Capítulo extra 7: el verano de Albert

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Su despedida fue rara, pero entendí que no podía hacer más. Claramente esos gilipollas racistas habían clavado bien sus colmillos, y era tarea del propio Yamil sacarse el veneno. Yo lo había intentado, pero aún no nos conocíamos casi. ¿Cómo iba a confiar en mí para contarme lo que fuera que le pasara?

Así que me coloqué en una de las sombrillas de la piscina y avisé a mi madre que podían bajar mis hermanas si querían a quedarse conmigo. Dicho y hecho. Casi como si se hubieran teletransportado. Pero ni rastro de Yamil. No volví a volverle hasta dos días después. Mis hermanas se habían hecho muy amigas de Amaya y Ana. La primera era una líder nata y se llevaba genial con Laura, mi hermana mayor. La segunda, que siempre llevaba un libro diferente bajo el brazo, les leía trozos de la historia a mis otras dos hermanas. Casi como si fueran un club de lectura.

—Hoy toca leer un poco de 'Una herencia en juego'. No sé si lo conocéis pero lo he visto en todos lados, así que me lo tenía que empezar —les contó a Sofía y Estrella, que la miraban ensimismadas.

—Tiene pinta de ser un libro malísimo —dijo Sofía, haciéndose la lista.

—Al contrario, tiene pinta de ser maravilloso. Os leeré el principio y luego me dejáis en paz.

—¿Solo el principio? —protestó Estrella.

Yo mientras estaba tumbado tomando el sol, esperando quedarme dormido, tratando de ignorarlas todo lo posible. Mi plan había funcionado: había conseguido que otra persona empezara a encargarse de ellas. Hasta que escuché a Román hablando con Laura.

—¿Ese no es Yamil? —dijo y se puso en pie.

Entrecerré los ojos por culpa del sol que me daba directamente en la cara, y traté de incorporarme. Usando mi mano como si fuera una visera, conseguí ver a Yamil a lo lejos mientras Román corría hacia él. Se dieron un abrazo (me habría gustado dárselo yo) y, después de un rato charlando entre los dos, se acercaron a nuestra sombrilla.

—Mirad quién ha bajado —dijo Román, sonriente.

Yamil nos saludó con un gesto de la mano. Menos a mí. A mí ni siquiera me miró. ¿Es que estaba enfadado conmigo por algo? ¿Por qué sentía como que no quería verme? ¿O eran rayadas mías? Demasiado tiempo había pasado con Óscar, que ya se me pegaba su angustia vital con cada gesto que hacían los demás. Se sentó junto a nosotros, que nos colocamos en círculo como si fuéramos a invocar a un espíritu maligno o algo por el estilo.

Amaya se había empeñado, como siempre, en traer su baraja de cartas y tratar de adivinar el futuro amoroso de cualquiera, porque le encantaba hacerlo, y Yamil estuvo a punto de sentarse encima de toda la baraja, desperdigada por las toallas.

—¿Qué hacéis? —preguntó.

—Quería adivinar el futuro de Laura, pero es una sosa. ¿Te apuntas? –preguntó Amaya, ignorando las protestas fingidas de Laura.

-Claro. Pero primero un baño, ¿no? –y, cogiendo a Amaya de los brazos, la lanzó al agua, con las cartas volando por el aire, cayendo algunas con ella al interior de la piscina.

-¡GILIPOLLAS! ¡QUE SE EMPAPAN! –protestó mientras trataba de salvar algunas sacándolas a toda velocidad del agua, pero ya era tarde. -¡Te las has cargado!

-No pensaba que fuera a poder contigo, creía que te ibas a resistir –se disculpó Yamil y, avergonzado, empezó a recoger todas las cartas con rapidez. Yo mientras miraba todo el espectáculo desde el bordillo. ¿Dónde habrá estado esos días que no le habíamos visto el pelo? Incluso había llegado a temer que se hubiera ido sin decirnos nada. Sin decirme nada. No. ¿O sí? Tampoco le conocía tanto, ¿no?

Alguien para tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora