Capítulo 10: Bajo Vigilancia y Sin Consuelo

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Desde el incidente en la oficina del director, la vida de Dulce en el internado se había vuelto un infierno. La madre superiora y el prefecto no la perdían de vista, vigilando cada uno de sus movimientos como si fuera una criminal. Ya no podía escaparse con la misma facilidad de antes, y cada vez que lo intentaba, se encontraba con un obstáculo: un profesor, una monja, o alguna otra figura de autoridad que la frenaba en seco.

Además, su padre había decidido castigarla de la manera que él creía más efectiva: cortándole la mensualidad. Para Fernando Espinoza, el dinero era la herramienta más poderosa, y estaba convencido de que privarla de su estipendio haría que su hija recapacitara. Pero para Dulce, el dinero no era el problema. Lo que más la lastimaba eran las palabras de su padre, frías y llenas de desprecio. Sentía que nunca había sido lo suficientemente buena para él, y que nunca lo sería.

En esos días difíciles, Anahí se convirtió en su apoyo incondicional. Siempre estaba a su lado, ofreciéndole su hombro para llorar, palabras de ánimo, y recordándole que, pase lo que pase, siempre estarían juntas. Pero Dulce sabía que necesitaba algo más, alguien más.

Anahí, que siempre sabía cuándo retirarse, notó la mirada perdida de Dulce una tarde mientras estaban en su habitación.

—¿Quieres que lo llame? —preguntó suavemente.

Dulce asintió con la cabeza, sin decir una palabra. Anahí sacó su teléfono y envió un mensaje rápido a Christopher, explicando brevemente la situación. A los pocos minutos, llegó la respuesta: "Estoy en camino".

Cuando Christopher llegó al internado, Anahí lo guió en silencio hasta la habitación de Dulce, evitando los ojos curiosos de las otras chicas y el personal. Al llegar, tocó suavemente la puerta y, tras un momento, Dulce la abrió. Sus ojos estaban hinchados por el llanto, y su rostro mostraba una mezcla de tristeza y agotamiento.

—Te dejo sola —murmuró Anahí antes de salir y cerrar la puerta detrás de ella.

Christopher entró en la habitación, acercándose a Dulce con una expresión de preocupación.

—Dulce... —empezó a decir, pero ella lo interrumpió, abrazándolo con fuerza.

Fue en ese abrazo que las lágrimas comenzaron de nuevo. Dulce se dejó llevar, llorando todo lo que no había podido llorar en los últimos días. Christopher la sostuvo, acariciándole el cabello suavemente y murmurando palabras de consuelo.

—Todo va a estar bien, Dulce. Estoy aquí contigo, no estás sola —le dijo en voz baja.

Dulce sollozaba en su pecho, sintiendo que finalmente podía liberar toda la tensión acumulada. Las palabras de su padre seguían resonando en su mente, pero al menos en los brazos de Christopher, no dolían tanto.

—¿Por qué...? —empezó a decir, pero se detuvo, tratando de encontrar las palabras—. ¿Por qué no puede entenderme?

Christopher la abrazó más fuerte, apoyando su barbilla en la cabeza de ella.

—Porque él ve el mundo de una manera diferente, Dulce. Pero eso no significa que tú tengas que cambiar. Eres perfecta tal como eres, ¿sabes?

Dulce levantó la mirada, sus ojos llenos de lágrimas encontrándose con los de él. No sabía cómo, pero las palabras de Christopher le daban algo de esperanza. Había algo en su voz, en su manera de mirarla, que la hacía sentir vista, comprendida.

—Gracias —susurró finalmente, con una voz rota pero sincera.

Christopher sonrió, limpiando una lágrima de su mejilla con el pulgar.

—No tienes que agradecerme nada. Estoy aquí porque quiero estarlo, porque me importas —respondió suavemente.

El consuelo que encontraba en Christopher era diferente al de Anahí. Con él, sentía que podía mostrar su vulnerabilidad sin miedo a ser juzgada. Había algo en él, una calma y una seguridad que la hacían sentir protegida.

Pasaron un largo rato en silencio, simplemente disfrutando de la compañía del otro. Poco a poco, las lágrimas de Dulce cesaron, y el peso en su pecho se volvió un poco más ligero. Sentía que con Christopher, todo sería más fácil de llevar. Con él, quizás podría encontrar la manera de seguir adelante, de encontrar su propio camino, lejos de las expectativas de su padre.

Finalmente, Dulce levantó la cabeza y sonrió débilmente.

—Creo que me siento un poco mejor ahora —admitió.

Christopher sonrió de vuelta, inclinándose para darle un suave beso en la frente.

—Me alegra oír eso. Pero recuerda, no tienes que enfrentar todo esto sola. Estoy aquí para ti, siempre.

Dulce asintió, sintiendo que, a pesar de todo, quizás las cosas podrían mejorar. Quizás, con Christopher a su lado, podría encontrar la fuerza para seguir adelante y enfrentar lo que viniera, sin importar cuán difícil fuera.

Amor a la medianoche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora