Capítulo 84

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-Pablo y Aurora están bien.

-¿Y ENTONCES POR QUÉ LLEVAS ESA CARA DE PREOCUPACIÓN? –chillé en medio del hospital y todo el mundo me miró, como diciendo: ya está, el loco de turno gritando como un poseso.

            Pero claro, ¿cómo no iba a gritar? ¡Pablo estaba bien! ¡Aurora estaba bien! Dios, yo no puedo gestionar tantas emociones, no sé vosotros pero a mí me va a dar un algo más pronto que tarde.

-No chilles, Óscar.

-Perdón –me disculpé. -¿Están bien entonces?

-Están fuera de peligro, sí. Quemaduras y poco más. Hoy se quedan aquí en observación. Aunque quizá Pablo se quede más.

-¿Más? ¿POR QUÉ? –volví a gritar. La mirada de mi madre me hizo darme cuenta de que había vuelto a gritar. Albert vino corriendo hacia nosotros.

-¿Qué pasa? ¿Están bien?

-Sí, sí, están bien –le aclaré.

-Aurora y Pablo sí. Vuestro profesor... está en coma inducido.

            Joder, por un minuto, se me había olvidado por completo Solero. Pero al escuchar las palabras de mi madre, me sentí como una mierda por haberme olvidado. ¿Cómo que en coma inducido? ¿CÓMO QUE EN COMA INDUCIDO?

-¿En coma? –preguntó Albert, que encontró las palabras que a mí no me salían.

-No nos han dicho nada más. Pero podéis pasar a ver a Pablo si queréis –me explicó.

            Albert y yo seguimos al médico y a la madre de Pablo, que me abrazó con fuerza nada más verme. Había estado llorando. Normal. A mí es que ya ni me salía. Caminamos por un pequeño pasillo hasta una de las habitaciones. Pablo estaba en ella. Albert me dio la mano, para darme fuerza y apoyo, y entramos.

            Pablo estaba tumbado en un camilla, con una mascarilla de oxígeno, y la mitad de la cara cubierta por vendas. Su respiración, acompasada y tranquila, era la que siempre me ayudaba a dormir, o a calmarme cuando estaba nervioso. Y verle ahí tumbado, como si estuviera gravemente enfermo, hizo que mi estómago se encogiera como si fuera un guisante.

            En cuanto nos vio, abrió un poco más los ojos y se retiró la mascarilla de oxígeno.

-Hola –dijo, en un hilo de voz, ronco y áspero. Tuve que contenerme para no lanzarme sobre él.

-Cariño, ¿qué tal estás? –preguntó su madre, mientras Albert y yo nos quedábamos en el umbral de la puerta, esperando.

-Mejor... me cuesta un poco respirar... pero bien bien –susurró. Yo no podía dejar de fijarme en las vendas de su cara. Sus ojos pasaron de su madre a mirarme a mí y parecía como si me hubiera atravesado con una estaca. Casi me caigo al suelo. Menos mal que Albert me estaba sujetando porque si no...

-Acércate, cielo –me indicó su madre y, temeroso, fui hacia la cama, mientras Albert se queda inmóvil en el mismo sitio.

            Ando lentamente hacia Pablo y, cuando llego a su altura, me siento al otro lado de la cama, en el borde. Me da cosa. Pablo estira su mano y busca la mía, así que se la cojo (la mano, joder). Está helada.

-Hola... -me susurra.

-Hola... –pero al intentar colocarme bien, mi culo resbala y me caigo de la cama al suelo de golpe. Vamos, que por poco no tiro a Pablo de la camilla.

-¡Óscar! –chilló Albert y vino hacia mí para ayudarme a levantarme. No puc més. ¿Cómo soy tan clown?

            Pero, en cuanto me levanté, vi que Pablo estaba sonriendo. Si al menos le había hecho reir.

Alguien para tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora