso de los agentes, un cliente como Castle, podía grabar una palabra clave en el chip, iniciando la secuencia con: «Preste atención», y remarcando la frase que se quedaría grabada: «Quiero que usted escriba 'Mis Memorias'». Pero al poderoso Eduard Castle le falló el truco cuando Lion sufrió el coma, porque no podía recordar nada.

Ahora, Eddy' lo había nombrado heredero y quería saber por qué.

—Está bien. Acepto. —Dijo Lion a Mirren.

La abogada sonrió al verlo firmar.

—Ahora es usted un hombre poderoso y me gustaría...

Lion salió del despacho sin darle oportunidad de acabar la frase.



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