CAPITULO 17

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Estaba sentado en el borde de la cama de Nico, observando cómo empacaba su pequeña mochila. La habitación estaba envuelta en un silencio pesado, interrumpido solo por el roce de la cremallera. No quería marcharse, y eso se notaba en su expresión, con esos ojos grandes llenos de incertidumbre.

—Nico, escúchame —dije, intentando sonar firme, aunque mi voz temblaba un poco—. Irte es lo mejor, y lo sabes. Te prometo que te visitaré muy seguido. Rosa irá contigo para que no te sientas tan perdido. Es familia, aunque no la conozcas muy bien.

Frunció el ceño, claramente molesto. Se detuvo y me miró, los labios apretados, como si estuviera a punto de soltar un torrente de palabras.

—¿Pero... y Julia? —preguntó, lleno de esperanza. Esa era la pregunta que temía, la que había estado evitando durante toda la conversación. Un nudo se formó en mi garganta. ¿Por qué le estaba preguntando eso? No podía entender cómo había llegado a encariñarse tanto con ella.

—No te preocupes por Julia. Ella... tiene su vida, y tú la tuya —respondí, tratando de mantener la calma. Mis palabras sonaban vacías, incluso para mí.

Nico miró al suelo, decepcionado. Sentí una punzada en el pecho; aunque intentaba ser fuerte, este momento me desgastaba. La decisión de enviar a Nico lejos me atormentaba, pero sabía que era lo correcto. Necesitaba que el niño estuviera a salvo, lejos de toda esta locura.

Mientras Nico seguía empacando con otra de las asistentas, salí de la habitación. Rosa me esperaba en el pasillo, su expresión reflejaba una mezcla de tristeza y determinación. Sabía que se iba con el niño a Italia, y eso complicaba aún más las cosas.

—Aquí tienes —dije, extendiéndole un teléfono—. Este es el que usarás para comunicarte conmigo. Solo llámame desde este número, ¿vale? No quiero que nadie más lo tenga.

Rosa asintió, tomando el teléfono con cuidado.

—Entiendo, pero Nico solo tiene cuatro años. No sé cómo va a manejarlo todo.

—Lo sé, pero quiero que sepa que estamos aquí para él, aunque esté lejos.

Ella suspiró, mirando hacia la habitación donde Nico seguía empacando.

—Voy a estar a su lado, y haré lo posible para que se sienta seguro.

Mientras la observaba, sentí un nudo en el estómago. La vida de todos estaba cambiando, y no podía evitar preguntarme cómo se iba a ver todo esto a partir de ahora.

Pasados unos minutos, todo estaba listo. Dante sería el encargado de llevarlos al aeropuerto privado. Mientras revisaba el papeleo, me sentía atrapado en un mar de incertidumbre. Odiaba las despedidas, especialmente esta. Miré hacia la habitación donde Nico seguía con su maleta. Si lo veía llorar, no podría soportarlo; lo traería de vuelta a casa sin pensarlo.

—Rosa, estoy seguro de que es lo mejor —le repetí, tratando de mantener la calma.

Ella dudó, su mirada reflejaba inseguridad.

—No sé, Alex. ¿Y si esto no funciona?

—Lo hará —insistí—. Cuando todo se calme, los traeré de vuelta. Prometido.

Ella asintió, aunque aún parecía preocupada. ¿Cómo le explicaría a un niño de cuatro años por qué se estaba yendo? La verdad era que estaba tratando de convencerme a mí mismo más que a ella.

Los dos se montaron en la camioneta con cristales blindados, un jeep negro que imponía. Dante estaba al volante y otro de mis hombres de confianza ocupaba el asiento del copiloto. Me acerqué a la ventanilla y le prometí a Nico que volveríamos a vernos.

SUSURROS DE LA NOCHE || Finalizada. 🤍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora