CAPITULO 2

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ALEX
—¿Nico ya está en la cama? —pregunto distraído, sintiéndome como si el peso del mundo estuviera sobre mis hombros. Hoy ha sido un día interminable, una cadena de eventos desgastantes que me han dejado exhausto. Todo lo que deseo es refugiarme en mi oficina y perderme en el mar de papeleo que me espera. He tenido suficiente de esta vida.

Dejo las llaves en la entrada, como si fueran un lastre que finalmente puedo soltar. Me quito la chaqueta y, por primera vez, levanto la mirada hacia el interior de mi hogar.

—Sí, le acabo de meter en la cama —responde la niñera que cuida de Nico. Su nombre se me escapa; ¿Julieta, tal vez? La verdad es que nunca hemos tenido una conversación más larga que un par de frases. Les había dado instrucciones a mis hombres para que encontraran a alguien capaz de cuidar de mi hermano mientras yo no estaba.

Tenían órdenes claras: investigar a cada candidato a fondo, porque no puedo permitirme que el enemigo se infiltre en mi casa. Este hogar es el único lugar en el que me siento completamente seguro, un santuario donde puedo relajarme y dejar de estar en alerta constante. Sin embargo, con las tensiones en las calles aumentando, ni siquiera en casa me siento del todo a salvo. Desde hace dos semanas, tengo a tres hombres más afuera haciendo guardia, como sombras que vigilan el entorno.

—Está bien —digo, sin mirarla—. Buenas noches.

Me despido mientras me acerco a la barra y me sirvo un whisky, ese líquido dorado que me proporciona un breve alivio. A pesar de la soledad que me rodea, no siento que la chica se marche; al darme la vuelta, la veo mirándome con duda.

—A Nico le duele la tripa —dice, apartando la mirada y señalando un termo en la encimera—. Dale la sopa si se levanta con mucho dolor; le hará bien.

Asiento con la cabeza, sintiendo que mi mente está demasiado cansada para sostener una conversación. Ella parece no tener prisa.

—Me lo hacían mis abuelos cuando me...

—Hasta mañana, gracias —la interrumpo, con la voz cansada. La verdad es que no me importa la vida de esta chica; solo quiero terminar el whisky y perderme en el silencio de la noche.

Noto que se queda con la palabra en la boca, pero le doy la espalda y me dirijo hacia la escalera. Unos segundos después, escucho la puerta cerrarse, un sonido sutil que marca el final de nuestra breve interacción.

Una luz tenue ilumina el pasillo, creando sombras danzantes en las paredes mientras me acerco a la puerta de Nico. Abro la puerta y lo observo. Está tranquilo, con los ojos cerrados, ajeno a los peligros que acechan fuera. Su rostro sereno es un recordatorio de que aún hay inocencia en este mundo sombrío.

Siempre he intentado que mi hermano no sepa nada de mis negocios, al menos no todavía. Solo tiene cuatro años. Quiero que disfrute de su infancia, como un hermoso jardín que florece sin preocupaciones; no le deseo la vida oscura que yo he tenido que soportar.

Cierro la puerta con cuidado, como si no quisiera perturbar su paz, y me dirijo hacia la oficina. Me dejo caer en la silla, sintiendo el peso de la fatiga en cada músculo, y enciendo el ordenador. Debo asegurarme de que todo esté en orden y que cada hombre esté en su posición. La burocracia, un monstruo de mil cabezas, espera ser domada.

Pasé horas revisando documentos, el ruido del teclado se convierte en una melodía monótona. No confío en nadie más; prefiero asumir el riesgo y hacerlo yo mismo antes que arriesgarme a que alguien me traicione o filtre información. Siempre he sido desconfiado, un lobo solitario, y más cuando se trata de negocios. Por eso tengo prohibido a todo el mundo entrar en mi oficina; es mi fortaleza, mi refugio.

De repente, mi teléfono suena. Es, por fin, Dante. La llamada que he estado esperando durante horas. Descuelgo el teléfono y, antes de que pueda decir algo, escucho la voz de Dante al otro lado.

—Está hecho, jefe; paquete entregado —escucho el sonido de una puerta de coche abriéndose y las voces de más personas de fondo.

—¿Y el dinero? —pregunto, sintiendo que la adrenalina comienza a correr por mis venas.

—Lo tenemos; lo llevamos al pabellón —justo lo que quería escuchar. Todo perfecto, como siempre. Asiento con la cabeza, como si él pudiera verme, y cuelgo el teléfono.

Cuando son casi las dos de la mañana, me dispongo a intentar dormir. Los conflictos con otras bandas están más tensos de lo habitual, y eso me inquieta; me cuesta más de lo normal dejarme llevar por el sueño.

En cuanto me tumbo, siento cómo todos los músculos de mi cuerpo se relajan, como si una pesada manta me envolviera. Sin embargo, mi mente sigue activa, como un motor que nunca se detiene. Últimamente, me siento más inseguro de lo normal, y eso es algo que no me gusta. Siempre he tenido el control total sobre todo, pero las cosas se están complicando, y la idea de no poder proteger a Nico me roba el sueño, dejando un vacío inquietante en mi pecho.

SUSURROS DE LA NOCHE || Finalizada. 🤍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora