Capítulo 32 : La Fuga Revelada

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El sol apenas había salido cuando el internado se llenó de un bullicio inusual. Los rumores de la desaparición de Dulce se habían esparcido como pólvora. Los estudiantes se agrupaban en pequeños círculos, murmurando y especulando sobre lo que podría haber sucedido. Algunos decían que la habían visto salir de la escuela a última hora de la tarde; otros, que la escucharon discutir con su padre la noche anterior.

Anahí, aún en su dormitorio, sintió una punzada de preocupación al escuchar el alboroto afuera. Se vistió rápidamente y bajó al comedor, donde la directora Stroke estaba hablando con el padre de Dulce, Fernando Espinoza, cuyo rostro reflejaba una mezcla de ira y ansiedad.

—Anahí —llamó la directora con voz severa al verla—, por favor, ven aquí.

Anahí caminó lentamente hacia ellos, su corazón palpitando en su pecho. Sabía que esto no sería fácil.

—¿Dónde está Dulce? —preguntó Fernando, sin preámbulos, sus ojos clavándose en ella con intensidad—. Eres su mejor amiga. Debes saber algo.

Anahí intentó mantener la compostura. Su mente corría con posibles respuestas, pero sabía que no podía traicionar a Dulce.

—No lo sé, señor Espinoza —respondió con calma—. No me dijo nada sobre irse. La vi anoche, pero no mencionó ningún plan.

Fernando frunció el ceño, claramente insatisfecho con la respuesta. —Si estás ocultando algo, Anahí, es mejor que lo digas ahora. Esto es muy serio.

Anahí mantuvo su mirada firme. —De verdad, no sé dónde está. Lo siento.

Fernando suspiró, frotándose la frente con frustración. —Si te enteras de algo, me lo dirás de inmediato, ¿entiendes? —dijo con tono autoritario.

—Sí, señor —contestó Anahí, sabiendo que no tenía otra opción.

***

En otro lugar de la Ciudad de México, Alexandra, la madre de Christopher, también se encontraba en un estado de desesperación. Había llegado al hospital para visitar a su hijo, solo para descubrir que no estaba en su habitación y que nadie lo había visto desde la noche anterior. Su corazón latía acelerado mientras corría por los pasillos, buscando alguna pista.

Finalmente, encontró a Maite, la hermana de Christopher, en la cafetería del hospital, con la cara pálida y los ojos hinchados de preocupación.

—¡Maite! —exclamó Alexandra, agarrando a su hija del brazo—. ¿Dónde está Christopher? ¡¿Sabes algo de él?!

Maite tragó saliva, sintiendo el peso de la culpa. Sabía más de lo que estaba dispuesta a admitir, pero no quería meter a su hermano en problemas.

—No lo sé, mamá —dijo con voz temblorosa—. No sé dónde está.

Alexandra se mordió el labio, intentando controlar su creciente frustración. —¿Cómo que no sabes? ¡Es tu hermano! ¡No desaparece así sin decírtelo!

Maite bajó la mirada, evitando el escrutinio de su madre. —De verdad, mamá, no sé nada.

Alexandra suspiró profundamente, tratando de contener las lágrimas. —Si descubres algo, Maite... cualquier cosa, debes decírmelo de inmediato.

Maite asintió, sabiendo que, aunque quería proteger a su hermano, no podría mentir para siempre.

***

Mientras tanto, a kilómetros de distancia, en un pequeño pueblo de Guadalajara, Christopher y Dulce llegaron a la casa de los abuelos de Christopher. Era una casita modesta pero acogedora, rodeada de campos verdes y montañas en la distancia. Christopher ayudó a Dulce a bajar del viejo auto que habían conseguido para la fuga. Ambos estaban agotados, pero al mismo tiempo, sentían una inmensa sensación de alivio.

—¿Estás bien? —preguntó Christopher, tomando la mano de Dulce mientras caminaban hacia la puerta.

Dulce asintió, sonriendo a pesar del cansancio. —Sí, estoy bien... Estoy contigo.

Christopher sonrió y abrió la puerta, revelando el interior cálido y acogedor de la casa. —Aquí estaremos seguros —dijo—. Nadie sabe que estamos aquí, y mis abuelos están de viaje. Tenemos tiempo para pensar qué haremos después.

Dulce miró alrededor, sintiéndose extrañamente en paz. —Esto es perfecto —susurró—. Lejos de todo... de las presiones, de las expectativas. Solo nosotros.

Christopher la abrazó, sintiendo la tensión que ambos habían acumulado durante días comenzar a desvanecerse. —Estaremos bien, Dulce. Lo prometo.

Los días siguientes pasaron en una especie de calma inusual para ambos. Vivir juntos en la casa de los abuelos de Christopher les dio la oportunidad de conocerse aún más, de disfrutar de momentos sencillos y tranquilos que nunca habían tenido antes. Cocinaron juntos, rieron, y planearon su futuro, lejos de las expectativas que otros habían impuesto sobre ellos.

Por primera vez en mucho tiempo, Dulce se sintió verdaderamente libre. Sabía que eventualmente tendrían que enfrentarse a la realidad, pero por ahora, todo lo que importaba era que estaban juntos, listos para lo que el futuro les deparara.

Amor a la medianoche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora