CAPITULO 4

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JULIA

Hoy era un día maravilloso; al despertar, una chispa de esperanza iluminó mi interior, como si el sol decidiera abrazar mi corazón. Sabía que este sería el día en que dejaría la cafetería, ese lugar que había sido tanto un refugio como una prisión.


Llevo trabajando allí desde hace años, y el desgaste ya se siente como un peso insoportable sobre mis hombros. El trabajo es duro, no solo físicamente, sino como un laberinto mental en el que me pierdo cada día. Me toca madrugar para limpiar y preparar el establecimiento, un ritual que me enfrenta a la llegada de clientes que, como sombras apresuradas, solo buscan su café para llevar. Si tardo un segundo más de lo debido, suspiros y miradas de desdén me atraviesan como flechas envenenadas. Los odio, y esa frustración se convierte en un eco constante en mi mente.

A pesar de llevar tanto tiempo aquí, no he logrado tejer ninguna amistad que valga la pena. Siempre he estado atrapada en un ciclo de turnos, madrugones y soledad, sintiéndome como un pez fuera del agua. Ellos forman una piña mientras yo me siento como una hoja caída, olvidada y desarraigada.

De pequeña, siempre fui una chica alegre, llena de sueños y risas. Me encantaba planear escapadas con mis amigos y vivir al aire libre, como un pájaro en vuelo. Mis momentos favoritos eran los desayunos con mis abuelos, seguidos de juegos interminables de polis y cacos con mis amigos del instituto, donde yo siempre aspiraba a ser el ladrón. Eso, y el "secuestro" de mis gatas Lira y Lara, son las únicas travesuras que se acercan a algo ilegal.

Nunca dejé que la falta de dinero me impidiera salir y disfrutar del tiempo con mis amistades. Ahora, esos recuerdos son sombras distantes, como fotos desvanecidas en un álbum olvidado.

Mis padres biológicos lograron mi custodia cuando tenía 14 años, y ese día fue como un rayo que partió mi vida en dos. Me sacaron de casa de mis abuelos y me llevaron a un piso de mala muerte en la ciudad, un lugar que nunca sentí como hogar.Desde entonces, mis días se han visto atrapados en un ciclo de sufrimiento y humillación. La única razón por la que esas personas me querían en casa era por las ayudas del estado, y no era un secreto; me lo hacían saber con cada mirada despectiva.Durante toda mi adolescencia, el brillo que antes me caracterizaba, esa energía radiante que emanaba, se fue apagando como una vela que se consume lentamente. Poco a poco, la ilusión y la alegría se desvanecieron, y comencé a vivir mi vida en piloto automático, como un autómata que avanza sin rumbo.

—Buenos días —finjo una sonrisa, un gesto frágil como el cristal. No me gustan las confrontaciones, y aunque la idea de dejar el trabajo me llena de alivio, tener esta conversación me da pavor—. ¿Julián está en la oficina? —pregunto a mi compañera, quien me responde con un simple "sí", como si mis palabras fueran solo ecos en el aire.

No me llevo mal con ella; nunca hemos tenido problemas, pero en su mirada, yo soy solo una "rarita", una sombra que no encaja en su mundo de luces brillantes. Durante meses, me invitaron a fiestas, cenas, planes y reuniones, como si intentaran seducirme con la promesa de una vida vibrante. Pero yo nunca podía ir; siempre había un obstáculo que me mantenía al margen, ya sea la falta de dinero o de tiempo. Y no quiero justificarme; a veces, simplemente no tenía ganas. La ilusión me había abandonado, y lo único que deseaba era refugiarme en la comodidad de mi cama, acurrucada en soledad, como un caracol en su caparazón.


Ahora, camino hacia la oficina de Julián, un lugar que he evitado durante mucho tiempo, como si su umbral fuera un campo de minas. La memoria de sus comentarios sexuales, como cuchillos afilados, ha dejado cicatrices en mi mente. No sé si él trata así a todas las chicas o si solo soy su blanco predilecto, un pájaro enjaulado en su jaula de desprecio.

SUSURROS DE LA NOCHE || Finalizada. 🤍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora