Capitulo 27

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Amber

Me desperté de golpe.

Todo estaba borroso, mis articulaciones unidas por alambres, quemando mis músculos y mi piel. Tensa como un cadáver a medio camino de putrefacción. Intenté jadear en busca de aire, pero una alerta de pánico se disparó en mi cabeza cuando sentí el tubo en mi boca. ¿plástico? Desesperada, tire de él. Me costó un poco retirarlo; era largo y delgado y dejo un ardor incomodo en mi garganta. Cuando estuvo fuera, lo avente a un lado, intentando ignorar el rastro de saliva espesa entre él y mis labios, buscando tanto oxigeno cuanto podía.

La habitación donde estaba no era muy grande, pero si tenía las características impersonales de una habitación de hospital. Paredes blancas, suelo blanco, techo blanco, luces blancas, mantas blancas e incluso mi terrible dolor de cabeza se sentía blanco.

Aunque no era un blanco normal, más bien un tono sucio y viejo. Las manchas en la pared a mi izquierda formaban arcos extraños sobre la pared. El dibujo abstracto seguía el mismo desorden de mi aturdimiento. Me palpe el cuerpo entre temblores. Tenía ropa extraña, ancha y cómoda, como hacía mucho no usaba. Aunque se sentía cómodo para descansar sobre semejante camilla, irritaba mi mente el pensar que era impráctico para moverme y mantener todo en su lugar. La ropa holgada no siempre servía para ocultar armas.

Una vía intravenosa sobresalía de mi muñeca izquierda, y un fino cilindro me recorría el rostro por debajo de la nariz, el aire que sobresalía por dos pequeños conductos se sentía inusual. ¿Por qué...?

Mi primer instinto fue arrancarlos, pero alguien entro al cuarto antes. Mire mis manos, avergonzada. No traía zapatos, ni calcetines. La manta delgada era lo único que me cubría y a mis malolientes mentiras, que comenzaban a inundar el cuarto entero.

Oh, dios.

Él se acercó a la camilla y se sentó justo al lado. —Hemos estado aquí toda la mañana.

Mi corazón latía de un modo lento, rezagado. El sabor metálico de mi propia sangre seguía en mi garganta. La vergüenza me invadió como un valde de agua hirviendo.

—¿Mo...morí? —susurré.

—No. Los doctores no están seguros de que te sucedió, tus valores se desplomaron y tu respiración comenzó a cortarse. Fue como si las funciones de tu cuerpo se detuvieran... Paul te intubo en el camino para ayudarte a respirar, —su voz comenzaba a ponerse ronca— Tu... te volviste más débil que una humana por casi una hora. Te desvaneciste. Ni siquiera podríamos llamarlo fragilización.

Nos quedamos en silencio. No.

Porfavor, no.

Con el peso del mundo en mi garganta, intente emitir una disculpa, pero solo salió un gemido vergonzoso. Me cubrí el rostro.

La puerta volvió a abrirse, y esta vez se cerró con un estruendo que causo una punzada dolorosa en mis sienes. Inspire con más lentitud, tratando de inhalar todo el oxígeno que podía.

Lycans III: ApoteosisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora