Los edificios del conscripto eran muy famosos. Existían en todo el mundo y todos eran diferentes. La mayoría de ellos eran altos, de al menos diez pisos de altura, con ventanas pequeñas, muros gruesos, callejones oscuros y ningún tipo de seguridad. Mas allá de la estructura, cumplían un mismo propósito y habia algo que todos tenían en común; las visitas.
Siempre eran de noche, nunca por la puerta principal. Los visitantes, en grupos, o solos, daban la vuelta al edificio, hasta los callejones, para entrar. Eran lugares misteriosos y sombríos, y, a pesar de ello, nadie nunca se acercaba a dar un vistazo. ¿Estaban asustados hasta los huesos, o no querían saber realmente que era lo que habitaba dentro? Los jóvenes traviesos siempre salían de casa queriendo darle una mirada al alto edificio tenebroso, pero, cuando estaban lo suficientemente cerca, sentían la inesperada necesidad de alejarse.
El edificio era impenetrable. Y ni siquiera la policía quería acercarse.
Por dentro, sin embargo, era otro cuento. Todos los edificios daban al mismo lugar; enormes salas repletas de guardias y el mismismo Conscripto en persona. Era un lugar impenetrable para aquellos que no eran bienvenidos, peligroso y letal para los intrusos con intenciones morbosas. Aquellos sobrenaturales que habían entrado tenían prohibido hablar de lo que habían visto, pero siempre parecían aterrados, ¿Aterrados de qué?
Los guardas del Conscripto, esparcidos a lo largo de la sala de disección, cruzaban miradas entre ellos, divididos entre la preocupación y la alerta. No era la primera vez que querían entrar sin autorización al edificio, ni tampoco la primera que lo lograban, pero... Sí era la primera vez que el Conscripto recibía a sus intrusos con tanta emoción.
—Relájense, muchachos—les dijo el anciano, con voz calmada. — Estaba esperándolos.
Los guardas dieron un paso atrás al mismo tiempo, excepto aquel que estaba en el techo, este volvió a recostarse sobre él, curioso. Su pelo rubio caía en picada, dorado igual que una cortina de oro.
Hubo un minuto de silencio, y el anciano se sacó las gafas lentamente, sonriendo.
—La hija de Isabelle Underwood... —anuncio, con una suave voz gruesa y amigable —Eso explica como cruzaste el escudo alrededor del edificio.
El anciano dio una mirada a lo largo del grupo; eran cinco Lycans. Sonrió.
—Para ser franco, estoy impresionado, cuando los Lycans salen de sus zonas seguras no es muy frecuente verlos por allí. Especialmente cuando están tan bien entrenados. —el hombre se quitó los guantes de hule que usaba, y dio un par de pasos hacia Amber — ¿Cómo encontraste este lugar, cariño?
La muchacha dio una mirada alrededor, y, confirmando que sería seguro hablar, alzo el mentón.
—Las coordenadas estaban en las antiguas cosas de mi madre, —ella respondió. Era una muchacha muy atractiva, pero desprendía un aura peligrosa, casi trágica. —No sabía de su existencia hasta hace poco... ¿Quién es usted?
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Lycans III: Apoteosis
WerewolfEl Eclipsis se esta acercando. La cuenta regresiva ha sido activada. Es tiempo de un sacrificio.