CAPITULO 5

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Desde pequeña, la vida de Julia ha sido un laberinto de sufrimiento. Sus padres, atrapados en la vorágine del alcoholismo, fueron incapaces de proporcionarle el hogar seguro que tanto necesitaba. Durante años, vivió en un ambiente hostil, donde la humillación y el desprecio eran su pan de cada día.

"¿Qué haces todavía aquí, niña? Solo estás ocupando espacio," solía decir su padre, con una botella en la mano y la mirada perdida. Las palabras eran dagas que se clavaban en su corazón, recordándole que su presencia solo era tolerada por las ayudas que el estado les proporcionaba.

"Si no fuera por la paga del estado, ya te habríamos echado," añadía su madre con desprecio, mientras se pasaba la mano por el pelo desordenado. A Julia le costaba entender cómo las personas que deberían amarla podían infligirle tanto dolor. Cada insulto y cada burla eran recordatorios de su insignificancia en sus ojos.

El día que finalmente el estado decidió intervenir fue una mezcla de alivio y tristeza. Se la llevaron, dejando atrás el caos y el dolor de su familia biológica. Fue entonces cuando encontró refugio en casa de sus abuelos. Durante cuatro años, vivió en un entorno de amor y estabilidad que contrastaba radicalmente con su vida anterior. Aquellos fueron los años más felices de su vida; días llenos de risas, juegos y la calidez de un hogar donde nunca le faltó cariño. Sus abuelos le enseñaron a soñar y a reír, y a encontrar la belleza incluso en los momentos más pequeños.

Sin embargo, esa felicidad fue efímera. Al cumplir catorce años, la vida le volvió a dar la espalda. Sus padres biológicos recuperaron su custodia, y Julia tuvo que dejar atrás todo lo que había amado, mudándose a un piso en una ciudad que le era ajena. Desde ese momento, la sombra de la depresión y la ansiedad se cernió sobre ella, como una niebla densa que no la dejaba respirar. La alegría que había cultivado con sus abuelos se desvaneció, y en su lugar surgieron los ataques de pánico, momentos en los que el miedo la atrapaba como un animal en una trampa.

En los peores días, se encontraba encerrada en su habitación, sintiendo cómo el mundo exterior se desmoronaba a su alrededor. Su corazón latía desbocado y la sensación de asfixia la invadía, dejándola atrapada en un estado de terror. Sin embargo, la espera del trasplante de riñón fue otro golpe devastador. Pasó años en un ciclo interminable de diálisis, con la esperanza de recibir una llamada que parecía no llegar nunca.

Cuando finalmente tuvo la oportunidad de someterse al trasplante, se dio cuenta de que la recuperación sería un camino largo y lleno de desafíos. La lucha por su salud física se mezclaba con su batalla interna contra la depresión y la ansiedad.

A los diecinueve años, tras una larga espera, la llamada del hospital llegó como un rayo de esperanza. Había estado esperando un trasplante de riñón durante demasiado tiempo, y su cuerpo había estado lidiando con la fatiga y el dolor, pero ya llevaba un par de años fuera de casa. Trabajaba en la cafetería, intentando ganar un poco de independencia y distanciarme del ambiente tóxico que me rodeaba.

Cuando el doctor le dijo que había un donante compatible, sintió una mezcla de alegría y miedo. Esa pequeña chispa de esperanza iluminó su mundo, que había estado envuelto en sombras durante tanto tiempo. Sin embargo, también era consciente de que esta oportunidad venía acompañada de un riesgo.

Recuerda ese día con claridad. Estaba detrás de la barra, sirviendo café, cuando su teléfono vibró. Al ver el nombre del hospital en la pantalla, su corazón se detuvo por un momento. Era un momento de incertidumbre; la vida podía cambiar con esa llamada.

—¿Hola? —pregunto, su voz temblando.

—Julia, tenemos buenas noticias. Hay un riñón disponible para ti.

Las palabras resonaron en su mente, como un eco que se negaba a desvanecerse. La idea de un futuro mejor, de un cuerpo sano, la llenó de esperanza, pero también de dudas. Aun así, decidió que no podía dejar escapar esta oportunidad. Durante años, había soñado con una vida sin dolor, una vida en la que pudiera sentirse libre.

Trabajar en la cafetería no era fácil, pero era un respiro en medio de su tormento. Sin embargo, el ambiente a veces era igual de hostil. Los clientes eran arrogantes, y sus compañeros, aunque amables, a menudo parecían desconectados de su realidad. Se sentía como un fantasma que rondaba un lugar que no podía llamar hogar.

Esa llamada marcó un punto de inflexión. Decidió aferrarse a la vida, y el día del trasplante llegó. La operación fue un éxito, pero la recuperación fue dura. Las cicatrices no solo estaban en su cuerpo; la lucha interna seguía, y a menudo se encontraba atrapada entre la esperanza de un futuro brillante y los ecos de su pasado.

A veces, se sentaba en la cafetería, mirando a través de la ventana, preguntándose si realmente había tomado la decisión correcta. El día que la llamaron, pensó en rechazar la oferta. La idea de poner fin a su sufrimiento, de salir de ese ciclo sin fin, le atravesó la mente como una sombra oscura. Pero en el fondo, había una pequeña chispa que se negaba a apagarse. Decidió aferrarse a la vida y a la posibilidad de un futuro mejor. Sin embargo, hoy, a veces se encuentra soñando con lo que podría haber sido si hubiera tomado otro camino. La lucha entre seguir adelante y el deseo de escapar del dolor que le persigue nunca se apaga.

Sin embargo, sabía que, a pesar de los retos que enfrentaba, había tomado un camino hacia la vida, un camino que, aunque lleno de espinas, también prometía flores.

SUSURROS DE LA NOCHE || Finalizada. 🤍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora