Capítulo extra 5: el verano de Albert

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 Al día siguiente, justo antes de que mis padres se fueran a desayunar con unos amigos, aproveché para bajar el primero a la piscina. Quería llegar antes que él y estar preparado cuando viniera.

"No, lo siento. Este sitio ya es mío. Búscate otra sombrilla".

Así que bajé a toda velocidad, con el desayuno aún corriendo por mi garganta, e ignorando los gritos de mi madre pidiéndome que esperara a mis hermanas. Tenía una misión. Una sola. Me había enfrentado demasiadas veces a bullies como para reconocer uno al momento. Vale, al momento no lo había identificado porque me engañó. Fue simpático al principio. Sí. En esa situación había estado también. Porque lo peor es cuando empiezan así, como si fueran tus amigos. Luego duele mucho más. Y yo estaba en un punto en el que desconfiaba de cualquiera. Instinto de supervivencia.

Cuando salí al jardín, la hierba estaba aún mojada del rocío de la madrugada. Odiaba pisar césped mojado cuando iba con chanclas, pero tendría que superarlo. Con la toalla sobre el hombro, aceleré el paso, empapándome los pies y llenándomelos de hierba recién cortada. Pero la sombrilla estaba vacía. Todo estaba vacío. ¿Tan pronto estaba bajando? A ver si no iba a estar abierta la piscina todavía. Daba igual. Pensaba hacer guardia todo el día si hacía falta. Podría pensarse que estaba exagerando, que qué me importaba. Podía buscarme otro sitio y tener el verano tranquilo. Pero no. Nunca. Ese lugar era mío. Lo había encontrado yo. Punto.

Estiré mi toalla con cuidado, me quité mi camiseta sin mangas y me tumbé, poniéndome los auriculares dispuesto a ver un nuevo capítulo de una serie de Star Wars.

Sí, vale. Lo estaba viendo por culpa de Óscar. Me había insistido tanto que tenía curiosidad por empezarla.

También admitiré que era mi único contacto con él. Ya que me había concienciado en no escribirle, al menos le recordaría a mi manera. Quizá no era sano, o eso me diría Celia. Pero es que era mi mejor amigo. No podía cortar todo de raíz, por mucho que lo intentara. No era capaz.

Al rato bajaron mis hermanas, desquiciadas como siempre. Yo cada vez tenía más calor y más ganas de meterme en el agua. Pero si lo hacía, quizá aparecería Yamil y volvería a quitarme las cosas, dejándolas desparramadas por la hierba. Uhm, tendría que hacer guardia hasta que alguna de mis hermanas volviera a las toallas. Y pasaba el tiempo, pero ninguna salía del agua. Uno no podía depender de ellas para nada. Aunque tampoco podía estar ahí toda la mañana, sudando como un pollo y sin disfrutar de la piscina.

Mierda.

Miré en derredor, buscándole con la mirada, pero no parecía estar por ningún lado. Quizá, y solo quizá, esa mañana no había bajado, o se había ido a la playa, o qué sé yo. Va, venga, un chapuzón rápido. Solo tenía que seguir mirando, vigilando.

Me levanté de un salto y eché a correr hacia el bordillo, girándome de vez en cuando hacia las toallas. Claro, cuando me giré una última vez antes de saltar, me choqué con una de mis hermanas, trastabillé y caí al agua dándome un planchazo de esos que duelen, de los que te dejan la tripa roja después.

—¡JODER, ESTRELLA, ME CAGO EN LA PUTA! —exploté, con el agua recorriendo mi nariz.

—¡ME CAGO EN LA PUTA! —repitió ella, entre risas.

—¡NO DIGAS ESO!

—¡ME CAGO EN LA PUTA! ¡EN LA PU-PU-PUTA! —y comenzó a bailar en el bordillo, repitiendo mis palabras una y otra vez. Mi madre me iba a matar. Hice ademán de salir tras ella, así que pegó un grito y echó a correr hacia su toalla. Al menos iba a tener una nueva vigilante mientras me daba un baño rápido. Solo esperaba que se le olvidara la palabrota que le había enseñado.

Alguien para tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora