Capítulo 59

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Aún tengo grabado en la mente el grito de dolor de Albert. Su caída fue brutal pero, por suerte, cayó justo en el límite de una red de seguridad, pero rebotó y ¡crac! Pierna rota. Todos se quedaron en silencio varios segundos. Nadie sabía qué hacer o qué decir. El otro chico que había caído era Diego. Él sí se había quedado sujeto al arnés. Albert no. Joder. Albert. Os juro que temí por su vida, que me recorrió algo por el estómago que me hizo pensar: se mata. ¿Y qué hago yo sin Albert? Madre mía. ¡MENUDO PUTO SUSTO! El caso es que yo, obviamente, seguí el circuito, porque el miedo se me quitó de golpe, fíjate tú, y la vuelta al insti se retrasó un par de horas. Mi padre me llamó como 4 veces, y me obligó a pasarle el teléfono a Solero para asegurarse que le estaba diciendo la verdad. Sí, en esas estamos. Pero vamos, que en cuanto cayó Albert, terminé el circuito y bajé a toda velocidad para ver si estaba bien, aunque cuando llegué abajo, ya había un círculo de gente alrededor, incluidos los profesores, los monitores y dos enfermeros que trabajaban en el lugar. No pude hacerme hueco entre ellos, y mira que lo intenté, hasta que una mano me tocó el hombro.

- Óscar...

- ¿Qué coño ha pasado? – le grité a Pablo.

- Tranqui, que se va a poner bien.

- ¡Cómo lo sabes! ¡Si está inconsciente! ¡LA LENGUA, SE VA A TRAGAR LA LENGUA!

- ¡Óscar, relájate! Ya se ha despertado, ¿ves? – y Pablo señaló hacia Albert, que estaba medio grogui, al que le estaban levantando en camilla. Pasó a nuestro lado y no pude decir nada más, porque estaba como en shock. Sí, yo siempre haciendo que todo gire en torno a mí.

- Ya no sabía qué hacer para desviar la atención de ti – me dijo de repente entre risas. Risas de dolor, pero risas. Y claro, yo también me reí.- Me han dicho que me he roto la pierna. Pero joder, me duele todo...

- ¿Qué ha pasado? – le pregunté mientras iba acompañándole hacia la ambulancia.

- No... no lo sé. Tío, estaba peleándome con el gilipollas de Diego porque te llamaron mariquita... no lo sé... joder, esto duele de la hostia... - y llegamos a la ambulancia. Los dos enfermeros metieron a Albert dentro y cerraron las puertas tras él. A los pocos segundos ya se habían marchado de allí.

Así que el gilipollas de Diego tenía la culpa. Es que os juro que es que lo iba a matar. En serio. Ya no me vais a detener. Iba a coger y le iba a matar, así, sin más.

Pablo me alcanzó al rato, con la cara aún de preocupación, y me pasó el brazo por el hombro. Joder, qué insensible soy. Él había estado al lado de Albert cuando este se cayó, y ni siquiera le había preguntado que qué tal estaba. Bueno, mira, estoy harto de preocuparme por los demás. Ahora me preocupo por mí. Bueno, y por Pablo. Bueno, y por Albert... Bueno y... mira, no tengo remedio.

- ¿Estás mejor? – me preguntó.

- Sí, sí... ¿qué ha pasado? Tú estabas ahí.

- Diego y yo comenzamos a discutir, porque Diego te había insultado. Y entonces Albert se metió por medio y le empujó, y bueno, se metieron dos de los imbéciles de los amigos de Diego, y traté de ayudarlo, pero cuando me di cuenta, se había caído de la plataforma.

- ¿Y cómo puede ser que se le soltara el arnés?

- No lo sé, aunque me huele mal – sentenció Pablo. ¿Qué había querido decir con eso?

- ¿Cómo?

- Bueno, pues que esos arneses no se sueltan solos, Óscar, no seas tan inocente.

Desde que subimos al autocar y hasta que volvimos a casa, estuve dándole vueltas a lo que me había dicho Pablo. ¿Tendría razón y alguien le habría soltado el arnés a Albert? Estaba en plena reflexión cuando mi padre me volvió a llamar. Madre mía de mi vida.

Alguien para tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora