CAPITULO 1

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JULIA

Esta era la peor parte del día: el regreso a casa en bicicleta. Pedalear durante casi 20 kilómetros a oscuras, con solo el tenue faro de mi bici iluminando el camino, se había convertido en una prueba de resistencia y paciencia. Eran las diez menos cuarto y aún me quedaban casi 40 minutos hasta llegar a un hogar que se sentía cada vez más distante.

El día había sido más tranquilo de lo habitual, pero el cansancio me envolvía como una manta pesada, aplastando cualquier destello de energía. Cada pedalada era un recordatorio de mi agotamiento, y pensamientos oscuros surgían como sombras acechantes: un giro al arcén y una colisión con un coche. Sacudía la cabeza, tratando de despejar esas ideas tóxicas que amenazaban con devorarme.

Saber que llegaría a casa tan tarde y que mañana tenía turno en el bar a primera hora me robaba incluso las pocas ganas que me quedaban de vivir. "La vida te ha dado una oportunidad. Eres afortunada. Aprovecha este regalo".  Esas eran frases repetidas al salir del hospital, pero esta vida no tenía nada de bella.

Ya habían pasado casi dos años desde la operación, y ni un solo día me había sentido afortunada, lo que me hacía sentir como una mala persona. Estaba atrapada en una rutina que me había hecho olvidar quién era realmente. La única luz en mi vida era el pequeño Nicolás, o Nico, como lo llamaba.

Él era la chispa de alegría que iluminaba mis días, un rayo de sol en medio de la tormenta.

Llevaba siendo su niñera casi un año y medio, desde que los médicos presionaban para que pagara las cuentas y necesitaba medicación. Cuidar de él era el único momento en que sentía que mi corazón respiraba, un motivo para seguir adelante.

De repente, me di cuenta de que había girado y ya estaba en mi barrio. Ya quedaba menos, aunque no era el lugar donde dejaría que mis hijos corretearan libres. Era un barrio oscuro y frío; la única tienda abierta 24 horas la regentaba una familia encantadora. Sin duda, eran las mejores personas que conocía. Aunque el barrio era algo conflictivo, me sentía un poco más segura con la familia del señor Jesús, y Natalia, su hija, era mi mejor amiga. A veces, me invitaban a cenar, lo que me hacía sentir que tenía la familia que nunca tuve.

Natalia era mi mejor amiga, aunque no podía evitar sentir una punzada de envidia. Desearía ser ella y tener una vida feliz con su familia, pero esa idea se sentía tan lejana.

Antes, mi trabajo en la cafetería era suficiente para sobrevivir, pero después de la operación, me redujeron las horas y nunca llegaba a fin de mes. Gracias a Natalia, supe del trabajo de niñera. Me presenté con esperanza, solo para enfrentarme a un interrogatorio. Después de tres largas entrevistas y un contrato de confidencialidad, finalmente obtuve el trabajo. Aunque no ganaba mucho, el dinero que hacía me salvaba la vida, literalmente.

Al llegar, como siempre, levanté la bicicleta y subí los cuatro pisos sin ascensor. La luz del pasillo no funcionaba, así que aceleré el paso. Este lugar me daba miedo. Entre jadeos, llegué a la puerta. Dejar la bici abajo era una opción, pero ya me la habían robado una vez. Cien euros de mi tratamiento de un mes. No podía permitirme perderla de nuevo.

—¡Hola, chicos! —saludé con alegría al entrar. A pesar de lo que pensaba, Nico no era la única luz en mi vida. Lira y Lara, mis gatos, eran las únicas criaturas que me recibían con amor incondicional. —¡Yo también me alegro de veros!

Noté la ironía: hoy se me había hecho tarde, y ellos no me perdonaban ni una. Me miraban desde el sofá, con ojos de sospecha, como si supieran que llegué un minuto más tarde de lo habitual.

Dejé la bicicleta en la entrada, que en este caso también era la cocina, el salón y la habitación. Agradecía que el baño tuviera puerta. Algunos pisos que visité tenían cortinas en lugar de puertas, o simplemente no tenían nada. Esto era un privilegio.

Era lo único que podía permitirme, y era mucho mejor que mi piso anterior, donde compartía casa con una pareja y otra chica. Allí, encontrarme con las heces de mis compañeros porque se olvidaban tirar de la cadena, o escuchar los gemidos de la pareja cada noche, era un poco difícil de sobrellevar.

Cuando llegué a esta casa, noté que había dos gatitos que siempre maullaban en el patio del edificio, suplicando por comida. Les daba un poco de comer cada noche, hasta que un vecino amenazó con deshacerse de ellos. Esa misma noche, los metí en mi mochila y me los subí a casa. Fue un secuestro, sí, pero uno del que no me arrepentía.

—Empiezo a creer que solo me queréis por la comida.

Cuando ven que me arrimo a la estantería donde está su pienso, vienen corriendo hacia mí, como si la promesa de la cena fuera la única razón de su afecto. Definitivamente, eran unas interesadas.

Mientras les daba de comer, me quité la ropa rápidamente y me metí al baño. Pasar tantas horas fuera de casa me agotaba, y necesitaba relajarme. El agua sería mi refugio del cansancio y las preocupaciones.

El baño era pequeño, como el resto de la casa, pero me había acostumbrado. Al mirarme al espejo, vi a una mujer cansada. El pelo lo llevaba en una coleta alta, intentando ocultar que no me lo había lavado en cinco días. Me quité la ropa con pereza y me metí bajo el agua, cerrando los ojos por un segundo, tratando de olvidar todo. Pensé en mis abuelos, en lo feliz que era con ellos, cuando todo era alegría y tranquilidad; hacía tanto que no sentía esas emociones.

Me gustaría pasar horas así, con los ojos cerrados, fantaseando, pero no podía. La última factura de agua caliente había sido demasiado alta; lo que para muchos era normal, para mí era un lujo.

Me sequé rápidamente, el frío me caló hasta los huesos. El estómago me rugía de hambre, así que, una vez vestida, fui hacia la cocina. Como cuarta vez esta semana, me comí un plato de pasta seca. Soñaba con cenas especiales los sábados, cuando podía añadirle tomate. Eso era un verdadero manjar.

Cuando finalmente me metí en la cama, eran casi las doce de la noche. En cuanto me tumbé, mis ojos se cerraron, y caí en un sueño profundo, un refugio del que no quería despertar.

Las siguientes cinco horas y media de sueño eran la única paz que tenía en el día. Una vez más, fantaseé con sumergirme en la oscuridad y no despertar.

SUSURROS DE LA NOCHE || Finalizada. 🤍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora