Capítulo 2: El Encuentro

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Dulce María no podía dejar de pensar en la noche anterior. Su mente regresaba una y otra vez a aquel bar, a la música que llenaba el aire, y a la mirada intensa del músico que la había cautivado desde el escenario. Esa mañana, mientras Anahí dormía profundamente en la cama de al lado, Dulce ya estaba despierta, con los ojos fijos en el techo, repasando cada momento de su escapada.

Finalmente, tomó una decisión. Sabía que estaba arriesgando mucho, pero no podía dejar pasar la oportunidad de volver a verlo. Tenía que conocer a ese chico, descubrir quién era y qué era lo que la había atraído tanto de él. Miró de reojo a Anahí, asegurándose de que seguía dormida, y se levantó de la cama con sigilo.

Con movimientos rápidos, se vistió con unos jeans ajustados y una camiseta negra, recogiendo su cabello rojo en una coleta alta. Tomó una chaqueta de cuero de su armario, un último vistazo al reloj en la pared, y salió de la habitación en silencio.

Esta vez, Dulce conocía bien el camino. Bajó por la escalera de incendios con agilidad y, al llegar al pie de la misma, empujó suavemente la puerta trasera, sintiendo el aire fresco de la mañana golpear su rostro. El sol aún no había salido por completo, pero la ciudad ya comenzaba a despertar.

Tomó un taxi en la esquina del internado y le dio al conductor la dirección del bar. Estaba segura de que no encontraría al músico a esa hora, pero algo la impulsaba a ir de todos modos. Quería estar en el lugar donde lo había visto, sentir la misma energía que la había envuelto la noche anterior.

Al llegar al bar, Dulce se sorprendió al ver que las luces del local estaban encendidas y que la puerta estaba entreabierta. Con un nudo en el estómago, empujó la puerta y entró lentamente.

El interior del bar estaba vacío, salvo por una figura en el escenario, ajustando una guitarra. Era él, el mismo chico que había visto la noche anterior. Su corazón latió con fuerza en su pecho al verlo de nuevo. El chico levantó la vista al escuchar la puerta, y sus ojos se encontraron.

—Hola —dijo Dulce, sintiéndose de repente nerviosa.

Él la miró con curiosidad, una sonrisa juguetona apareciendo en su rostro.

—Hola. No esperaba tener público a esta hora —respondió, bajando del escenario con la guitarra en mano—. ¿Te conozco?

Dulce se rió suavemente, tratando de calmar los nervios que sentía.

—No... bueno, no realmente. Estuve aquí anoche, te vi tocar. Me llamo Dulce.

—Christopher —respondió él, extendiendo su mano. Dulce la tomó, sintiendo un pequeño cosquilleo al tocar su piel.

—Tocas muy bien —dijo Dulce, soltando su mano rápidamente, como si le quemara—. Me gustó mucho tu música.

Christopher sonrió, y Dulce notó cómo sus ojos brillaban al hacerlo.

—Gracias, Dulce. ¿Viniste sola?

—Sí... Mi amiga no quiso venir esta vez. Quería ver este lugar de nuevo. Es... diferente, interesante.

—Sí, definitivamente lo es. No todos los días una chica hermosa como tú entra a este lugar a primera hora de la mañana —comentó Christopher, con una sonrisa juguetona.

Dulce sintió que sus mejillas se ruborizaban. No estaba acostumbrada a recibir halagos tan directos.

—Bueno, no soy como las demás chicas —respondió con un aire de misterio.

—Eso puedo verlo —dijo Christopher, acercándose un poco más—. ¿Qué hace una chica como tú escapándose de un internado tan temprano en la mañana?

Dulce se mordió el labio, considerando si debía ser honesta o no. Algo en la forma en que Christopher la miraba la hacía querer abrirse.

—Supongo que... quiero sentirme viva —admitió finalmente—. Estoy cansada de las reglas y de todo lo que se espera de mí. Quiero ver el mundo por mí misma, tomar mis propias decisiones.

Christopher la miró en silencio por un momento, asintiendo lentamente.

—Lo entiendo. A veces, también siento eso cuando toco aquí. Es mi forma de escapar.

—¿De qué escapas tú? —preguntó Dulce, intrigada.

—De las expectativas de los demás. De todo lo que se supone que debo hacer con mi vida. Pero, sobre todo, de mí mismo —respondió, con una seriedad repentina en su voz.

Dulce sintió una conexión instantánea. Aunque apenas lo conocía, podía entender lo que sentía. Ambos querían algo más de la vida, algo que no podían encontrar en los confines de sus mundos habituales.

—Me alegra haberte conocido, Christopher —dijo Dulce con sinceridad—. Siento que... no lo sé, pero hay algo en ti que me hace querer quedarme aquí un poco más.

Christopher sonrió de nuevo, pero esta vez fue una sonrisa más suave, más íntima.

—Entonces, quédate. Me encantaría mostrarte un poco más de mi mundo.

Dulce asintió, sintiendo una emoción crecer dentro de ella. No sabía a dónde la llevaría este nuevo encuentro, pero estaba dispuesta a averiguarlo. Había algo en Christopher que la hacía sentir más viva que nunca, y por primera vez en mucho tiempo, no tenía miedo de seguir ese sentimiento.

Amor a la medianoche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora