Capítulo 3

38.3K 3K 2.1K
                                    







Puede que sea un poco exagerado pero es mi historia, ya me vais conociendo. De hecho, sí, es mi historia. ¿Por qué nunca nadie escribe sobre los flipados, sobre los populares? ¿Por qué nunca son los protagonistas y siempre son de los que nos enamoramos? Ups, otra vez. La palabra maldita. Ignoradme. Acaban de darme un pelotazo en pleno estómago y la falta de oxígeno afecta, ¿sabes? Cuando mi equipo perdió, por mi culpa, pese a que hubiera aguantado hasta el último momento yo solo, el profesor nos obligó a dar dos vueltas al patio mientras el otro equipo, obviamente, se reía de nosotros. No les culpo. Habría hecho lo mismo. Bueno, menos Pablo, que me miraba. Os lo juro. Me estaba mirando. Y no dejó de hacerlo hasta que terminamos de correr.

- Joder, Óscar, podías haber esquivado la pelota, tío – protestó María.

- Y tú podías no haberte eliminado la primera, ¿no?

- Touché – respondió al momento que terminábamos de correr y volvíamos a clase. ¿Iban a ser así todos los días? Los próximos cinco días, me refiero.

Mientras caminábamos hacia el interior del colegio para la última clase, los diez íbamos en parejas, hablando de absurdeces, como siempre. Y con un calor abrasador. Entonces Pablo nos adelantó, y fue ahí cuando volvió a hablarme.

- ¿Estás bien?

- ¿Yo?

- Sí. Te dieron un buen pelotazo – recordó.

- Eh, sí, sí, soy duro – dije, levantando el mentón.

- Ya vi, tío. Se te da bien el balón prisionero - ¿eso era un cumplido? Es decir... me estaba derritiendo. Y no era culpa del sol. Igual que mi polo de Star Wars. Estaba hecho de hielo, y él era el calor a mi alrededor. Cuando quiero, me pongo de un poético que asusto.

Con esas últimas palabras, se alejó, seguido de cerca por Almudena. ¡Uf! ¡Cómo la odiaba! Ella lo tenía más fácil que yo. Es decir, seamos realistas. Pablo no podía ser más hetero, madre mía. De hecho, en clase se comentaba que ya lo había hecho varias veces con tías diferentes. De hecho, el tamaño de su... bueno, de su polla, era debate de vez en cuando. Imaginad la razón. Pero vamos, a mí me da igual. Lo que me importa es lo guapo que es, y lo buena pareja que haríamos juntos. Pero también tengamos en cuenta que tengo 15 putos años, y estoy caliente todo el día, aunque no vaya diciéndolo por ahí.

Al salir de la última clase (un coñazo de Historia), me despedí de María y enfilé hacia casa, con los auriculares puestos con Selena Gomez a toda pastilla. Selena siempre es bien. Por suerte, vivía a pocas calles del cole, pero caminar por esas aceras sin una sombra en pleno junio se hacía cuesta arriba, si soy sincero. Necesitaba agua o me iba a deshidratar. Alguna vez leí que una persona puede estar hasta una semana sin comer, pero si pasan tres días sin beber agua, empieza a tener alucinaciones y ¡pam! Muerto. ¿Y de dónde iba a sacar yo una botella de agua? Entonces vi una tienda de chinos (no quiero sonar racista, es que las llamamos así) y, después de encontrarme al dueño comiendo... lo que fuera que estuviera comiendo, fui a una de las neveras, cogí una botella de agua y me acerqué a pagar.

- ¿Cuánto es?

- Ochenta.

Metí la mano en el bolsillo pero... ¡mierda! El maldito polo de Star Wars. Solo tenía sesenta céntimos. Sesenta y tres. Odio las monedas de 1 céntimo.

- Joder, no me llega. ¿No me lo puede dejar en sesenta?

- Ochenta.

- Uf, mierda... pues... pues nada – dije, con toda la pena del mundo, a ver si colaba y me perdonaba los veinte céntimos que me faltaban, pero cogió la botella y volvió a meterla en la nevera.

Una mano dejó 1 euro en el mostrador y la botella volvió. No por arte de magia, a ver, el dueño la volvió a colocar frente a mí.

- Pago yo.

Pablo sonrió y me entregó el agua, como si no fuera nada, como si le sobrara el dinero, ¿sabes? Es decir, primero lo de balón prisionero, ahora esto. ¿Podía pedirme matrimonio ya? ¡POR FAVOR!

- Gracias.

- Nada.

Pablo salió pero yo no podía ni moverme. Me había dado un ataque de vergüenza de proporciones épicas.

- ¿No sales?

- ¿Eh? Sí, sí, claro – dije, atontado. Abrí la botella y, al ir a beber, como ansias que soy, me tiré media botella por encima.

- Si que tenías sed, ¿no? – se rió.

- Gracias por comprármela.

- Ya me lo has dicho.

- Ah, sí.

- Óscar, ¿no? – preguntó. SE-SABE-MI-NOMBRE.

- Sí.

- Pablo – me dijo, extendiendo su mano para estrechar la mía.

- Sí, te conozco. Vamos a la misma clase.

- Nunca hemos hablado, así que es como si nos conociéramos hoy.

- Puede ser, sí – dije, y le estreché la mano. Una mano áspera, muy áspera.

- ¿Vives por aquí cerca?

- Sí, a dos calles más. ¿Tú? – pregunté.

- También.

Genial. Vivíamos al lado. Primera noticia. Primera puta noticia. A ver, Óscar, cálmate. No exageres, que lo va a notar.

- ¿Por qué no fuiste al viaje de fin de curso?

- No me apetecía nada. Es más divertido quedarse aquí – sentenció.- ¿Tú?

- Eh... bueno, pues... porque mis padres no querían y... - yo qué sabía qué decir. Si se me da fatal mentir. Excepto con lo de ser gay, que eso se me da de muerte. Llevo haciéndolo tanto tiempo que a veces hasta creo que soy hetero.

- Guay – sonrió.- Nos vemos mañana.

- ¿Eh?

- Que este es mi portal.

- Ah, guay. Hasta-hasta mañana – tartamudeé.

- Un día si quieres subes y jugamos a la Play o algo. ¿Juegas a la play?

¿PERDONA? Esto... ¿PERDONA? ¿Qué un día quiere que suba a su casa? Pero, ¿qué estaba pasando? Es decir. Dímelo otra vez que subo ahora mismo. ¿Por qué no me pides que suba ahora?

- Claro.

- Ok. Nos vemos – abrió el portal y entró. Yo, obviamente, seguí caminando sin darme la vuelta... hasta que fue seguro, y me la di, porque soy ese tipo de personas. Pero Pablo ya no estaba. Claro. Estaría ya dentro de su casa. De su perfecta casa. Sentándose a comer. Y seguro que sin camiseta. Bueno, dejadme imaginar un poco, ¿no? Dios, tenía que volver a casa YA.

Alguien para tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora