CAPITULO 8

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JULIA

Unas semanas después...

Ya habían pasado un par de semanas desde el incidente. Me había quedado dormida, consciente de que era mi responsabilidad no hacerlo. Era una de las normas más importantes en esta casa: siempre cuidar de Nico.

Sin embargo, yo me había quedado dormida. Qué vergüenza. Le había prometido a Rosa que se fuera a dormir tranquila, que yo me quedaba de guardia. La había cagado, pero bien.

No conozco mucho a Alex, pero sin duda es un perfeccionista y un mandón. Diría que también es un poco paranoico; después de todo, solo es el dueño de una empresa de transporte, no un narcotraficante. La seguridad de esta casa es digna de un jefe de la mafia, como si cada rincón escondiera un secreto oscuro.

Entiendo que en esas altas esferas se mueve mucha gente y mucho dinero, y que los humanos somos capaces de hacer cualquier cosa por poder o riqueza. Pero esto era demasiado.

Aunque no me quejo; gracias a su paranoia, ahora tengo trabajo y cobro lo suficiente.

—Te juro que casi me cago encima —digo entre risas, recordando el incidente.

He invitado a Natalia a casa para desayunar. Pasamos poco tiempo juntas, menos del que me gustaría.

Ahora que no tengo que trabajar en la cafetería, puedo robarle un poco más de tiempo a mi rutina para disfrutar de su compañía.

—¿Es raro si te digo que a mí me pondría un poco? —dice, elevando las cejas con una sonrisa pícara, como si estuviera en medio de una aventura.

Abro los ojos y estallo en risa. Ella es así; yo pienso las cosas mil veces antes de decirlas, mientras que Natalia habla como si cada palabra fuera un sorbo de aire fresco.

Me encanta su espontaneidad; es una chica alegre, siempre feliz y sin filtros. Tan distinta a mí que siento que es mi otra mitad en un mundo de colores, mientras yo soy una sombra en escala de grises.

—¿Qué, que tu jefe te pille durmiendo con la baba por la mejilla y que casi te mande a la mierda?

—¡Nooo! —responde con un tono juguetón—. Que mi jefe buenorro, en traje, me eche la bronca por portarme mal, y además en su casa —dice, como si esa fuera la aventura más emocionante del mundo.

—Si lo dices así, puede que sí... —me río yo también, aunque nunca había visto a Alex de esa manera. Siempre es tan serio y tan frío que me causa incluso rechazo, como un iceberg impenetrable.

Me da miedo que algún día me suelte un comentario que me haga sentir mal o que me hunda más. Por eso evito las conversaciones con él.

—Tía, tenemos que salir un día de fiesta o algo —dice, devorando un bol de cereales como si estuviera en una misión—. Llevamos años siendo amigas y no hemos dado ni una vuelta juntas.

Es cierto. Nunca hemos salido de fiesta; siempre he tenido que cuidar de mi trabajo. A veces siento que estoy atrapada en una burbuja de responsabilidad.

—Tienes razón, pongamos un día —le digo, animada.

Por primera vez en mucho tiempo, siento una chispa de ilusión. Salir con Natalia es como abrir una ventana a la aventura.

—¿Qué tal hoy? —propone, con un brillo travieso en los ojos.

—Va, me apunto —me sorprende mi respuesta. No he dudado ni un segundo. Sé que si empiezo a pensar, acabaré buscando excusas.

Natalia hace un pequeño baile de victoria, sus movimientos son como fuegos artificiales. Cuando terminamos el desayuno, se marcha a trabajar a la tienda de su padre, y yo me preparo para mi jornada en la casa de los Moretti.

Después de darles los mimos necesarios a Lira y Lara, camino hacia la casa, sintiendo cómo la rutina me envuelve.

Hoy hace un día frío, como casi siempre. Pero desde que tengo esta estabilidad, la apatía se ha ido desvaneciendo, como un manto de nubes que se disipa. Hasta los peores días los enfrento con mejor humor, como si el sol hubiera decidido asomarse.

Recuerdo que antes mis días eran como túneles oscuros, y lo único que quería era dormirme y no despertar. Pero ahora, aunque ese sentimiento no ha desaparecido del todo, veo una luz al final del túnel.

Siento que esta tranquilidad me ha dado años de vida. Si en tan poco tiempo mi estado de ánimo ha mejorado tanto, estoy deseando saber lo que me depara el futuro. Quizás, al final, la vida sea un viaje lleno de sorpresas, y yo apenas estoy empezando a descubrirlo.

Al acercarme a la casa de los Moretti, la primera señal de que algo no está bien es la fila de coches lujosos alineados en la entrada. Una docena de vehículos, todos brillantes y ostentosos, contrastan con la habitual calma que solía reinar en este lugar. Normalmente, solo hay un par de coches y unos pocos guardias que vigilan la entrada, pero hoy, la escena es completamente diferente.

Dejo mi bicicleta en el mismo lugar de siempre, un gesto rutinario que se siente extraño en este contexto. La familiaridad del lugar se ha desvanecido, sustituida por un aire de tensión palpable. Mientras me acerco a la entrada, no puedo evitar que la inquietud se asiente en mi estómago.

Los guardias, que normalmente son una presencia tranquila, parecen más alertas, sus miradas recorriendo el entorno con una atención casi obsesiva. Me pregunto qué puede haber causado tal despliegue de seguridad. ¿Acaso algún problema ha surgido?

Con cada paso que doy hacia la puerta, mi corazón late más rápido, como si quisiera advertirme de que me detuviera. La majestuosa entrada, que siempre había sido acogedora, ahora parece amenazante, como si estuviera a punto de cruzar el umbral de un mundo que no reconozco.

Al llegar a la puerta, respiro hondo, tratando de calmar la inquietud que me invade. Muevo la mano para abrir la puerta, pero una sensación de desasosiego me acompaña. ¿Por qué hay tanto movimiento aquí hoy? ¿Qué ha cambiado?

Mi mente rebosa de preguntas mientras empujo la puerta y entro en la mansión, ajena a lo que me espera al otro lado.

Nada más cruzar el umbral, la atmósfera cambia drásticamente. El aire, que antes parecía cargado de misterio, se torna opresivo.

De repente, un chico vestido de negro emerge de las sombras, su rostro parcialmente cubierto. Antes de que pueda reaccionar, me apunta con un arma, el frío metal presionando contra mi sien.

—¡No te muevas! —grita, su voz temblando de tensión.
El pánico me inunda. Mi corazón se detiene un instante y luego comienza a latir desbocado.

¿Qué está pasando? Esta es la casa de Nico, el niño al que cuido, un refugio que siempre había sentido seguro, sin embargo, ahora, me encuentro atrapada en una pesadilla.

—¿Quién eres? -logro articular, mi voz tiembla mientras busco una respuesta en su mirada.

Él me observa, los ojos desorbitados, mientras su mano tiembla ligeramente, aunque el arma sigue firme, amenaz
te.

—No hagas nada estúpido. Si gritas, te mato - me amenaza, y su mirada revela una desesperación que me aterra.

El miedo me paraliza. La mansión, que antes era un hogar, ahora se siente como una trampa mortal. ¿Por qué hay tanto caos aquí? Las risas de Nico parecen ecos lejanos, casi irreales.

Doy un paso atrás involuntariamente, buscando una salida que no parece existir.

-Por favor, solo soy la niñera de Nico —digo, intentando sonar calmada—. No quiero problemas.

SUSURROS DE LA NOCHE || Finalizada. 🤍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora