Capítulo 7: Ocultos en la Oscuridad

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Dulce estaba sentada en su escritorio, con un montón de libros y cuadernos apilados a su alrededor. Su habitación en el internado, normalmente un refugio tranquilo, ahora parecía un campo de batalla con papeles desparramados por todas partes. Su cabeza estaba apoyada en sus manos, sus ojos llenos de agotamiento mientras miraba la pila de tareas que había descuidado durante semanas.

—¿Cómo se supone que voy a terminar todo esto? —murmuró para sí misma, sintiéndose abrumada.

La noche anterior, como muchas otras, la había pasado con Christopher, explorando la ciudad y olvidándose de todo lo demás. Pero ahora, la realidad se presentaba con todo su peso. No solo tenía que recuperar el tiempo perdido, sino que también debía hacerlo sin levantar sospechas.

De repente, escuchó un suave golpeteo en su ventana. Al principio, pensó que era el viento, pero luego el sonido se hizo más insistente. Levantó la vista, frunciendo el ceño, y se acercó cautelosamente. Para su sorpresa, vio una figura conocida fuera de la ventana. Christopher estaba allí, balanceándose con una sonrisa juguetona en su rostro.

—¿Qué demonios haces aquí? —susurró Dulce, abriendo la ventana con cuidado—. ¡Podrías meterte en serios problemas!

Christopher se encogió de hombros con una sonrisa despreocupada.

—Quería verte. Y además, no podía esperar hasta nuestra próxima aventura. ¿Me vas a dejar entrar o no?

Dulce miró alrededor de la habitación nerviosamente, asegurándose de que nadie más estuviera cerca. Finalmente, con un suspiro resignado, se hizo a un lado para que él entrara. Christopher se deslizó adentro con agilidad, cerrando la ventana detrás de él.

—No tienes remedio —le dijo Dulce, aunque una pequeña sonrisa jugaba en sus labios.

Christopher se acercó a ella, observando la caótica escena de libros y papeles.

—Vaya, parece que alguien ha estado muy ocupada —comentó, levantando un cuaderno con una ceja levantada—. ¿Todo esto es por no hacer la tarea?

Dulce rodó los ojos, cruzándose de brazos.

—¡Sí, gracias por recordármelo! Y todo es tu culpa, por cierto.

Christopher rio suavemente, acercándose más.

—Si quieres, puedo ayudarte. Aunque no soy muy bueno en esto de las tareas...

Antes de que Dulce pudiera responder, escucharon un ruido en el pasillo. Pasos fuertes y constantes que se acercaban a su puerta. Los ojos de Dulce se abrieron con sorpresa.

—¡Es el prefecto! —susurró con urgencia—. ¡Está haciendo la ronda de inspección!

Christopher también se puso alerta, sus ojos buscando rápidamente un lugar para esconderse.

—¿Dónde puedo meterme? —preguntó en voz baja.

Dulce miró alrededor frenéticamente, su corazón latiendo con fuerza.

—¡El clóset! —dijo finalmente, señalando la puerta del armario en la esquina de la habitación.

Sin perder un segundo, Christopher se deslizó dentro del clóset, cerrando la puerta detrás de él justo a tiempo. Dulce apenas tuvo tiempo de sentarse en su escritorio y fingir que estaba concentrada en su tarea cuando la puerta de su habitación se abrió de golpe.

El prefecto, un hombre alto y serio, entró con una expresión severa.

—Señorita Espinoza, espero que esté cumpliendo con el toque de queda y sus obligaciones —dijo, sus ojos recorriendo la habitación desordenada.

Dulce sonrió inocentemente, levantando su cuaderno.

—Sí, señor. Solo estaba terminando un poco de tarea antes de dormir.

El prefecto asintió, aunque su expresión no cambió.

—Espero que sea así. La madre superiora no tolera la falta de disciplina.

Dulce asintió rápidamente.

—Lo entiendo, señor. No se preocupe.

El prefecto miró alrededor una última vez antes de salir de la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Dulce dejó escapar un suspiro de alivio, su corazón aún latiendo frenéticamente. Se levantó rápidamente y abrió el clóset, encontrando a Christopher agazapado entre su ropa.

—¡Eso estuvo cerca! —exclamó, ayudándolo a salir.

Christopher se rió suavemente.

—Demasiado cerca para mi gusto. Pero creo que lo manejaste bastante bien.

Dulce sonrió, pero su nerviosismo aún estaba presente. Sin embargo, cuando se giró para hablar, tropezó con una pila de libros en el suelo y cayó hacia adelante. Christopher la atrapó instintivamente, sus brazos alrededor de su cintura para evitar que cayera.

Por un momento, se quedaron congelados en esa posición, sus rostros muy cerca. El corazón de Dulce latía aún más rápido, pero por una razón completamente diferente esta vez. Podía sentir la respiración de Christopher en su rostro, sus ojos azules mirándola intensamente. Y antes de que pudiera pensar demasiado, Christopher inclinó la cabeza y sus labios se encontraron en un suave, inesperado beso.

Fue un beso breve, pero lleno de electricidad. Dulce sintió que todo a su alrededor se desvanecía, dejándolos solo a ellos dos en ese pequeño mundo compartido.

Cuando finalmente se separaron, ambos parecían sorprendidos por lo que acababa de suceder. Christopher sonrió suavemente, aún sosteniéndola.

—Supongo que eso no estaba en tu plan de estudio —bromeó.

Dulce se rió, sintiéndose un poco mareada.

—Definitivamente no... pero no me quejo.

Christopher la soltó con cuidado, y ambos se enderezaron, aún sonriendo tímidamente. El momento había sido inesperado, pero ninguno de los dos se arrepentía.

—Será mejor que me vaya antes de que vuelvan a hacer otra ronda —dijo Christopher, dirigiéndose a la ventana.

Dulce asintió, aún sintiendo los efectos del beso.

—Sí, tienes razón. Y yo... tengo que terminar todo esto.

Christopher la miró una última vez antes de abrir la ventana.

—Te veré pronto, Dulce. Prometo no ponerte en más problemas.

Dulce sonrió, sus ojos brillando.

—De acuerdo. Pero no prometo no meterte en problemas yo a ti.

Christopher rió suavemente y, con una última sonrisa, desapareció por la ventana. Dulce se quedó mirando el espacio vacío donde él había estado, su corazón aún latiendo rápido.

Mientras volvía a su tarea, no pudo evitar sonreír. Sabía que las cosas con Christopher no serían fáciles, pero tampoco quería que lo fueran. La emoción, el peligro, el romance... todo hacía que cada momento con él valiera la pena.

Amor a la medianoche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora