Capítulo 18 : Conversaciones Pendientes

26 2 0
                                    


Después del tenso enfrentamiento en la entrada del internado, la madre superiora guió a Fernando y a Dulce a una sala privada para que pudieran hablar a solas. La puerta se cerró suavemente detrás de ellos, dejando a padre e hija en un silencio incómodo, apenas roto por el tic-tac del reloj en la pared.

Fernando se sentó en una de las sillas de madera, cruzando los brazos y mirando a su hija con una mezcla de frustración y preocupación. Dulce permaneció de pie, su postura rígida y sus ojos fijos en su padre.

—Siéntate, Dulce —dijo finalmente Fernando, su voz tensa.

Dulce dudó por un momento, pero luego se dejó caer en la silla frente a él, manteniendo la distancia. Había muchas emociones revoloteando dentro de ella, desde la ira hasta la tristeza, y sabía que esta conversación no sería fácil.

—Papá, ¿por qué siempre haces esto? —comenzó Dulce, con voz temblorosa—. Siempre asumes lo peor de mí. Siempre piensas que no puedo tomar mis propias decisiones.

Fernando la miró, sorprendido por su tono desafiante.

—Dulce, solo quiero lo mejor para ti. No quiero que tomes decisiones precipitadas que puedan afectar tu futuro.

—¿Y qué sabes tú de mi futuro? —replicó Dulce, sintiendo cómo su voz se quebraba—. Ni siquiera estás presente en mi vida, papá. Solo te importa tu trabajo, tu empresa, tus viajes de negocios. No te importa lo que yo quiera o lo que yo sienta.

Fernando se quedó en silencio por un momento, sus ojos mostrando una mezcla de dolor y sorpresa.

—Eso no es cierto, Dulce. Siempre me he preocupado por ti.

Dulce soltó una risa amarga.

—¿De verdad, papá? Porque no lo parece. Ni siquiera estabas cuando más te necesitaba. Mamá se fue cuando yo era solo una bebé de tres años, y no te importó. Solo te sumergiste en tu trabajo y me dejaste a cargo de las niñeras, de los profesores, de cualquiera que no fuera tú.

El rostro de Fernando se oscureció al escuchar el nombre de Blanca, la madre de Dulce.

—Sabes que es un tema complicado, Dulce. Tu madre... Blanca nos dejó a ambos. No fue fácil para mí tampoco.

Dulce sacudió la cabeza, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a llenar sus ojos.

—Pero, al menos, tú tenías la opción de buscarla, de intentar traerla de vuelta. Yo no tenía nada. Ni siquiera sé dónde está mi madre, no sé si está viva o muerta, porque tú nunca quisiste hablar de ella.

Fernando cerró los ojos un momento, respirando hondo. Cuando los abrió, su voz era más suave, más quebrada.

—Blanca tomó sus decisiones, y esas decisiones nos afectaron a ambos. Yo hice lo mejor que pude con lo que tenía, Dulce.

—¿De verdad, papá? ¿Trabajar sin parar? ¿Dejarme en un internado? ¿Eso es lo mejor que pudiste hacer? —Dulce se levantó de su silla, sintiendo cómo la rabia se acumulaba en su pecho—. Lo que más duele es que nunca te importé realmente. Solo soy una carga para ti, una responsabilidad más en tu lista interminable de cosas que hacer.

Fernando se puso de pie también, su expresión endurecida.

—Eso no es cierto, Dulce. Siempre he querido lo mejor para ti. Y eso incluye asegurarte de que no te metas en una relación que no es adecuada para ti. Christopher es mayor que tú, no entiendes las complicaciones que puede traer.

Dulce se giró para mirarlo, con las lágrimas ahora corriendo por su rostro.

—¡No tienes idea de lo que es adecuado para mí! ¡Ni siquiera sabes cómo es mi vida, papá! Christopher me entiende, me escucha, me respeta. ¡Algo que tú nunca has hecho!

Fernando dio un paso hacia ella, pero Dulce levantó una mano para detenerlo.

—No, papá. Estoy cansada de que siempre pienses que sabes lo que es mejor para mí sin siquiera preguntarme qué quiero yo. Tú no eres el que tiene que vivir mi vida, soy yo.

Fernando la miró, su expresión suavizándose al ver el dolor en los ojos de su hija.

—Dulce, no quiero que pienses que no me importas. Estoy preocupado. Estoy preocupado porque eres mi hija y quiero protegerte.

Dulce dejó escapar un suspiro tembloroso, sus hombros hundiéndose un poco.

—No necesito que me protejas de Christopher, papá. Lo que necesito es que me escuches, que confíes en mí. Estoy aprendiendo, estoy creciendo. Y sí, cometeré errores, pero esos errores serán míos para aprender de ellos.

Fernando asintió lentamente, sus ojos mostrando una comprensión que antes no estaba allí.

—Entiendo, Dulce. No quiero perderte. Tal vez... tal vez debería haber hecho las cosas de manera diferente.

Dulce lo miró, sorprendida por su tono.

—Eso sería un buen comienzo, papá. Pero también quiero que sepas que Christopher es importante para mí. Y no voy a dejarlo solo porque tú pienses que no es adecuado.

Fernando la observó durante un largo momento antes de finalmente asentir.

—Prometo que intentaré entender mejor, Dulce. Pero también te pido que tengas cuidado. El mundo puede ser un lugar complicado, y quiero que estés preparada para cualquier cosa que pueda venir.

Dulce asintió, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, su padre realmente la estaba escuchando.

—Lo sé, papá. Y estoy dispuesta a enfrentar lo que venga. Pero necesito saber que estás a mi lado, apoyándome.

Fernando se acercó y la envolvió en un abrazo, uno que Dulce no había sentido en mucho tiempo.

—Siempre estaré a tu lado, Dulce. Pase lo que pase, siempre.

Dulce cerró los ojos, permitiéndose relajarse en los brazos de su padre, sintiendo una pequeña chispa de esperanza de que, tal vez, las cosas podrían mejorar entre ellos. Pero, también sabía que aún quedaba un largo camino por recorrer.

Amor a la medianoche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora