CAPITULO 49

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ALEX

La sala de reuniones estaba llena de tensión. Las voces de los directivos resonaban, cada uno ofreciendo su propia versión del problema, intentando darme una solución que, honestamente, me importaba un carajo. Estaba sentado en la cabecera de la mesa, mi mirada fija en los informes delante de mí, pero mi mente estaba muy lejos de esta habitación. Una huelga de los empleados de limpieza en Logísticas Moretti... ¿realmente esto era lo que debía estar ocupando mi tiempo? Tenía problemas mucho más grandes que resolver, pero claro, no podía compartir eso con los demás.

Uno de los hombres al otro lado de la mesa levantó la voz, intentando justificar por qué la situación era tan complicada. Sentí cómo la frustración se acumulaba, cómo me estaba haciendo perder el tiempo. Golpeé la mesa con la palma de la mano, interrumpiéndolo bruscamente.

—¡Basta ya! —gruñí, y el sonido de mi voz retumbó en la sala, acallando a todos de inmediato—. No me importa lo complicada que sea la situación. Quiero esto solucionado para la semana que viene, ¿me habéis entendido? No tengo tiempo para estas tonterías.

El silencio en la sala era palpable. Pude ver cómo algunos de los directivos me miraban con nerviosismo, otros simplemente asintiendo sin atreverse a decir nada. Me levanté de la silla, pasando la mirada por cada uno de ellos.

—Voy a decirlo una vez más: esto tiene que estar solucionado para la semana que viene. No me interesa cómo lo hagan, pero asegúrense de que no vuelva a ser un problema.

Todos asintieron, y sin esperar una respuesta más, me di la vuelta y salí de la sala, cerrando la puerta con un golpe seco. Todavía podía sentir el enfado vibrando en mi pecho mientras caminaba por el pasillo. ¿Cuánto tiempo había perdido en esa estúpida reunión? Tenía a los Delgado detrás, la situación estaba a punto de salirse de control, y aquí estaba yo, lidiando con huelgas y problemas que no deberían ocupar mi tiempo.

Saqué el teléfono del bolsillo mientras caminaba hacia mi oficina, buscando algo que pudiera distraerme. Cualquier cosa para alejar mi mente de toda la basura de la empresa. Había una notificación de un mensaje de voz. Fruncí el ceño. No solía recibir mensajes que no contestara; si alguien necesitaba algo de mí, normalmente lo hacía rápido y directo.

Abrí la bandeja de entrada y, en ese momento, vi el número de Julia. Mi corazón dio un vuelco sin siquiera quererlo. Presioné para escuchar el mensaje, y el sonido de su voz me golpeó como un puñetazo.

—¡Alex, por favor, ayúdame! —se escuchaba entrecortada, desesperada, como si apenas pudiera respirar—. ¡Me están persiguiendo! ¡No sé quiénes son! ¡Por favor, ven a buscarme! Estoy... estoy en el centro, cerca de la discoteca... Alex, ¡por favor, ven!

El pánico en su voz, la angustia, me atravesaron como una descarga eléctrica. Todo el mal humor y la frustración que sentía desaparecieron de golpe, reemplazados por una sola cosa: miedo. Miedo por ella. Mi cuerpo se movió por instinto, girando en dirección a la salida. Ni siquiera pensé, no lo dudé ni un segundo. Julia estaba en peligro, y todo lo demás dejó de importar.

—¡Prepara el coche! —grité al primer hombre que me encontré en el pasillo, sin detenerme—. ¡Ahora mismo!

A toda velocidad, me dirigí hacia la mansión. El motor rugía mientras apretaba el acelerador, y la ciudad pasaba como un borrón a mi alrededor. No podía apartar la voz de Julia de mi cabeza, cada palabra angustiada, cada jadeo resonando en mis oídos, como un puñal que me empujaba a ir más rápido. Sabía que no había tiempo que perder.

Con una mano en el volante, saqué el teléfono con la otra y marqué el número de Dante. Contestó al segundo tono, justo cuando giraba bruscamente, las llantas del coche chillando contra el asfalto.

—Han secuestrado a Julia —dije sin perder tiempo, mi voz llena de urgencia.

Hubo una pausa, y luego Dante preguntó, confundido:

—¿Qué Julia?

—¡Joder, Julia! —grité, apretando el volante con tanta fuerza que los nudillos se me pusieron blancos. Como si hubiera alguna otra Julia que importara.

Dante no necesitó más explicaciones. Su respuesta fue rápida, y su tono cambió al instante:

—Estaremos allí.

Colgué antes de que pudiera decir nada más, mis manos temblaban ligeramente mientras guardaba el teléfono y volvía a centrarme en la carretera. No podía perder el control ahora. La mansión estaba cerca, y necesitaba a mis hombres listos. No sabía quién estaba detrás de esto, quién se había atrevido a tocar a Julia, pero una cosa era segura: no iban a salir impunes.

SUSURROS DE LA NOCHE || Finalizada. 🤍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora