CAPITULO 15

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JULIA

Me despierto de golpe, sobresaltada por los portazos resonando en mi casa. Con el corazón acelerado, miro el teléfono: son las 4 de la tarde. No puede ser, he dormido un montón de horas. Me levanto rápidamente, sintiéndome confundida y aturdida.

Mientras trato de aclarar mis ideas, una sensación de pánico me invade. La tarde se ha deslizado sin que me diera cuenta.

Me levanto de la cama de un salto, alterada por los portazos que resonaron en la casa. Me asomo a la puerta para ver quién me ha despertado. Allí está Natalia, radiante y llena de energía. Viene guapísima, con el cabello brillante y una sonrisa que ilumina el umbral. Lleva dos bolsas repletas de comida y bebida, y su presencia me arrastra a la realidad.

—¡Hola, dormilona! —exclama, sin dejar de sonreír—. He traído un festín. ¡Despierta y disfruta!

No puedo evitar sonreírle, aunque el remordimiento por haber dormido tanto me inunda.

—¿De verdad? ¿Qué traes? —pregunto, intrigada.

—Solo lo mejor para un día como hoy —dice, moviendo las bolsas con emoción—. ¡Vas a agradecerme!

Mientras ella entra, su energía parece invadir la habitación y ahuyentar la pesadez de mi somnolencia. Aun así, necesito un momento para ponerme al día.

—Dame un segundo, voy al baño —le digo, sintiendo que quizás, solo quizás, este día todavía puede darme algo bueno.

Una vez en el baño, me miro en el espejo y solo veo una cara cansada. Mis ojos, hinchados y apagados, me devuelven la imagen de una vida que se desmorona. Recuerdo lo que pasó en casa de Alex: me despidieron sin previo aviso. Algo raro estaba pasando, y Nico, el niño, se tenía que ir al extranjero. Había dejado todo por ese trabajo, y ahora me habían mandado a la mierda.

El miedo se agolpa en mi pecho, pero lo que más siento es un enfado terrible hacia Alejandro Moretti. Sin importarle nada, me despidió. Todos mis ruegos, mis intentos por entender, no valieron para nada. Me siento traicionada y vacía, como si todo lo que había construido se hubiera desvanecido en un instante.

Me lavo la cara con agua fría, intentando despejarme y parecer al menos un poco presentable. Mientras me miro de nuevo en el espejo, trato de conjurar una sonrisa, pero es inútil.

Al salir, me encuentro con Natalia, que ha dejado todas las cosas en la mesa. La comida y la bebida se ven tentadoras, y su entusiasmo es contagioso. La miro, viendo lo ilusionada que está con el plan de hoy, y en mi interior siento un nudo.

No sé cómo decirle que no me apetece ir, que mi vida se ha hundido por completo. Su energía choca con mi pesimismo, y me pesa el corazón al pensar en lo que voy a tener que confesar.

Natalia nota mi tristeza al instante. Su rostro cambia, y se sienta en el pequeño sofá, haciendo un gesto para que me siente junto a ella.

—¿Qué ha pasado? —me pregunta, con un tono de preocupación genuina.

Suspiro profundamente antes de hablar, y le cuento que me han despedido. La palabra "jodida" me sale casi sin querer, y al pronunciarla, siento cómo el peso de la situación se hace más real.

Le confieso sobre la amenaza de Julián, cómo me aseguró que no conseguiría trabajo en toda la ciudad, que él se encargaría de eso. La desesperación se apodera de mí al recordarlo. Necesito el dinero; mi salud depende de ello.

Ella escucha con atención, y su preocupación se refleja en su mirada. Pero, al mismo tiempo, confiesa que ellos tampoco están pasando por un buen momento económico. Su rostro se tensa, y puedo ver que se siente mal por no poder ayudarme más.

SUSURROS DE LA NOCHE || Finalizada. 🤍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora