Capítulo 40

14.7K 1.2K 621
                                    

La verdad, era un gusto haberlo arreglado con Albert, porque es que nuestro enfado no tenía puto sentido, la verdad. Realmente no nos habíamos hecho nada ninguno de los dos. Es que, ¿qué había pasado? Bueno, pues que él estaba muy encoñado con Diego, y claro, todo se torció. Que hablando de Diego, ¿qué coño habrá pasado con él? ¿Qué le habrá hecho a Albert? Porque está claro que algo le ha tenido que hacer, no me jodas. Si no, ¿por qué estaba llorando cuando le vi saliendo del bus?

- Tío, ¿para qué hemos venido a este viaje si no tenemos ni puta idea de esquiar?

- Eso digo yo – añadí aunque a ver, yo sabía por qué había venido. Cinco letras: P-A-B-L-O. Pero siempre se las ingeniaba alguien para jodernos cuando teníamos un momento guay. Pero eso se iba a acabar. No quedaba otra.

- ¿Vienes esta tarde a mi habitación? Estaremos Cris, Celia, Antonio y yo.

- ¿Quién es Antonio?

- Otro de mi clase. Es majo, tranqui – añadió rápidamente.

- ¿Puedo llevar a alguien?

- No hace falta que preguntes si puedes traer a Pablo, ya sabes que sí.

- Ah, no hablaba de Pablo... - aclaré. Claro que iba a llevar a Pablo pero también había otra persona a la que quería llevar: Andrés. Quería hacer que se sintiera parte de nosotros. Aunque no lo necesitaba a lo mejor. Bueno, ¿qué más da? Le preguntaré a ver, que no pierdo nada.

- Uy, ¿quién es?

- An... Alba.

- ¿La de tu clase? ¿La buenorra?

- Es muy maja, y nos hemos hecho algo así como amigos – expliqué.

- Uhm, vale, genial. Tráela también. Contaremos historias de miedo, y grabaremos chorradas... y creo que Antonio ha conseguido cerves o algo así – me dijo, dándome un codazo de complicidad.

Cuando subimos al bus, volví a ver a Pablo, que había estado desaparecido todo el día. Me alegre tanto de verle... Nos sentamos juntos en el bus de vuelta al hotel y, después de un rato en el que el único que habló fui yo, protestando por lo mal que se me había dado el esquí, Pablo se fue recostando junto a mí y se quedó dormido, dejando caer su cabeza sobre mi hombro. Si es que estaba guapo hasta dormido, con la boca abierta. ¿¡Se podía ser más mono!? No, ¿verdad? Ya sé la respuesta. Habría sido tan guay que nos hubiéramos ido juntos ahora a la habitación, y hubiéramos hecho guarradas... sí, guarradas. Pero no. Tenía que compartir habitación con las otras dos estúpidas. Nos despedimos en la entrada del hotel, pero antes, le dije que se viniera conmigo a la habitación de Albert.

- ¿Seguro que quieres que vaya? – me preguntó, dudando.

- ¿Y por qué no iba a querer?

- No, nada, nada. Nos vemos ahí, ¿vale? – y se metió al ascensor. ¿Cómo que si estaba seguro de que viniera? ¿Cómo no iba a estarlo? Había algo que le preocupaba y, por muchas veces que me dijera a mí mismo que todo estaba normal, no lo estaba. Ahí seguía habiendo algo que... que le estaba comiendo por dentro. Y lo jodido de todo es que no tenía ni idea de lo que era.

De camino a las escaleras, me crucé con Almudena, Andrés y un par de tías más. A ver cómo le decía solo a Andrés que viniera sin decírselo a los demás.

- ¡Hola, Óscar! – perfecto, ya me saludó él primero.

- ¡Andrés!

- ¿Qué tal la mañana de esquí?

- De culo. ¿La tuya?

- Ah, pues genial – sonrió.

- Aquí el amigo esquía como dios – añadió Almudena.- Oye, te espero en la habita, tío, que estoy agotada.

Alguien para tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora