Narrador Omnipresente
Se aferraba al pecho de su madre con tanta fuerza que sentía que podía herirla, pero ella no le dijo nada. Estaba segura de que no podía, sus jadeos eran cada vez mas potentes. Su voz era ronca y suave, pero una ferocidad inexplicable se escondida detrás, cuando grito —¡No saques la cabeza!
Habia intentado echar un vistazo fuera de la manta, en vano. El grupo seguía corriendo. No podía verlo, pero ella sabia que estaban alrededor, corriendo con el mismo desespero silencioso de su madre.
—Mama...
—¡Shh!—le siseó ella, el sonido de sus zapatos haciendo eco contra sus oídos. Tap, tap, tap. Su madre corría rápido, intentando seguir el ritmo del grupo. Se pregunto, apretando el rostro contra su pecho, que sucedería con sus juguetes. Su muñeca favorita debía seguir tirada sobre la alfombra de esa enorme casa. Sintió el pecho oprimírsele con tristeza al pensar que esas extrañas sombras en las paredes se los comerían vivos.
Su madre habia dicho que solo eran sombras, que no les tuviese miedo. Y cuando le habia pedido que abriera las ventanas su madre se habia negado de forma rotunda, y ese feo hombre que les habia llevado allí le habia intentado decir algo como que "se acostumbraría", pero eran tonterías. En su antigua casa habia luz por todas partes, cortinas de dosel blanco y bordados verdes preciosos, muebles color crema y plantas por todas partes.
La nueva casa era horrible, y no tenia nada que pudiese apreciar. Y la hija del feo hombre era aun peor. Tenia una cara rara, y ojos invasivos, como si supiera todos los secretos de quien miraba.
Hizo un puchero al pensar que ella se quedaría con sus muñecas. Su madre apretó los brazos alrededor.
—¿Qué esta pasando...? ¿Crees que ellos nos.... encontraron? —su voz era un murmullo suplicante.
La voz del hombre volvió en un susurro — No, aun no. No ha pasado una hora aun, Marcela. —El hombre alzo la voz, aunque seguía siendo controlada—¡Bajen por la escalinata, sosténganse de las ramas!
—Ma, tengo miedo...
—Shh, tranquila, —siseó su madre. Se movieron con brusquedad, pero el agarre nunca aflojo. Sin embargo, la manta se levanto por un costado, permitiéndole ver. El hombre que las guiaba iba muy cerca. Tenia un sombrero grande y ojos extraños. —No puedo creer que confié en él.
El hombre bufo, tomándole la mano a su madre para ayudarla a moverse a través de las enormes plantas.
—No pienses en eso, no sirve de nada ahora.
—Sabia que algo andaba mal en el momento en el que entre allí. Pero, ¿Cómo es posible, Don? Los humanos nunca toman bandos.
—Eso era antes. Los Eneldo nunca han sido de fiar.
ESTÁS LEYENDO
Lycans III: Apoteosis
WerewolfEl Eclipsis se esta acercando. La cuenta regresiva ha sido activada. Es tiempo de un sacrificio.