CAPITULO 46

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JULIA

El viaje en coche se hizo eterno. Me recosté contra la ventana, la cabeza pesada por la noche sin dormir. Había pasado la noche llorando, y aunque ya no quedaban lágrimas, el dolor seguía ahí, fresco, como una herida abierta. El rechazo de Alex me había hecho más daño del que quería admitir. Me sentía humillada, expuesta de una manera que nunca antes había sentido. Había pensado que él quería lo mismo, que lo que había entre nosotros era mutuo, pero estaba equivocada. Y eso dolía.

Ibamos en silencio. Él no decía nada, y yo tampoco tenía fuerzas para hablar. Con lo de anoche, casi me había olvidado de por qué estaba aquí en primer lugar. Marcos... de repente, su nombre vino a mi mente. Había desaparecido durante días. Natalia pensaba que se había marchado con otra, pero en realidad estaba en el hospital. Madre mía, todo esto parecía una película. La situación se me escapaba de las manos, y me daba miedo pensar en lo que vendría después.

De repente, un malestar en el estómago me inundó. Llevaba una semana con el tratamiento nuevo y mi cuerpo no lo estaba llevando del todo bien. El dolor y las náuseas eran constantes, pero esta vez fue peor, como una ola que me golpeó sin previo aviso. Me incorporé rápidamente, sintiendo el sudor frío en mi frente.

—Para el coche, Alex —le dije apresurada, la urgencia evidente en mi voz—. Para el coche enseguida.

Alex giró la cabeza hacia mí, sus ojos llenos de preocupación, pero su expresión seria.

—¿Qué pasa? —preguntó.

No podía explicárselo, no había tiempo. Me llevé la mano al estómago, cerrando los ojos mientras sentía las náuseas intensificarse.

—¡Para el coche! —le grité, la voz rota por el malestar.

Alex reaccionó al instante, girando el volante y llevando el coche hacia el arcén. Apenas se detuvo, abrí la puerta y salí corriendo, apenas consciente del terreno bajo mis pies. Me arrodillé junto a la carretera y vomité, todo mi cuerpo temblando por el esfuerzo. Odio los efectos secundarios. Nunca me acostumbraría a ellos. Cada vez que el tratamiento cambiaba, cada nuevo medicamento, parecía un recordatorio cruel de lo que mi cuerpo estaba pasando.

Cuando terminé, el dolor todavía palpitaba en mi estómago, y sentí una mano en mi espalda. El toque me asustó por un segundo, y me giré bruscamente, encontrándome con Alex. No dijo nada, pero vi la preocupación en sus ojos mientras me entregaba una servilleta y una botella de agua.

—Perdón... —murmuré, sin poder mirarlo a los ojos.

Él no respondió, y durante unos segundos, el silencio volvió a llenarnos. Acepté la botella y enjuagué mi boca, sintiendo el agua fresca aliviar un poco el ardor. Alex se limitó a asentir, retirando su mano lentamente. Sin una palabra más, se dio la vuelta y volvió al coche.

Me quedé un momento ahí, intentando recomponerme, sintiendo el viento fresco en mi rostro, intentando calmar mi respiración. Cuando finalmente me levanté y volví al coche, me di cuenta de que, a pesar de todo lo que había pasado entre nosotros, él seguía allí. No me había dejado sola, no se había marchado.

Subí al coche de nuevo, cerrando la puerta con cuidado, y miré hacia adelante, sin atreverme a mirarlo. No sabía si lo que sentía era más humillación, más tristeza o simple agotamiento.

Al llegar al hospital, me bajé del coche y seguí a Alex por detrás. Él caminaba con paso firme, sin mirar a los lados, su traje oscuro impecable como siempre. Llevaba una presencia que no podía ignorarse, una mezcla de poder y frialdad que parecía hacer que todo el mundo se apartara de su camino. Observé cómo la gente lo miraba con asombro, algunos incluso con miedo. Imponía mucho. Esa seguridad en sus pasos, la forma en la que parecía dueño de cualquier lugar en el que entraba... era algo que nunca había experimentado estando cerca de alguien.

SUSURROS DE LA NOCHE || Finalizada. 🤍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora