CAPITULO 38

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Alex llegó a casa en silencio, dejando el coche aparcado fuera, sin preocuparse por meterlo al garaje. Cerró la puerta tras de sí, y de inmediato sintió cómo una calma desconocida se extendía por su cuerpo. Por un momento, el peso de la noche parecía disiparse. Una sensación de paz y satisfacción lo envolvió, llenando el vacío que el ruido y el caos habían dejado atrás.

El ataque había salido según lo previsto. Todos sus hombres habían hecho su parte a la perfección, y el mensaje estaba claro. Los Delgado ahora sabían de lo que era capaz, y que no había espacio para el perdón ni para el retroceso. Había pensado en dejar uno de ellos con vida, alguien que pudiera llevar el mensaje directo a Iván, su jefe. Pero en el fragor del combate, la rabia lo había consumido. Cuando finalmente se dio cuenta, todos estaban muertos. No había dejado nada ni a nadie.

Caminó hacia la cocina, buscando algo para beber, y finalmente se dejó caer en el sofá, con una copa de whisky en la mano. Sus músculos, tensos durante horas, comenzaron a relajarse, y sus pensamientos encontraron un remanso en el silencio de la casa. Sí, había perdido el control. No era algo de lo que estar orgulloso, pero había algo satisfactorio en ello. Algo oscuro que lo reconfortaba. La sensación de tener poder, de saber que era capaz de cualquier cosa cuando lo empujaban al límite.

Desde que Nico estaba a salvo, podía enfocarse en su propia vida. Mientras el niño había estado bajo su cuidado, su mente no había tenido otro pensamiento que no fuera su seguridad. Había vivido en un estado constante de alerta, observando cada sombra, anticipando cada amenaza. Se había vuelto paranoico, perdiendo la capacidad de pensar en otra cosa que no fuera proteger a su hermano.

Suspiró y dejó la copa en la mesa, reclinándose hacia atrás y cerrando los ojos. Había algo en reconocer la verdad que le dolía. Admitir que desde que Nico no estaba aquí, sentía paz. Una paz que parecía casi egoísta. Claro que lo extrañaba. Extrañaba verlo correr por la casa, su risa llenando los espacios vacíos, la manera en la que todo parecía tener un propósito más allá de la violencia y los negocios. Pero también sabía que Nico estaba mejor ahora, lejos de todo aquello, lejos de la oscuridad que rodeaba su vida.

—Es lo mejor para él —murmuró, más para sí mismo que para nadie.

Aunque lo lastimara aceptarlo, era la verdad. Nico merecía algo más, algo mejor. Y ahora, al menos, Alex tenía la certeza de que estaba a salvo.

Mientras tanto, Julia seguía pedaleando hacia la mansión de los Moretti, el viento frío golpeándole el rostro, como si intentara sacarla del ensueño en el que había estado sumida. El nerviosismo le recorría el cuerpo, apretando su pecho con cada pedalada. Sabía que Marcos no las había abandonado. Algo le había pasado, algo que ella no había visto venir, y esa culpa la perseguía sin descanso.

"¿Cómo pude ser tan ciega?", se repetía una y otra vez mientras avanzaba por las calles oscuras. Se había sumergido tanto en sus propios problemas, en su propio dolor, que no había notado que Marcos había desaparecido por días. Había idealizado la situación, creyendo que todo estaba bajo control, cuando la verdad era que no tenía ni idea de lo que realmente sucedía a su alrededor.

No tenía el teléfono de Lucas, y cada segundo que pasaba sin tener respuestas se volvía más insoportable. Por eso se dirigía a la mansión de Alex. Él era el jefe. Si algo le había pasado a Marcos, Alex lo sabría. Solo él tendría las respuestas que necesitaba.

A medida que se acercaba a la mansión, las dudas comenzaron a aparecer en su mente. ¿Era esto lo correcto? ¿Debía ir directamente a Alex? Tal vez estaba exagerando, tal vez había alguna explicación lógica para todo y ella simplemente estaba dejando que el miedo tomara el control. Pero había algo más, algo que la incomodaba aún más que las dudas: la sensación de que, en el fondo, estaba usando esto como una excusa para ver a Alex.

SUSURROS DE LA NOCHE || Finalizada. 🤍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora