Capítulo 11: Un Día en el Internado

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El sol comenzaba a asomarse por el horizonte, tiñendo el cielo con tonos rosados y dorados, cuando Christopher despertó. Se encontraba en una cama estrecha, rodeado por paredes decoradas con posters y fotografías. Al principio, le costó recordar dónde estaba, pero al girar la cabeza y ver a Dulce durmiendo plácidamente a su lado, todo volvió a su mente: había pasado la noche en el internado.

Dulce aún dormía profundamente, con su cabello pelirrojo desparramado sobre la almohada, luciendo serena y despreocupada. Christopher sonrió al verla tan tranquila. A pesar de las circunstancias que los habían llevado hasta allí, no podía evitar sentir que este momento, esta tranquilidad compartida, era exactamente donde quería estar.

Se movió con cuidado para no despertarla, pero a los pocos minutos, Dulce abrió los ojos lentamente y lo encontró mirándola. Ella sonrió, una sonrisa aún adormilada y dulce.

—Buenos días —murmuró, estirándose un poco.

—Buenos días —respondió Christopher, inclinándose para darle un beso en la frente—. ¿Cómo dormiste?

—Muy bien —respondió Dulce, todavía sonriendo—. Pero tienes que esconderte antes de que las chicas empiecen a levantarse.

Christopher asintió, y con un último beso en la frente de Dulce, se levantó de la cama y se escondió detrás del armario mientras ella se preparaba para su día. Desde su escondite, Christopher podía ver la habitación de Dulce con más detalle. Había libros de todo tipo, desde novelas románticas hasta libros de estudio, un par de zapatillas de ballet abandonadas en una esquina, y una guitarra apoyada contra la pared.

—¿Te gusta mi habitación? —preguntó Dulce en voz baja mientras se cepillaba el cabello.

—Es... muy tú —respondió Christopher con una sonrisa.

Dulce rió suavemente, abriendo la puerta de su armario para sacar su uniforme.

—Tengo que ir a clases ahora. Te sugiero que te quedes aquí y te mantengas fuera de vista —dijo en voz baja, lanzándole una mirada traviesa—. Pero puedes explorar un poco, solo ten cuidado de no ser visto.

Christopher asintió, agradecido por la oportunidad de conocer más sobre el mundo de Dulce. Después de que ella se fue, se tomó un momento para observar más detenidamente. Todo en la habitación parecía reflejar la personalidad vibrante de Dulce: sus libros, sus discos, y hasta las pequeñas notas pegadas en las paredes, con letras garabateadas que parecían versos de canciones o pensamientos al azar.

A media mañana, Dulce regresó para un breve descanso antes del almuerzo. Christopher se acercó con una sonrisa.

—Tu habitación es fascinante —comentó él, mirándola con curiosidad—. Hay tantas cosas que me gustaría preguntarte...

—¿Como qué? —preguntó Dulce, intrigada.

—Como esta guitarra, por ejemplo —dijo él, señalando el instrumento en la esquina—. ¿Tocas?

Dulce se encogió de hombros, un poco avergonzada.

—No muy bien, solo algunas canciones. Pero me gusta practicar cuando puedo.

Christopher asintió, impresionado.

—Me gustaría escucharte tocar algún día.

Dulce sonrió, pero antes de que pudiera responder, el sonido de una campana resonó por los pasillos.

—Es la señal para el almuerzo —dijo ella, dándole un guiño—. Vamos, puedo llevarte a la sala de estudios mientras yo bajo al comedor.

Mientras caminaban por los pasillos desiertos, Dulce le explicó en voz baja los horarios del internado y cómo funcionaba la rutina diaria. Christopher escuchaba atentamente, fascinado por cómo Dulce se manejaba en ese mundo tan distinto al suyo.

Finalmente, llegaron a la sala de estudios, una pequeña habitación apartada en el segundo piso que apenas se usaba. Dulce se aseguró de que no hubiera nadie cerca antes de dejar entrar a Christopher.

—Quédate aquí hasta que regrese —le susurró, mirando a su alrededor nerviosa—. Nadie viene aquí durante el almuerzo.

—Entendido —respondió Christopher, inclinándose para besarla suavemente—. Nos vemos en un rato.

Dulce se sonrojó ligeramente antes de apresurarse a bajar al comedor. Durante el almuerzo, no pudo evitar sentirse ansiosa, pensando en Christopher escondido arriba. Anahí, sentada a su lado, le lanzó una mirada inquisitiva.

—¿Qué pasa contigo hoy? —preguntó en voz baja.

—Nada... solo estoy pensando en algunas cosas —respondió Dulce, tratando de sonar casual.

Anahí sonrió, claramente sin creerle.

—Claro, "algunas cosas". Como un chico que está escondido en el internado, tal vez.

Dulce le lanzó una mirada de advertencia, pero Anahí solo se rió suavemente. Terminaron de comer rápidamente y Dulce se apresuró a regresar a la sala de estudios.

Cuando llegó, encontró a Christopher recostado en uno de los sofás, mirando por la ventana. Se volvió hacia ella cuando entró, sonriendo.

—¿Todo bien? —preguntó él.

Dulce asintió, cerrando la puerta detrás de ella.

—Sí, todo está bien. Nadie sospecha nada.

Pasaron el resto de la tarde juntos, hablando sobre sus sueños y deseos, compartiendo historias de sus vidas que nunca habían contado a nadie más. Christopher habló sobre su amor por la música y lo difícil que había sido para él perseguir su sueño. Dulce, por su parte, le habló de su relación tensa con su padre y su deseo de ser libre, de escapar del control constante que sentía en el internado y en su vida familiar.

A medida que la tarde se desvanecía en la noche, ambos sintieron que habían descubierto algo nuevo el uno del otro, algo más profundo y más significativo que antes. Dulce sintió que, por primera vez, alguien la entendía de verdad. Y Christopher, por su parte, se dio cuenta de que Dulce era mucho más que una chica rebelde con una sonrisa encantadora; era alguien con una pasión y una fuerza que lo cautivaban.

Cuando finalmente cayó la noche, Dulce suspiró, sabiendo que tendría que despedirse de Christopher. Pero al menos, se sentía más conectada con él que nunca. Al salir de la sala de estudios para asegurarse de que el camino estaba despejado, miró a Christopher con una sonrisa.

—Gracias por estar aquí hoy —dijo en voz baja—. Realmente significó mucho para mí.

Christopher le devolvió la sonrisa, acercándose para darle un beso en la frente.

—Siempre estaré aquí para ti, Dulce. No lo olvides.

Y con esa promesa, se despidieron por la noche, sabiendo que, pase lo que pase, siempre se tendrían el uno al otro.

Amor a la medianoche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora