Capítulo 9

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Cuando me desperté, Pablo seguía a mi lado, en la cama, de espaldas, con la sábana casi por los tobillos. Sus bóxers grises le hacían un culo perfecto, no voy a engañaros. Yo estaba sudando a mares. Vergonzoso de mí, no había sido capaz de quitarme la sábana por la noche. Pero a Pablo parecía darle todo igual. ¿Es que acaso no se acordaba que me empalmé solo con verle cinco segundos en el vestuario? Por su respiración, sabía que seguía dormido. Ni sabía qué hora era. Tampoco tenía forma de verlo. La luz del sol entraba a raudales por su ventana ya que no bajó la persiana ni a la mitad. Luz de verano... que era precisamente lo que iba a separarnos cuando acabaran las dos semanas que quedaban de colegio. ¿En cuanto dejáramos las clases... dejaríamos de vernos? Yo me iría. Él se iría... y todo lo que ha pasado entre nosotros (que es nada, lo sé. Para una persona normal, vaya. Para mí es un mundo) desaparecería. ¿Me olvidaría? ¿Lo haría cuando llegara el resto de la clase? ¿Por qué no puedo disfrutar el momento ya? ¡Pues porque tengo quince años y cada drama me parece un mundo, por eso!

Me moví un poco por la cama, de manera exagerada, para ver si Pablo estaba despierto. No iba a hablarle. Qué vergüenza. Mi truco resultó, porque se giró y se colocó boca arriba.

- Uff... ¿tenemos que ir a clase? – protestó.

- ¿Qué hora es?

Pablo estiró el brazo y cogió su teléfono del suelo.

- Las seis y media... ¿desde qué hora llevas despierto?

- Ni idea – admití.

- ¿Has dormido bien?

- Sí, tranqui. No me has pegado patadas ni nada.

- ¿Eh?

- Como-como dijiste que te movías mucho... - dije, nervioso.

- Ah, bueno. Depende con quién duerma, ¿sabes?

            Nervioso, me incorporé para sentarme, pero puso su mano sobre mi estómago. Si ya estaba nervioso eso hizo que me estallara todo el organismo. Estuve a punto de lanzarme sobre él.

- Dónde vas. Túmbate un rato. Nos queda media hora por lo menos...

            Y se giró hacia mí, cerrando los ojos. Mientras, yo volvía a tumbarme. Y en vez de retirar la mano, la fue subiendo y acabó en mi cabeza, acariciándome el pelo, al tiempo que suspiraba.

- Treinta minutos más, ¿vale? – dijo, casi quedándose dormido al instante, mientras jugaba con mi pelo, cogiendo mechones y envolviéndolos en sus dedos. O sea... no sé cómo describiros el momento ni la sensación. No. Lo siento. Ahora mismo, estoy sin palabras.

No tenía muy claro si debía hacer yo lo mismo con él o qué. El miedo me dejó paralizado. El miedo y el gusto intenso que suponía que Pablo estuviera acariciándome la cabeza. No os hacéis una idea. Él se quedó dormido al momento, pero yo no. No pude. De hecho, no dormí y, hasta que se volvió a despertar, no moví ni un músculo porque me daba miedo que, si lo hacía, él se apartaría, o se daría cuenta de lo que estaba haciendo. No entiendo a la gente que no le guste que le toquen la cabeza. De verdad que no la entiendo. ES LA PUTA MEJOR SENSACIÓN DEL MUNDO. Y más aún si el que os acaricia es Pablo Bernabé.

Después de compartir desayuno con su madre, que nos tenía preparadas tostadas, zumo de naranja y cereales con chocolate, salimos de su casa camino a las clases. Eso sí. Yo iba vestido con ropa de Pablo. Todo yo olía a Pablo. Ojala pudiera quedarme su ropa. Ojala pudiera vestir siempre con ella. Durante el paseo, Pablo no habló nada. Silencio. Puede que tuviera que ver con que había notado cómo se había empalmado esta mañana al levantarse... y me pillara mirándole. Pero a ver. Es algo natural. Nos pasa a todos por las mañanas. O... ¿o fue por estar a mi lado? No. Ni de coña, Óscar. Pero... ¿por qué no? Las cosas iban bien. Iban mejor que bien. Me invitaba a su casa. Dormía en su cama. Me acariciaba por las mañanas. ¿Por qué no podía ser claro, cogerme y decirme: Óscar, me gustas, casémonos? Aunque, a decir verdad, yo tampoco lo había hecho, ¿no? ¿Y si él pensaba lo mismo?

Alguien para tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora