Capítulo 50 : Conversaciones del Pasado

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Dulce se encontraba en la sala de su casa, acunando a la pequeña Tessa en sus brazos mientras la mecía suavemente para dormirla. La tarde estaba tranquila, pero en su mente se agolpaban los pensamientos sobre su propio pasado y el miedo que le generaba ser madre. Sentía un vacío en el pecho que no podía ignorar, un miedo profundo de no saber cómo criar a su hija debido a sus propias carencias.

Fernando Espinoza entró en la sala con pasos tranquilos, observando a su hija con una mirada preocupada. Sabía que había algo que la inquietaba, y después de los eventos recientes, estaba más dispuesto que nunca a tratar de ser el padre que Dulce necesitaba.

—Dulce, ¿puedo sentarme contigo? —preguntó Fernando, señalando el sofá a su lado.

Dulce asintió con una ligera sonrisa. Acomodó a Tessa en su regazo y le hizo un gesto a su padre para que se sentara. Fernando se dejó caer junto a ella, sus ojos moviéndose entre su hija y su nieta.

—Papá, he estado pensando mucho últimamente... —comenzó Dulce, su voz era suave, casi un susurro—. Ahora que tengo a Tessa, no puedo evitar pensar en mamá... y en cómo nos dejó.

Fernando suspiró profundamente, sabiendo que esta conversación eventualmente llegaría.

—Lo sé, Dulce. —Fernando miró al suelo por un momento, reuniendo sus pensamientos—. Yo también pienso en ello a menudo. Me pregunto si pude haber hecho algo diferente, algo para evitar que se fuera.

Dulce lo miró, con los ojos brillando de lágrimas contenidas.

—Papá, no se trata solo de mamá. Tú también te fuiste, aunque nunca físicamente. Siempre estuviste tan ocupado con el trabajo que apenas estabas presente en mi vida. Y Alfonso... bueno, él estaba en Londres. Yo crecí sintiéndome sola, aun cuando estaba rodeada de gente. Anahí era mi única constante, pero nunca tuve realmente una familia.

Fernando sintió un dolor en su pecho al escuchar las palabras de Dulce. Nunca había imaginado cuánto le había afectado su ausencia emocional.

—Lo siento mucho, hija —dijo con voz temblorosa—. Creí que al enviarte al internado y mantenerte rodeada de oportunidades estaba haciendo lo correcto. Pero me equivoqué. No estuve ahí cuando más me necesitabas, y me arrepiento de eso todos los días.

Dulce apartó la mirada, su corazón latiendo rápidamente.

—Ahora tengo miedo, papá. Miedo de no saber cómo ser una buena madre para Tessa. ¿Y si la hago sentir como me sentí yo? ¿Y si no sé cómo darle el amor y la seguridad que necesita?

Fernando se inclinó hacia adelante, tomando la mano libre de Dulce con fuerza.

—Dulce, escucha. Sé que cometí muchos errores como padre, pero sé que tú eres una mujer fuerte y llena de amor. No eres tu madre, ni tampoco eres yo. Tú puedes ser diferente, mejor. Y estás aquí ahora, luchando todos los días por ser la mejor madre posible. Eso es lo que cuenta.

Dulce dejó escapar un suspiro profundo, sus ojos llenos de lágrimas.

—¿Y si no es suficiente, papá? ¿Y si... fallo?

Fernando la abrazó, sosteniéndola con firmeza.

—No vas a fallar, Dulce. Porque ya eres una madre maravillosa. Tessa tiene suerte de tenerte. Y tú tienes una familia que te apoya, incluso si no siempre lo hemos hecho de la mejor manera. Estoy aquí ahora, y estoy dispuesto a ser el padre que siempre debí ser.

Dulce se quedó en silencio por un momento, sintiendo el peso de las palabras de su padre. Sabía que eran sinceras, y por primera vez, sintió una chispa de esperanza.

—Gracias, papá. —murmuró finalmente—. Eso significa mucho para mí.

Más tarde esa noche, cuando Christopher regresó a casa, Dulce sabía que también necesitaba hablar con él. Lo encontró en la cocina, ocupado preparando algo para la cena. Se acercó a él y, tomando una profunda respiración, comenzó.

—Christopher, ¿podemos hablar un momento? —preguntó, su voz un poco tensa.

Christopher se giró hacia ella, notando la seriedad en su expresión.

—Claro, Dulce. ¿Qué pasa? —dijo, dejando a un lado lo que estaba haciendo.

Dulce lo miró directamente a los ojos, sintiendo que este era un momento crucial para su relación.

—He estado pensando mucho en mi pasado, en cómo crecí... —comenzó—. Christopher, nunca tuve una verdadera familia. Mamá nos dejó cuando yo era pequeña, y papá siempre estaba ausente por el trabajo. Me enviaron a un internado, y Alfonso estaba en Londres. Siempre me sentí tan sola, tan perdida. Y ahora tengo tanto miedo de no saber cómo ser una buena madre para Tessa... de no saber cómo darle lo que nunca tuve.

Christopher se acercó a ella, colocando sus manos suavemente en sus hombros.

—Dulce, lo siento mucho. No puedo imaginar lo difícil que debe haber sido para ti. Pero escucha, no estás sola en esto. Estoy aquí contigo, siempre estaré aquí. —Christopher la miró intensamente, sus ojos llenos de amor y determinación—. Vamos a aprender juntos cómo ser los mejores padres para Tessa.

Dulce asintió, aunque las lágrimas comenzaban a deslizarse por sus mejillas.

—¿Y si no sé cómo hacerlo, Christopher? ¿Y si no soy lo suficientemente buena para ella?

Christopher limpió sus lágrimas con ternura, sonriendo suavemente.

—Ya eres lo suficientemente buena, Dulce. Eres una madre increíble porque te preocupas tanto por ella. Eso es lo que la hará crecer sintiéndose amada y segura. Y cada día, aprenderemos algo nuevo. No tienes que ser perfecta, solo tienes que ser tú.

Dulce dejó escapar una pequeña risa entre lágrimas, sintiendo un peso aliviado de sus hombros.

—Gracias, Christopher. No sé qué haría sin ti.

Christopher la abrazó fuerte, apoyando su barbilla en su cabeza.

—No tienes que preocuparte por eso, porque nunca tendrás que estar sin mí. Te amo, Dulce. Y amo a nuestra pequeña Tessa. Juntos, haremos esto.

Dulce cerró los ojos, sintiendo el calor del amor de Christopher envolviéndola. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que todo estaría bien.

Amor a la medianoche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora