Capítulo 44 : Obsesión y Determinación

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En el lujoso despacho de la mansión Ortega, el ambiente estaba cargado de tensión. El sol se filtraba a través de las pesadas cortinas, iluminando parcialmente la habitación decorada con muebles antiguos y cuadros familiares que reflejaban el prestigio de la familia. Aarón Ortega estaba de pie, nervioso, mirando a su padre, Carlos Ortega, quien estaba sentado detrás de un gran escritorio de caoba, revisando unos documentos.

—Papá, no puedo creer que hayas permitido que se cancelara el contrato con los Espinoza —dijo Aarón, su voz temblando de frustración—. Sabes cuánto he esperado para casarme con Dulce. Ella debería ser mía.

Carlos Ortega levantó la mirada de los papeles y se quitó las gafas, suspirando profundamente. Había escuchado esto tantas veces antes, y empezaba a perder la paciencia con la obsesión de su hijo.

—Aarón, ya hemos hablado de esto —respondió Carlos con tono firme—. Ese contrato se canceló porque no teníamos otra opción. La familia Espinoza logró salirse con la suya. Además, esta obsesión tuya con Dulce es un capricho, nada más.

Aarón apretó los puños, sintiendo la rabia burbujear en su interior. No podía creer que su padre no entendiera la magnitud de sus sentimientos.

—No es un capricho, papá. ¡No lo entiendes! La he amado desde antes de que siquiera supiera que yo existía. Cada vez que la veía en las fiestas familiares o en los eventos de la empresa, sabía que ella era la indicada para mí. ¡No puedo dejar que esto termine así!

Carlos frunció el ceño, claramente irritado por la insistencia de su hijo.

—¿Escuchas lo que dices, Aarón? ¿Amor? Apenas la conoces. Lo que sientes es una ilusión, una obsesión sin fundamento. No puedes forzar a alguien a amarte. Dulce está casada ahora, y además espera un hijo. Tienes que dejarla ir.

Aarón negó con la cabeza, sus ojos brillando con una determinación implacable.

—No, no puedo. No lo haré. No me importa si está casada o si espera un hijo. Eso no cambia nada para mí. Dulce es mía, y siempre lo será. No voy a dejar que Christopher o cualquier otra persona se interponga en mi camino. Yo la protegeré de él, de su familia, de todos. Ella debe estar conmigo.

Carlos se levantó de su silla, golpeando el escritorio con la palma de la mano, su voz subiendo de tono.

—¡Aarón, esto es una locura! ¿Escuchas lo que estás diciendo? Estás hablando como un loco. No puedes controlar la vida de Dulce ni obligarla a estar contigo. Es su decisión con quién quiere estar, y ella ha elegido a Christopher.

Aarón se acercó al escritorio, su expresión se endureció, dejando claro que no iba a retroceder.

—Si realmente pensara eso, entonces no me conoces, papá. Dulce y yo estamos destinados a estar juntos, y no me detendré ante nada para asegurarme de que así sea. Haré lo que sea necesario para que ella esté a mi lado. Lo que sea.

Carlos lo miró con una mezcla de preocupación y desaprobación. No podía entender cómo su hijo, tan inteligente y calculador, podía estar tan cegado por una obsesión tan peligrosa.

—Aarón, estás hablando de cosas serias. Si haces algo imprudente, podrías arruinar no solo tu vida, sino la nuestra también. La familia Ortega no puede permitirse un escándalo como este. Ya hemos perdido demasiado con el asunto del contrato. No te arriesgues más.

Aarón se dio la vuelta, caminando hacia la ventana y mirando a través del cristal con una mirada distante. El jardín familiar se extendía ante él, pero sus pensamientos estaban en otro lugar, en otra persona.

—No me importa lo que pienses, papá. Ya he tomado una decisión. Si no puedo tener a Dulce por las buenas, entonces lo haré por las malas. Pero te prometo que la tendré. Ya verás.

Carlos se quedó en silencio, observando a su hijo con una mezcla de temor y desesperanza. Sabía que Aarón podía ser persistente hasta el punto de la obsesión, pero esto era diferente. Esto era peligroso.

—Aarón, no sigas por este camino —dijo finalmente, con un tono más suave—. No quiero perderte también. Piensa en lo que estás haciendo. Hay otras maneras de encontrar la felicidad. No necesitas esto.

Aarón se dio la vuelta lentamente, su expresión fría y determinada.

—Lo siento, papá. Pero mi felicidad es Dulce, y no descansaré hasta que ella esté conmigo. No me importa lo que cueste, ni a quién tenga que enfrentar. Esto no ha terminado.

Carlos se apoyó contra el respaldo de su silla, sintiendo el peso de las palabras de su hijo. Sabía que algo terrible podría suceder si Aarón continuaba por este camino, pero también sabía que nada de lo que dijera cambiaría su decisión.

Mientras Aarón se marchaba del despacho, Carlos se quedó mirando la puerta cerrada con una creciente sensación de impotencia. La obsesión de su hijo con Dulce Espinoza podría destruir a la familia Ortega si no se controlaba, y temía que lo peor estuviera aún por venir.

Amor a la medianoche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora